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La Samudio

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  Se ha apagado una llama que iluminó a muchos, señaló el camino de otros e irradio calor a unos cuantos más. Rozó mi vida unos pocos años. En un periplo itinerante y errático me acompañó. Pero más que todo soportó mis ausencias y mis locuras. En su soledad, siempre esperó a que ese que llegara a su puerta, fuese yo quien regresaba a su vida. Lo hice muchas veces y siempre encontraba la misma mujer dispuesta a cobijarme en sus brazos, a arroparme con la tibieza de su cuerpo. Pero mis ausencias se hicieron cada vez más espaciadas hasta que un día extravíe el camino a su puerta y me aleje para nunca más volver. Eran los tiempos de estudiante en Manhattan en el Center for the Media Arts. El cual estaba ubicado en la avenida octava con 18 calle en pleno corazón del “District Fashion” de la Gran Manzana. Aprendíamos Fotografía comercial en un horario de seis de la tarde a diez de la noche. Los estudiantes éramos un vitral de coloridas y variadas nacionalidades, en su mayoría Sudamericanos.

Y te protegeré por siempre...

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  Se despertó sobresaltada, justo a la hora de siempre. La luna, dorada y redonda como una reluciente moneda de oro en la oscuridad de la noche difuminaba una luz plateada que se filtraba por los amplios ventanales del cuarto. Se sentó al borde de la cama. Miró el reloj situado en la mesita de noche, marcaba las diez en punto. Estaría por llegar, pensó para sus adentros; una cascada de recuerdos se desprendió de su memoria que lentamente la transportó al pasado. Estaban aun soñolientos tratando de despertarse un domingo en el lecho. Peter se levantó de un salto, se paró al borde del camastro, le quitó la cobija de un tirón y se quedó contemplando el desnudo y diminuto cuerpo que se ofrecía ante su lujuriosa mirada. Ella se encogía, se arrunchaba, se tapaba sexo y senos y se volvía un ovillo tratando de esconder su desnudez. Peter se reía, le apartaba las manos del cuerpo y se deleitaba mientras ella forcejeaba inútilmente tratando de zafarse. “Mi Campanita”, le decía, haciendo alusión

Infidelidad

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  Agazapado entre la tupida vegetación, mimetizado en la oscuridad de la noche esperó expectante, ansioso, casi sin respirar. Una nubecilla de mosquitos revoleteaba por su rostro. Trataba inútilmente de espantarlos, pero apenas detenía el movimiento abanicado de la mano los mosquitos arremetían con más voracidad. Secó con la manga de la camisa el copioso sudor que le empapaba el rostro, enfocó la mirada hacia el sendero del parque que, débilmente iluminado por un farol le permitía una mejor vista. Un solitario banco acompañaba al desvencijado farol que mecido por el viento se apagaba y encendía a intervalos acrecentando la lúgubre escena. A lo lejos escuchó el ladrido de un perro aproximándose. Se acomodó mejor entre los arbustos, tensó el cuerpo, al fondo por el sendero del parque la vio acercarse paseando la mascota. El animalito con el hocico a ras del suelo venia olfateando cuanta piedra, rama o vegetación se encontraba a su paso. Al aproximarse, el perro levantó el cuello, olfateo

Una segunda oportunidad... en la tercera edad!

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  Al finalizar la llamada se quedó pensativa, sintió un leve temblor, un no sé qué la intranquilizaba. Una ansiedad le crecía en el estómago, y lo que no se esperaba a su edad; el sexo húmedo, palpitante, anhelante. Que le estaba pasando, se preguntó mentalmente mientras se desnudaba para meterse al baño a darse una ducha con agua fría y refrescarse un poco. Al aplicarse la crema humectante para la resequedad de la piel después de salir de la ducha sintió curiosidad, fue a pararse frente al espejo de la cómoda para apreciar su cuerpo entero; la imagen que la bruñida superficie le devolvió mostró una mujer madura completamente desconocida. Escudriñó minuciosamente su desnudez reflejada; sí bien es cierto que estaba delgada, el estómago se abultaba un poco y la piel sobrante provocaba un doblez que le arrugaba el vientre justo arriba del pubis; huellas pretéritas de sus tres embarazos, supuso. Las piernas, otrora esbeltas y torneadas, presentaban una flacidez y desigual blancura, que, en

Sleepover

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  Los tres muchachos se quedaron agazapados en el sótano del edificio junto a los contenedores de basura esperando a que cayera la noche. Camuflados con sus oscuros ropajes apenas ennegreció el día comenzaron a moverse sigilosamente pegados a las paredes como nocturnas sombras deslizantes. Iban en silencio, a pesar del gélido invierno neoyorquino sudaban copiosamente. Aun cuando los pasamontañas atrapaban el sudor del rostro, gruesas gotas les escurrían por los ojos empañándoles la visión. Llegaron a la puerta de acceso de las escaleras del servicio, forzaron la cerradura, traspasaron el umbral y comenzaron a subir gradas. Abrieron la puerta del tercer piso, se cercioraron de que no hubiera nadie en los pasillos, continuaron su silenciosa marcha uno detrás del otro. Al llegar a la puerta de un apartamento, el que iba adelante les hizo señas con la mano a los otros para que se ubicaran a cada lado de la puerta, se paró en frente. Los tres desenfundaron las armas de fuego, enroscaron los

Wi-Fi

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  Se ha vuelto muy común, entre mi esposa y yo, el terminar o complementar el uno la frase que el otro iba a expresar, o pensar en alguna situación o persona y al decirlo, nos oímos comentar: ¡yo también estaba pensando lo mismo! Nos asombra por supuesto y nos hace divagar en lo inconmensurable de nuestro amor, en lo unidos que estamos a nivel espiritual, en que somos el uno para el otro, o que somos almas gemelas y muchas elucubraciones más de tipo metafísico o místico. Algo así como comunicación telepática. Pero realmente que es lo que sucede en estos casos, que tan creíble es, que tan cierta puede ser esta emisión del pensamiento para considerarla efectiva y fiable y no simplemente mera coincidencia o esporádica casualidad. Si nos atenemos a los estudios científicos hechos bajo situaciones controladas con sujetos en laboratorios, la veracidad de este supuesto don o sexto sentido es nula. El porcentaje de aciertos es muy mínimo. Al azar se adivinan algunas cartas del naipe que el otr

Manifiesto

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  A mis espaldas se me acumulan los años; de frente se me acortan. Ya la puerta de salida esta al doblar la esquina en cualquier oscura callejuela. Traspasado el umbral de esa puerta se apaga la luz y se extingue la efímera llamita que fuimos alguna vez. Que nos queda entonces: solo recuerdos de lo que fuimos, de los momentos vividos con sus buenos y malos acontecimientos más todas las alabanzas y reproches que componen una vida con sus triunfos y fracasos. También dejamos dolor; dolor de ausencia, de partida sin retorno, de vacío y soledad. Pero ya apagada la llamita, nos importa poco o nada lo que dejaremos atrás; los circuitos químicos del cerebro se desconectaran, el cuerpo se descompondrá, alimentará unos cuantos miles de gusanos y el resto volverá a ser parte de la tierra: “polvo eres y en polvo te convertirás” , reza un refrán muy popular y certero.   Pero mientras ese día llega, y espero este muy lejano, quiero ir soltando amarras para alivianar la carga y disfrutar del camino.

Archie & Bruno

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 La vida está llena de asombrosas coincidencias, increíbles situaciones y desenlaces inesperados. Pareciera que algún invisible titiritero moviera los hilos de la existencia y guiara nuestros pasos a donde el quisiera llevarnos. O tal vez no. Es simple y llanamente un acontecimiento más en el que exageramos lo fortuito del hecho. Para narrarles lo acontecido, tengo que remontarme más de dos años atrás y comenzar desde ahí. Después da la muerte por enfermedad y vejez de nuestra mascota “Misty”, entramos en un periodo de duelo y nos juramos y rejuramos (mis hijos, Laurita, mi mujer y yo), no volver a tener perros en honor y consideración a nuestra querida y extrañada mascota. Me mantuve firme, mis hijos también, Patita de vez en cuando reculaba y comentaba que como sería un perrito dando vueltas por la casa moviendo la colita de felicidad al vernos llegar. Laurita la secundaba, me miraban con cara de súplica y mostraban fotos de perritos. Yo, arqueando las cejas y arrugando la cara en se