Si del cielo te caen limones...
En Miami la ajetreada oficinista corría de un lado para otro supervisando las entregas, era finales de noviembre y todos los pedidos tendrían que salir a comienzos de diciembre. Había cajas diseminadas por todo el piso; unas sin destapar, otras medio abiertas, la mayoría vacías y arrumadas en una esquina del amplio y desordenado local. Era un caos total, un corre y corre, un dame y trae que sólo ella entendía. A sus órdenes todos se movían, destapaban cajas, buscaban mercancías y ordenaban paquetes por direcciones, tamaños y urgencias. El grupo de personas que trabajaban con ella eran jubilados de medio tiempo que se preguntaban como una muchacha tan joven y extranjera pudiera tener todo ese desorden y revoltijo ordenado en su cabeza y saber dónde se encontraba tal o cual artículo que hiciera falta o sobrara en ese maremágnum de cajas y paquetes. Alla en Nueva York, en un suburbio marginal del Bronx, en unos edificios abandonados, también empacaban cajas, cada paquete lo envol