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Mostrando las entradas de 2015

El Predicador

El hombre, elegantemente vestido; con camisa de cuadros blanca y azul, manga larga y puño grande doblado hacia arriba, chaleco negro ajustado, jeans y botas, salió de un lado del escenario. Despacito, muy despacito con las manos juntas, los ojos semicerrados y la cara en dirección al cieloraso del teatro. La banda, compuesta de cinco muchachos jóvenes aumentó el sonido de sus instrumentos y entonando una alabanza impregnó el recinto de religiosidad. Los feligreses, entre los cuales me encontraba comenzaron a elevar las manos al cielo y entonando en coro el tribillo de la alabanza entraron en éxtasis espiritual. El predicador aprovechó el momento para comenzar su predica del domingo. Hombre cincuenton, en buena condición física y sonrisa de azafata internacional, se acercó al centro del escenario, un rayo de luz lo iluminaba en su lento y estudiado recorrido, avanzaba con las manos unidas en oración: queridos hermanos esta mañana mientras estaba desayunando se me vino a la cabeza un ve

El tio Yesid, un breve recuerdo

De muchachos, los primos y yo, nos subíamos al techo de la vieja casona de San Nicolas; la casa de la abuela Dolores. Desde allí divisábamos el inmenso patio trasero con sus frondosos arboles, veraneras, rosales y demás vegetación que hacían de el un lugar adecuado para perdernos descubriendo pasadizos secretos y escondites seguros para nuestros juegos y travesuras. Al fondo a la derecha estaba el horno de ladrillo, grande y espacioso donde el tío Yesid colocaba ordenada y delicadamente las vasijas de barro y demás orfebrería que previamente había moldeado con sus prodigiosas manos en el taller. Las iba colocando en el suelo, sobre unas tablas próximas al horno en espera del momento adecuado para introducirlas al horno y cocinarlas; unas esperaban su turno brillantemente esmaltadas, otras bañadas en tintes minerales que les daban un aspecto de arte precolombino, otras en ocre barro crudo, rojizo, redondeadas vasijas de bronceada superficie semejando  voluptuosas caderas. Allá arri

La traición

El abatido hombre miro la soga colgando del árbol, la apretó entre sus manos y se meció en ella, "aguanta conmigo" , dijo para si mismo, "mañana a esta hora ya me habrán encontrado" ; una risita de satisfacción y nerviosismo se le dibujó en los resecos labios. De sangre italiana que lo convertían en un hombre sociable, galán y picaresco. El trato amable y cálido le permitía que rápidamente al conocerlo te tratara como a un viejo amigo dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. Y eso hacia desde siempre con su mejor amigo, el irlandés, al que conocía desde la infancia; el que había hecho una fortuna con sus negocios y aun conservaban la amistad, a pesar de que el no había progresado mucho en lo económico. El sitio de encuentro preferido era el gimnasio, donde entre risas, bromas y charlas hacían ejercicios, pesas y aeróbicos para mantenerse, a sus cincuenta en buena forma física. Ahí la conoció; la vio llegar con sus cortos pantaloncitos de lycra pegados al cuerpo dej

La profesora de ingles

Fué un instinto animal, una acto salvaje, primitivo, hormonal que ella entendió y aceptó al instante; rodaron por el suelo en una confusión de pieles desnudándose, en un amasijo de piernas y brazos, jadeos, mordiscos y suspiros. Hacia unos cuantos meses la pareja había decidido contratar los servicios de una profesora de ingles que les ayudara con el idioma pues recién habían llegado a Nueva York y necesitaban del idioma para conseguir un mejor trabajo. De todas las candidatas a la esposa le gusto esta pues solo hablaba ingles, con lo cual les exigía a ellos olvidarse del español y comunicarse solo en ingles, ademas era cuarentona casi llegando a los cincuenta y su aspecto desaliñado e informal no inspiraba ningún peligro para la relación. El también estuvo de acuerdo con la escogencia; era alta, de rubio pelo ensortijado que le caía descuidadamente en los blancos hombros. Poseedora de unos Intensos ojos azules enmarcados en unas gafitas redondas que la hacían parecer una intelectua

Los vecinos

El viento sopló de oeste a este, la pareja de ancianos aguzaron la vista escudriñando las ramas del frondoso árbol que, cargado de hojas secas en la estación de otoño comenzó a mecerse suavemente desprendiendo su otoñal pelaje. Perezosamente, al ver caer las secas hojas, los ancianos se incorporaron de su silla y él rastrillo en mano, se dedicó a recoger la hojarasca del césped. Ella, paleaba a una gran bolsa negra los montoncitos de hojas que su marido muy diligentemente había hecho. Impecables, cuidadosos, ordenados, meticulosos la pareja de ancianos tenían tiempo suficiente para mantener la casa reluciente. Estaban jubilados desde hacia unos cuantos años y su principal pasatiempo o entretenimiento era cuidar de la casa; cada 15 días, muy temprano se levantaban a “hacer patio” como llaman por acá a las labores pertinentes al cuidado de las zonas verdes de la casa. Sombrero de paja de ancho vuelo, gafas grandes de protección estilo soldador, guantes de plástico hasta el antebrazo, bo

A los cuarenta

Amaneciste con la edad en la cual entras a la plenitud de la vida; la madurez. En que como una jugosa  fruta tropical, te endulzas, te aromatizas y tu piel, cual mango maduro incita a deleitarse con los cinco sentidos. A tu lado he sido testigo de esta transformación, de como tu cuerpo se moldeó para ser madre, se ensanchó para que nuestros hijos crecieran en ti y se alimentaran de ti y luego salieran a la vida a travez de ti, de como tus pechos se agrandaron para alimentarlos y tus brazos se hicieron fuertes para arrullarlos. Han sido quince años en los cuales pasaste directamente de amante a madre, de madre a esposa y de esposa a ser mi universo, mi todo. De tu mano he recorrido un largo camino, he aprendido a ser compañero, me enseñaste que la fidelidad se gana con respeto, con amor y no con exigencias ni amenazas. A mirar en una sola dirección, a caminar la misma senda y a soñar los mismos sueños. Aprendi a ser un todo contigo y no una parte individual, aprendí a mirarte a los ojo

Los diez a tres mil

Si, volvió y repitió: es una buena oportunidad para que unos cuantos ilegales obtengan documentos directamente de inmigración. Mientras hablaba y gesticulaba, me remonte al momento de conocerla;  frisaba los cincuenta, pero como toda buena mulata y caribeña, mantenía sus carnes firmes y su delgada figura bien torneada. Se me había presentado como psíquica, clarividente y adivinadora, un don, que según ella se le había manifestado desde muy niña allá en su natal Santo Domingo, cuando la abuela la llevaba al cementerio a visitar a los muertos y ella, a esa corta edad conversaba con muchos de ellos. Su abuela la consideraba fantasiosa y soñadora, dejándola conversar con sus amigos imaginarios mientras ella le rezaba a su esposo, hasta que un día el abuelo le mandó un mensaje que la dejó fría, pues era algo muy personal, muy de ellos dos y esa niña no tendría por que saberlo. A partir de ahí la miró con otros ojos, le tenia un poco de miedo y mucho respeto, demasiado pues le permitía hace

La Plumita

Mijo?. Que?. Estuve oyendo un programa radial donde hablaban de una plumita. Y? Papi es algo novedoso… un juguete! Los niños ya tienen muchos juguetes, para que mas? No mijo, no me ha entendido. Si ve que yo le hablo y usted no pone cuidado! Claro mija una plumita no?, de eso estamos hablando. Si pero el programa era de una sexologa muy reconocida. ¡Sexologa!?, quiere que le haga cosquillas o qué? Si ve papi que usted no me toma en serio, déjeme le explico…. … y la plumita se pasa por la espalda y una se eriza lo mas de rico papi. Estacionamos el carro a una distancia prudente del luminoso aviso que en grandes y centelleantes letras rojas decía: “ADULT TOYS”. Que vergüenza, le dije a mi esposa, si algún conocido, ve mi carro aquí, lo primero que va a pensar es que ya no funciono y que estoy buscando un…. bueno mija usted sabe que dirán. La dependiente, una rubia enorme, abundante en carnes y con unos pechos como para amamantar una guardería entera, apenas nos vio se levanto y al vaivé

La Marucha

Fue a finales de los noventa, en Manhattan, New York, cuando la conocimos; llegó tarde, como siempre disculpándose y riéndose. Era el primer día de clases. Comenzaba un semestre mas de "Commercial Photography" en el "Center for the Media Arts" y mi amigo y yo, que ya habíamos terminado los estudios, estábamos trabajando en la academia, en el laboratorio de fotografía. En aquella época, aun existían los cuartos oscuros donde se revelaban los rollos fotográficos y se imprimían las imágenes en cubetas de revelado. Casi siempre recibíamos a los nuevos alumnos y les hacíamos un recorrido por la escuela: comenzábamos por el primer piso donde estaban los estudios fotográficos con sus enormes rollos de papel o lienzo que hacían las veces de "background", las luces de estudio, los flashes, las cámaras de fuelle de 5x7 montadas en los pesados trípodes de patas firmes, luego en el tercer piso estaban ubicados los pequeños y oscuros cubículos que contenían cada uno