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Mostrando las entradas de marzo, 2019

Jugando a ser investigador privado

Le pasé el sobre con las fotos que mostraban a su esposo siendo infiel. Las revisó una por una, fotos en el carro con la amante, besándose en una cafetería, en un parque y la mas reveladora saliendo de un motel. Las depositó sobre la mesa, le temblaban las manos. Se secó un par de lagrimas que tímidamente brotaban de sus ojos. -Lo sospechaba-, me dijo. Se levantó y se dirigió al bar, sirvió dos copas de licor, volvió hacia mi y pasándome la copa me dijo: -es un trago amargo, tengo que pasarlo con algo fuerte, se sentó a mi lado y se bebió la copa de un solo jalón, se levantó nuevamente dirigiéndose hacia el bar. Tuve tiempo de observarla mientras caminaba, estaría en los 45 o mas, era alta y de piel blanca, llevaba un vestido oscuro ceñido al cuerpo que le resaltaba las curvas, sus piernas aunque un poco llenitas de carne conservaban firmeza y los glúteos uno al lado del otro se movían acompasados al caminar luciendo toda la voluptuosa redondez. Al volver hacia mi, de frente noté

Los fugitivos

Los fuertes golpes en la puerta nos despertaron. Al comienzo, en la duermevela los toques fueron parte del sueño, pero luego se fueron acrecentando hasta salirse del subconsciente y trasladare a la realidad. Quedamos sentados en la cama tratando de ubicar su procedencia; la puerta, alguien tocaba insistentemente, miramos la hora: una de la mañana. Nos pusimos los trajes y nos deslizamos hacia el corredor de entrada, abrimos y nos encontramos con dos oficiales de seguridad, jóvenes ambos. Estaban buscando un par de fugitivos y tenían razones para creer que habían entrado furtivamente a nuestra casa, solicitaban permiso para entrar y revisar. Enfundados en unos trajes a prueba de balas y acolchados, parecían mucho mas grandes y robustos de lo que realmente eran. Los acompañaban un par de mastines   de grandes cabezas con enormes fauces que olfateaban el ambiente en busca de olores. - Huelen el miedo de los fugitivos - , nos dijeron.   Se deslizaron por los pasillos, las alcobas

Mariana, la mexicana

Mariana tomó el teléfono, marcó el número de México y esperó a que cesara el repiqueteo, a que alguien al final de la linea levantara el auricular; las manos le sudaban y se ahogaba al respirar, los recuerdos se le agolpaban en la cabeza, recuerdos que ahora le revelaban la verdad, una verdad que le dolía. Alguien al otro lado contestó la llamada, -Alo, quien habla?- al instante reconoció la voz de su mama. No pudo hablar un nudo de llanto en su garganta mezclado con rabia y una cascada de recuerdos se lo impidieron. De niña, lo recordaba muy bien, solían irse de vacaciones de fin de año escolar en el verano por casi dos meses a la hacienda del tío Maximiliano, en Culiacán. Entre primos y hermanos eran un tumulto de críos de los tres añitos y los 17, mas de 15 muchachos, se acordaba ella. Siempre, infaliblemente la mama viajaba con ellos, el papa se quedaba en la capital trabajando. La calurosa bienvenida que el tío le daba a su mama la emocionaba; era un abrazo intenso, prol