Con buen hambre no hay pan duro
Siguiendo con el tema de mi buen amigo y nuestras aventuras compartidas, les voy a narrar una anécdota que se me había extraviado en los vericuetos donde el cerebro almacena viejos y olvidados recuerdos, pero hablando con mi buen amigo se abrió el folder y apareció el suceso. La historia es como sigue. En Miami Beach, ya en la época de los ochenta, mi buen amigo vivía en un condominio cerca de la playa; asador al frente, piscina a un lado y palmeras adornando el paradisiaco lugar. Como era de esperarse, cada fin de semana, comenzando el viernes y terminando el domingo mis amigos se apoderaban del lugar, armaban jolgorio y zangoloteo hasta amanecer. Yo siempre estaba a la espera de que cayera por el lugar alguna representante del sexo débil que me hiciera compañía. Pero igual pasaba de lo lindo y me divertía con los muchachos. Un sábado los muchachos decidieron ir a rumbear a una discoteca en Miami. Funcionaba dentro de un viejo e inmenso barco anclado sobre el rio Miami, era como dir