Un buen amigo



Estábamos en Cali, a finales de los setenta. La discoteca estaba a reventar, la estridente música no permitía conversar; solo bailar, gritar, beber y sudar a chorros. Mi amigo, como buen caleño era un rumbero consagrado y empedernido; por lo dicho anteriormente no se quedaba sentado en ningún momento. Yo, en cambio, era negado para la rumba, a pesar de que me gustaba y estaba disponible para cualquier alboroto. Que le íbamos a hacer, era lo que había. Como me decían en broma, había nacido con los dos pies izquierdos y no había forma de enderezarlos. Pero no se crean que no tenia mis cualidades y puntos a favor que me favorecían en la conquista y galanteo, como más adelante sabrán.


Permítanme me detengo un poco en mi amigo para presentárselos como merece su genio y figura. Dicen que físicamente nos parecíamos mucho, mas no en la personalidad ni en los gustos opuestos que profesábamos. El era de vestir elegante, muy a la moda. Fino en sus ademanes, impecable en su presentación, corte de pelo al estilo John Travolta en la película “Fiebre de sábado por la noche”, oliendo siempre a finas colonias, adornado con gruesa cadena al cuello y anillos relucientes. En fin, era un imán para las chicas que lo perseguían y acosaban como las hormigas a la miel.


Nos habíamos conocido de muy jóvenes por intermedio de una noviecita que yo tenía en el barrio Alameda. Mi buen amigo era infaltable en cuanta fiesta o reunión hubiera. Sin el hombre no se prendía el bailoteo, así de simple. Salsa, Merengue, Guaguancó, Charanga, Pachanga, Bógalo, todos los ritmos, absolutamente todos los dominaba.


Ahora; el espectáculo mayor era cuando sonaba un pasodoble; mi buen amigo se levantaba de su silla e imitando a un torero dispuesto a clavar las banderillas, se iba acercando a su pareja con las manos en alto, nalgas apretadas, dando brinquitos y pasos cortos a lo bailaor gitano. Las muchachas comenzaban a corear “Oleé” mientras esperaban ansiosas ser elegidas por mi buen amigo para el danzón.


Esa noche en la discoteca estábamos con mi novia, una trigueña de carnes firmes y generosa de pechos. Mi buen amigo estaba con la mejor amiga de mi novia, rubia ella, de intensos ojos verdes y figura estilizada a lo barbie. Bailábamos y tomábamos; nosotros aguardiente y ellas ron con Coca-Cola. Poco a poco, en la penumbra del lugar, al calor de los tragos y la proximidad de los cuerpos, nos fuimos calentando y entre caricias y besos decidimos ir a la casa de mi novia a rematar la jornada.


Subimos despacio las gradas, en silencio y con risitas cómplices, sin prender luces pues los papas dormían en el primer piso. Había dos cuartos disponibles, separados por un baño y una pequeña sala de estar. En silencio y a oscuras entramos cada pareja a su cuarto. Pero justo antes de entrar, mi buen amigo me haló de la camisa para hablarme en un rincón de la sala. Lo escuché atentamente sin sorprenderme pues ya sospechaba algo, pero le dije que yo me encargaba del asunto.


En la oscuridad del cuarto, entrelazamos brazos y piernas, compartimos fluidos, ahogamos la respiración, y jadeantes la juvenil fogosidad de las hormonas hizo que explotáramos en un paroxismo de locura y éxtasis. Mi novia se durmió al instante. Sali del cuarto en puntillas, mi buen amigo me esperaba, igual que yo, desnudo tal como lo habíamos acordado.

 

Vi como entraba al cuarto de mi novia con sigilo. Yo a tientas llegué a la cama de la rubia que, al sentirme, me abrazó entrelazando su desnudo cuerpo al mío diciéndome mientras mordía el lóbulo de la oreja: -te estabas demorando. Sin darme tiempo a contestarle me besó, me estrujó, me lamio, me absorbió, me arañó. Parecía que se iba a morir ahí mismo, que no iba a ver un mañana, que tenía que darlo todo esa noche. ¡Y lo dio! Entre aullidos agónicos y suspiros interminables se diluyó más de una vez. Prometió amor eterno, juro serme fiel (a mi buen amigo) por toda la vida, para después fundirse en un profundo sueño.


Extenuado y más arañado que en una pelea de gatos, Sali del cuarto casi que clareando el día. Ya mi buen amigo me esperaba nervioso e impaciente en la salita.


Apenas vio el estado deplorable en el que me encontraba dijo: -De la que me salvé.


-De la que te perdiste, -le contesté exhausto.


Ese fue el comienzo de una gran amistad que aun perdura y que nos llevó de Cali a Miami y a New York. En Miami soñamos con ser millonarios, en New York con sobrevivir. En USA no tenía que cubrirle su reputación, vivía con su pareja. En Cali era diferente; el buen amigo era yo, que entregaba mi cuerpo con tal de cubrirle la espalda; sacrificios que uno hace por los amigos.


Ahora vive en Orlando con su mama; apacible y tranquilo, disfrutando del buen retiro. Nos contactamos y fui a visitarlo. Su casa es un pedacito de Colombia enclavado acá en el extranjero. La tele todo el tiempo encendida en Caracol o RCN, los apliques de las paredes y los adornos de las mesas gritan “Colombia te Quiero!”


Fue un gran encuentro, muy reconfortante y anecdótico, pues nos acordamos de las aventuras y sin sabores que juntos pasamos en aquellos años tormentosos de juventud.


Al despedirnos lo abracé y le dije,

-Sobrevivimos mi buen amigo, es lo importante.

-Y lo que nos falta, me contesto guiñándome el ojo.





 

Comentarios

  1. Excelentes tus picaros relatos Maury...eres admirable fuiste el amigo mas guapo y valioso que tuve la dicha de conocer en New York..quisiera leer mas publicaciones tuyas. Te abrazo desde la distancia, mi cariño es para siempre! Te quiero mucho.

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