Con buen hambre no hay pan duro

 


Siguiendo con el tema de mi buen amigo y nuestras aventuras compartidas, les voy a narrar una anécdota que se me había extraviado en los vericuetos donde el cerebro almacena viejos y olvidados recuerdos, pero hablando con mi buen amigo se abrió el folder y apareció el suceso. La historia es como sigue.


En Miami Beach, ya en la época de los ochenta, mi buen amigo vivía en un condominio cerca de la playa; asador al frente, piscina a un lado y palmeras adornando el paradisiaco lugar. Como era de esperarse, cada fin de semana, comenzando el viernes y terminando el domingo mis amigos se apoderaban del lugar, armaban jolgorio y zangoloteo hasta amanecer.


Yo siempre estaba a la espera de que cayera por el lugar alguna representante del sexo débil que me hiciera compañía. Pero igual pasaba de lo lindo y me divertía con los muchachos.


Un sábado los muchachos decidieron ir a rumbear a una discoteca en Miami. Funcionaba dentro de un viejo e inmenso barco anclado sobre el rio Miami, era como dirían mis amigos peruanos, alucinante. Tenia varios pisos, recovecos y pasadizos con titilantes luces de colores, música latina, licores y cócteles de todos los colores y sabores, mas la cuota de alucinógenos sintéticos y naturales.


Se bailaba, se apretujaba, se amacizaba, se sudaba a chorros y se oían jadeos y lamentos en los lugares más oscuros y escondidos.


Comencé a revolotear por ahí, cuando mi buen amigo apareció dándome la buena noticia: un amiguito peruano había llegado al Barco y venia con la tía de compañía.


-Es una mujer, -me recalcó,


-déjame te la presento para que hables y bailes con ella, -termino diciendo. 


Se perdió entre la multitud y al toqué apareció con la tía. 


La tía, aindiada ella, de edad indescifrable, bajita, trigueña de oscura cabellera, risa fácil y ojos vivaces, se alegró al verme. Ni muy gorda ni muy delgada, aceptable, pensé yo mientras la repasaba con la vista. Yo también me alegre al conocerla pues compartíamos la misma afinidad. De inmediato nos dedicamos a conversar, bailar y probar cocteles raros y exóticos.


El oleaje del rio a veces balanceaba el barco a mi favor, pues la tía caía sobre mi y yo maliciosamente la abrazaba para que no resbalara, aprovechando la oportunidad para apretujarla a mi cuerpo. 


Pasada la medianoche, ella con unos cuantos desinhibidores en la cabeza y yo con otros cuantos embellecedores encima, nos fuimos yendo por un pasillo oscuro, que al final tenía un compartimiento estrecho y sofocante con un pequeño sofá en un rincón, nos metimos en el cubículo aprovechando que estaba libre. El aire era espeso y la salubridad del mar se nos pegaba a la ropa y la piel, alborotándonos el deseo y encendiendo la pasión.


En la oscuridad palpaba, hurgaba y acometía. Sentía su agitada respiración en mi cuello, su boca buscaba la mía, mis manos trataban a tientas despojarla del pantalón. forcejeábamos apresuradamente logrando acomodarnos por fin en el diminuto diván. A mi espalda oía pasos que pasaban, se detenían y seguían al encontrar ocupado el recinto. 


Salimos del diminuto reservado bañados en sudor. Junto a la barra estaba el sobrino de la tía preocupado y un poco molesto por que llevaba rato buscándola y no la encontraba. Mi buen amigo se hizo cargo de la situación y entre risas y chanzas minimizo el impase para despedirnos todos y quedar de reunirnos en la mañana en el condominio para una barbacoa.


En la mañana siguiente, dormitaba yo en un sofá del apartamento de mi buen amigo cuando este me despertó apresuradamente. Abrí los ojos y al instante la intensa luz del sol que entraba por la ventana hizo que me arropara de nuevo para, como un vampiro protegerme de la claridad.


-Marica! Levántate y asómate por la ventana rápido, -me dijo mi buen amigo mientras me zangoloteaba para despertarme.


-Que pasa huevón, déjame dormir, -le replique.


Insistió tanto que me levanté dando tumbos para acercarme a la ventana. Ya había un grupo de gente en la piscina conversando y riendo.


-Ves el peruanito de anoche allá sentado junto al asador.


-Trate de cerrar un poco los ojos para adaptarme a la luz del día. En efecto lo vi conversando animadamente.


-¿Ves la señora que está a su lado?


-¿Esa viejita de rojo?


-Si marica es la tía de anoche.


-Nooo Jodas, esa fue la tía que…, Mierda que me pasó?


-Los tragos marica y las hambres atrasadas, me dijo mientras se reía a carcajadas.


Volví y me asomé por la ventana tratando de ocultarme porque la tía no dejaba de mirar hacia el apartamento esperando el momento en que yo atravesará la puerta y fuera a su encuentro. La tía en cuestión estaba realmente entrada en años. Y Para rematar su vestimenta no le ayudaba para nada, parecía un papagayo, adornada con cuanta bisutería tenía y pintarrajeada como el comodín de Batman.


-¿Que hago marica, ya sabe que estoy aquí?, -pregunte ingenuamente.


-Si, desde anoche que lo comentamos delante de ella.


-Pues los que se escapan, -le dije nervioso, -abrirme la ventana del fondo que por ahí me esfumaré. -rematé mientras me vestía.


Mi buen amigo, con la disculpa de ir a comprar hielo, salió con el carro para recogerme en la callecita lateral que daba a la ventana. Mientras lo esperaba mi cerebro trataba de recordar en vano los acontecimientos de la noche anterior. Flases con imágenes iban y venían. Luces centelleantes me mostraban la tía, bailando, conversando, pero no, lograba asociarla con la viejita que a plena luz del día acababa de ver. El contorno de su figura y los detalles del rostro se difuminaban bajo los efectos del alcohol de la noche anterior.


Llegó mi buen amigo, me subí y arrancamos sin mirar hacia atrás. Me había salvado de esa. Pero por un tiempo fui el hazmerreír de los muchachos. Se burlaban diciendo que ellos tenían malos ratos, pero no malos gustos y que aparte de eso le había roto el corazón a la pobre viejecita pues durante un tiempo no hacia sino preguntar por mí.  Casos y cosas que le pasan a uno en su paso por la tierra.






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