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Mostrando las entradas de 2013

La jubilación del tío

La hélice del helicóptero se acercó peligrosamente a su cara, se asusto, perdió el control y se fue de espaldas al piso. Estaba llegando a la edad del retiro, su jubilación venia en camino. El tiempo del ocio se le acercaba y lo tomaba desprevenido, no sabia que hacer. Hombre acostumbrado al trabajo de seis a seis en su oficina y muchas veces en su casa hasta bien entrada la noche, siempre ocupado, siempre corriendo, siempre sin tiempo. Llegó el día en que se levanto corriendo para irse a… "a donde mijo si hoy es tu primer día de retiro" , le dijo su esposa frenándole los ímpetus y sentándolo en la cama de nuevo con un leve y cariñoso empujón. Quedo en shock. Ahora le sobraba lo que nunca tuvo: tiempo. "Hombre, comprate un perrito" , le dijo su amigo de toda la vida, "que sea pequeño, son divertidos y se te va el tiempo rápido jugando con el", y terminó dicíendole: "lo mas emocionante de todo es cuando lo sacas a pasear al parque, las muchacha

9/11

Ya había llegado a la redacción del periódico, un edificio situado en un suburbio de Queens llamado Woodside. Las oficinas estaban en el segundo piso, cuya ventana dibujaba una impresionante postal del bajo Manhattan, mostrando la imagen sobrecargada de rascacielos y construcciones monumentales que, desde acá, parecía no había lugar ni para las calles; de estos edificios sobresalían los "Gemelos" , que semejaban las dos piernas de un gigante clavadas en la tierra cuyo cuerpo se perdiera arriba en el infinito cielo cubierto de nubes. Las oficinas de periódico se componían de tres cuartos; el primero era la recepción, el segundo la sala de redacción y el tercero la oficina del "publisher" . Estábamos en mi oficina con el editor y el jefe de redacción opinando sobre los sucesos deportivos del día anterior cuando oímos por televisión que una pequeña avioneta se había estrellado accidentalmente contra la torre norte del "World Trade center" . Nos asomamos inmed

Un futuro que se torció

Guilty! El seco golpe del mallete del juez retumbó en sus oídos, se le nubló la vista y se desmadejó en brazos de su abogado defensor. "Serán solo cinco años en prisión" , le dijo después el, "pero apelaremos la sentencia, este es el comienzo de la batalla legal, ademas estaré a su lado" .  La hermosa rubia, de ojos carmelita claro y seductoras pestañas, sentada en la litera de la celda se echó a llorar. El abogado aprovecho la oportunidad para abrazarla y consolarla; le gustaba, lo atraía demasiado como para desperdiciar ese único momento de tenerla en sus brazos. Ella, con su uniforme color café claro se dejó abrazar y consolar, se estaba deshaciendo en llanto; habían sido nueve meses de juicio, un proceso largo en el que en cada cita, en cada indagatoria, en cada careo perdía fuerzas y voluntad para luchar. El abogado sintió el juvenil e indefenso cuerpo pegado al suyo temblando de desconsuelo e infinita desesperanza. Una leve e imperceptible sonrisa se dibujo en

Un domingo

Se levantó de la cama con inusual agilidad para su edad. Se sentía vigoroso, renovado; extrañamente no le dolían las articulaciones. Le gustó esa sensación de liviandad. A rápidos trancos llegó hasta la cocina dispuesto a sorprender a su mujer con un delicioso refresco de verduras y frutas, pero supuso que el ruido del motor de la extractora de jugos la despertaría. Opto por no hacerlo. Abrió la ventana y respiro el aire frío y fresco de la mañana. Era domingo, día de no hacer nada, solo dejar pasar las horas holgazaneando por ahí; pero no quería desaprovechar esa racha de vigor, de energía que sentía circular por su cuerpo. Se desnudo para dirigirse a la piscina y nadar un rato. Con sus hijos lo había hecho muchas veces; los tres con su masculinidad al viento, nadando, hundiéndose en las transparentes y clorificadas aguas de la piscina, se sentían libres, nadaban con mas soltura, como despojados de tabúes, de etiquetas, de normas cohibitivas y moralidades represivas. Pasó frente al

La viuda

Me miro de arriba abajo: "bienvenido, este es su cuarto" . Le devolví la mirada y sonreí. Era una mujer en la cuarentena de su vida, de negro pelo recogido en una austera trenza que le llegaba mas abajo de la espalda. Menuda, frágil, blanca, de rasgos finos, denotaba descendencia europea, de caminar suave y silencioso. Su traje, oscuro de pana estilo sastre le llegaba mas abajo de la rodilla, medias veladas cubrían sus piernas. Nada de maquillaje, sobria y modesta como la decoración de su casa, así era la viuda cuando la conocí, así era su vida hasta que el destino o la casualidad llevaron mis andariegos pasos hacia la puerta de su casa en Cuenca, en la sierra sur ecuatoriana. Había puesto un aviso clasificado rentando una habitación disponible en su vivienda para universitarios. Allá llegué, con mis 18 años y una desvencijada maleta llena de sueños e ilusiones que al final se quedaron en la maleta y se diluyeron con el tiempo. La casa, una vieja construcción estilo españ

La amnesia

Mi hermana salió dando volteretas por el aire después del estruendoso impacto de la moto en que viajaba. Iba de pasajera y sin casco protector, a la tercera vuelta la fuerza de la gravedad la devolvió a tierra, cayó con toda su humanidad sobre el prado. Afortunadamente, pero quedo inconsciente. Dos semanas antes se había casado y su flamante esposo, radicado en Nueva York  tuvo que irse antes por razones de trabajo. La llamaba todos los días, mañana y noche. Recién casado y cuarentón, estaba de vacaciones cuando la conoció y en un acelerado noviazgo express se casaron. El hombre no creía y ella menos que se hubieran casado tan rápido y casi sin conocerse, pero así es la vida y el amor es juguetón y travieso… y nos pone a prueba. Mi hermana siempre fue alegre, fiestera y parrandera, nunca paraba en casa y no entendíamos como se  había casado con un señor tan serio, de pocas palabras, introvertido callado, calladisimo, casi que mudo. Lo primero que hizo el callado señor cuando llego a Nu

La balacera

La ráfaga de ametralladora agujereo la gruesa pared de adobe salpicando escombros por todo el lugar. Rayos de intensa luz entraron por la pared mezclados con polvo, tierra y humo. El olor a pólvora se esparció por toda la habitación. Pegamos nuestros temblorosos y agitados cuerpos al piso. La fría losa de cemento nos recibió y nos quedamos quietos, congelados, oyendo en los intervalos en que paraban las ráfagas, nuestros agitados corazones que palpitaban aceleradamente. Afuera, en las calles se escuchaba el correteo de los subversivos, la gritería de los hombres dando ordenes, los angustiosos quejidos de los heridos. El año era 1980; el lugar, Colombia, departamento del Cáqueta, municipio de San Vicente del Cagüan. Se estaban recrudeciendo los enfrentamientos entre la Guerrilla colombiana (FARC) y las tropas del ejercito acantonadas en esa remota y conflictiva región de Colombia. Se había descubierto que la guerrilla financiaba y controlaba el cultivo y producción de coca en esta reg

El verdugo

Jamas pudo olvidar aquella mirada, esos ojos suplicantes, desesperanzados y agónicos. Languideciendo, apagandose, dejando escapar su esencia vital, cerrándose para siempre. Y para siempre le quedo esa mirada. En sus sueños, en los lentos y largos amaneceres en duermevela, en el cielo cuando miraba pasar las nubes desde el vagón del tren rumbo a su trabajo, trabajo del cual estaba a punto de jubilarse. En otros rostros: en el de su esposa al despedirlo en las mañanas y desearle suerte en la oficina, ahí estaban esos ojos suplicantes, en los de sus hijos cuando accidentalmente se lastimaban y venían llorando hacia el a pedirle consuelo. Consuelo que nunca tuvo.
 Esta gris mañana de invierno en especial estaba melancólico, retrospectivo, ensimismado en sus recuerdos, abriendo oxidadas puertas que el olvido y el tiempo habían cerrado para siempre. Eso creía el hasta ese momento.
 Era muy joven cuando consiguió el trabajo como oficial de correcciones en el sistema penitenciario de los Est