El pasillo del adios
El anciano se levantó pesadamente de la cama tratando no enredarse con el catéter y la sonda, que conectadas al dorso de su mano lo alimentaban y le suministraban las medicinas que calmaban el intenso dolor que le recorría el cuerpo. Apoyándose en el porta-sueros, enojado y bastante molesto se ubicó en un rincón de la pequeña habitación del hospicio mientras la enfermera retiraba las sucias y malolientes sabanas, recogía almohadas y desechaba las toallas. Lo que más le irritaba al anciano era la indiferencia con que ella realizaba su trabajo, ni siquiera lo saludaba, lo ignoraba por completo, como si no existiera. Carraspeo fuertemente llamando la atención de la enfermera, pero esta siguió con su labor. Zarandeo el porta-sueros metálico produciendo un chirrido agudo. La enfermera volteo a mirar, pero no le hizo caso y siguió en su labor. Enfundada en un traje azul, con guantes, mascarilla y gorro de plástico, sólo sobresalían los negros ojos, aun cuanto también estaban enmarcados por