La merienda de mi compañera

 

Espero ansioso, casi que en éxtasis las 10:30 am, hora en que mi compañera de oficina saca su merienda de la lonchera. Es todo un espectáculo digno de coger palco. Ella con su escritorio ubicado a mis espaldas y de cara la pared no está en mi campo visual, pero a través de un acrílico frente a mí, en lo alto, puedo ver casi todos sus movimientos, en especial el rostro.


Como decía antes a eso de las diez y media se inclina un poco hacia la lonchera, la abre y exquisitamente, con movimientos estudiados deja caer su ondulada cabellera sobre la cara, toma tiernamente de la recién abierta lonchera un provocativo y grueso banano. Al levantar el rostro casi que cubierto por mechones de dorado cabello solo se ven sus ojos lúdicos fijos en la fruta y la boca entreabierta con los anhelantes labios esperando degustarla. Como si secretamente y en silencio elevara una plegaria al dios eros ofreciendo el sacrificio del banano, lo mira un instante y luego, sosteniéndolo fijamente con la mano, procede con la otra a pelarlo. En ese momento comienza lo verdaderamente fascinante y que magnetiza mi mirada al acrílico para no perderme un solo detalle de su ritual.


Con la mano libre y con los dedos índice y pulgar va desprendiendo una a una las tiras de cascara que se despegan suavemente, y de a pocos de arriba hacia abajo va quedando al descubierto la textura fresca y apetecible del banano. Procede a desnudarlo de su envoltorio original y se ve emergiendo la piel; erguido y desafiante la fálica fruta se dispone a ser engullida. Los labios se entreabren sensualmente y ella acerca el banano a la expectante boca, se detiene por un instante y saca la punta de la lengua para tocarlo sutilmente, para rozarle la piel, tal vez sentir su temperatura, su carnosidad, abre un poco más la boca y gira la lengua alrededor de la punta del fruto, luego lo va introduciendo suavemente, la lengua también se adentra en la boca cediendo el decidido empuje del banano, abre más la boca como midiendo su grosor, cierra los ojos y en un rápido movimiento de guillotina cercena con los dientes blancos un bocado.


En ese momento un ancestral miedo caníbal recorre mi cuerpo y me obliga a retirar la vista del acrílico. Levanto de nuevo la vista y veo su mejilla abultada mientras mastica decididamente el carnoso fruto. Sigue sosteniendo el banano en su mano mientras con la otra continúa pelándolo a medida que se acorta, vuelve y abre la boca, vuelve y lo cercena, se abulta la otra mejilla, retira un poco el cabello que cubre su rostro, un halo de voluptuosidad se dibuja en su cara. A que momentos de lujuria volará su mente, a que instantes de pasión llegaran sus pensamientos, no lo sé, pero lo imagino. Finalmente se engulle el ultimo trocito. Una tirita de piel del desaparecido banano le cuelga del labio, la toma con sus dedos, la deposita en una servilleta y se limpia la comisura de los labios para borrar toda evidencia del lascivo acto que acaba de realizar. Tira la cascara envuelta en una servilleta a la caneca de basura, se chupa un dedo donde aún permanece un poco de la fruta, saca el dedo de la boca con un ademan provocativo, da por terminada la merienda, se acomoda en su asiento y continúa trabajando, yo la imito y retiro la mirada del acrílico para también seguir trabajando.

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