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Mostrando las entradas de marzo, 2021

El fisgón

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  Se arrastró un poco más sobre la hierba, apartó unos matorrales, asomó la cabeza y desde el montículo, en la orilla del riachuelo la pudo ver. Con el agua del rio rodeándole los muslos la empleada enjuagaba la ropa dejándola mecer sobre la suave corriente para luego enjabonarla y estregarla en la superficie de una piedra lisa que sobresalía del nivel del agua. Tenía recogida la falda casi que, a la altura de los glúteos para no mojarla, por lo tanto, al estirar la prenda que lavaba sobre la piedra arqueaba su cuerpo hacia delante deslizando la falda hacia arriba y dejando ver las ancas redondas, blancas y fofas que se apretaban, soltaban y fruncían al lavar la ropa y golpearla contra la piedra. El muchacho aparto nuevamente los matorrales que se interponían entre sus ávidos ojos y la espléndida visión del abundante trasero que como un fuelle se comprimía y expandía voluptuosamente para encender su hormonal fuego que al instante reaccionó erguido. Deslizó una de sus manos por debajo d

El nigromante

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  -Y esta que dice?, me preguntó mientras depositaba sobre la mesa el naipe tomado de la baraja al azar. Miré la carta: corazones, -elija otra, le dije, espadas sacó. Levanté la vista y la observé detenidamente. “La gitana” le decían en el barrio, tendría unos 30 años, yo estaba en los diecisiete. Era alta, de piel blanca salpicada por pecas oscuras en los hombros y en los turgentes pechos que se insinuaban en el escote que dejaba ver la blusa que vestia. El cabello, largo, oscuro y ondulado; a veces, al mover la cabeza le caía seductoramente sobre el rostro ocultando parte de sus labios carnosos y dejando ver, semi escondidos unos ojazos negros de mirada intensa y penetrante. No era delgada ni gorda, tenía buena carne y bien repartida, por eso en el barrio, los galanes más avezados le hacían lances que ella esquivaba muy sutilmente. Aparte de que el hermano, “El gitano”, no permitía que nadie se le acercara y el hombre era temido por belicoso, buen peleador y bronco. -Vamos, que ves,

Un intento fallido

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  La ocasión era perfecta. Nuestros hijos iban a estar fuera todo el fin de semana. Así que ni corto ni perezoso rebusqué en el cajón de las medias y los calzoncillos la bolsita super escondida que un solicito amigo me había regalado meses atrás. -Me lo vas a agradecer y vas a querer más, -me había dicho al momento de entregármela por debajo de la mesa, mirando hacia todos los lados para asegurarse de que nadie nos observara. -Loco, tenete duro que es alto voltaje, -finalizó riendo mientras nos despedíamos. Sali del restaurante mirando disimuladamente sobre mis espaldas temiendo que alguien nos hubiera visto, caminé hacia el carro con una creciente sensación de intranquilidad que iba de mi estomago al pecho, para luego llegar a las manos con síntomas de nerviosismo. Abrí la portezuela con manos temblorosas y arranqué hacia casa no sin antes dar unas cuantas vueltas para cerciorarme de que nadie me siguiera. Llegué y refundí la bolsita en el mencionado cajón sin comentarle nada a mi esp