El fisgón
Se arrastró un poco más sobre la hierba, apartó unos matorrales, asomó la cabeza y desde el montículo, en la orilla del riachuelo la pudo ver. Con el agua del rio rodeándole los muslos la empleada enjuagaba la ropa dejándola mecer sobre la suave corriente para luego enjabonarla y estregarla en la superficie de una piedra lisa que sobresalía del nivel del agua. Tenía recogida la falda casi que, a la altura de los glúteos para no mojarla, por lo tanto, al estirar la prenda que lavaba sobre la piedra arqueaba su cuerpo hacia delante deslizando la falda hacia arriba y dejando ver las ancas redondas, blancas y fofas que se apretaban, soltaban y fruncían al lavar la ropa y golpearla contra la piedra. El muchacho aparto nuevamente los matorrales que se interponían entre sus ávidos ojos y la espléndida visión del abundante trasero que como un fuelle se comprimía y expandía voluptuosamente para encender su hormonal fuego que al instante reaccionó erguido. Deslizó una de sus manos por debajo d