El fisgón


 

Se arrastró un poco más sobre la hierba, apartó unos matorrales, asomó la cabeza y desde el montículo, en la orilla del riachuelo la pudo ver. Con el agua del rio rodeándole los muslos la empleada enjuagaba la ropa dejándola mecer sobre la suave corriente para luego enjabonarla y estregarla en la superficie de una piedra lisa que sobresalía del nivel del agua. Tenía recogida la falda casi que, a la altura de los glúteos para no mojarla, por lo tanto, al estirar la prenda que lavaba sobre la piedra arqueaba su cuerpo hacia delante deslizando la falda hacia arriba y dejando ver las ancas redondas, blancas y fofas que se apretaban, soltaban y fruncían al lavar la ropa y golpearla contra la piedra.


El muchacho aparto nuevamente los matorrales que se interponían entre sus ávidos ojos y la espléndida visión del abundante trasero que como un fuelle se comprimía y expandía voluptuosamente para encender su hormonal fuego que al instante reaccionó erguido. Deslizó una de sus manos por debajo del pantalón, apretó fuertemente su enhiesta virilidad y al ritmo de los glúteos que tenía en frente comenzó un rítmico movimiento de placer.


La tez trigueña de la señora se le iba aclarando ascendentemente por los muslos hasta llegar a la parte que nunca le daba el sol y de la cual, como hipnotizado el muchacho no apartaba los ojos. Siempre la observaba en sus quehaceres domésticos y siempre la libido le erotizaba los sentidos. Llevaba más de un mes de vacaciones de verano en la finca campestre de la familia y el sol que le calentaba la piel y la juventud que le hervía las hormonas, lo convertían en un volcán a punto de estallar. Por eso y por el solo hecho de ser mujer había encontrado en la empleada una fuente de fantasías eróticas que lo convertían en el protagonista de una novela donjuanesca.


Se mecía suavemente recostado en la hierba al ritmo de las blancas asentaderas de la empleada; ella las apretaba al empinarse y el apretaba; ella soltaba y se aflojaba y el soltaba y respiraba. Cerró los ojos un instante para dejar volar su imaginación: Se levantó sutil y sigilosamente se deslizó al rio. Estaba a unos cuatro metros de ella; por entre las piedras y la corriente se le fue acercando por detrás para justo al quedar cerca levantarse del agua y rodearla con los brazos. Ella reaccionó forcejeando un poco, pero el sujetó con más fuerza. - ¿Me asusto, joven que hace? -No ve que nos pueden ver!, -mi marido ya se levantó. El muchacho no contestó, la apretó más hacia si para que ella sintiera su vitalidad y poco a poco la fue inclinando sobre la piedra. Ella entre movimientos de no querer y dejarse hacer soltó su cuerpo sobre el roquedal, el muchacho aprovechó para abrirle un poco más las piernas y con el agua del rio mojando sus genitales la penetró, ella gimió y se apretó a la piedra, el embistió y ella se dejó caer un poco más para facilitarle la acometida, el aceleró, ella lo encorsetó, lo aprisionó y luego lo exprimió. El muchacho se aferró a la empleada para no caerse mientras convulsionaba soltando los últimos estertores de su pasión.


-Joven!, ¡joven! qué hace? Abrió los ojos y vio parada a la empleada a su lado con la canasta de ropa recién lavada en una mano y con la otra vertiéndole agua sobre el rostro para despertarlo. -vaya al rio a bañarse y deje de hacer esas cochinadas joven!, le dijo la empleada entre risitas mientras se alejaba del muchacho, este al mirarla alejarse observo que aun llevaba la falda recogida y que las desnudas y blancas nalgas aun conservaban la roja marca de dos manos recién aferradas.   


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