Un ajuste de cuentas con el Coronavirus
Llevaban más de 30 días de confinamiento en un reducido apartamento de Queens en New York, hacinados y con dos perros, el matrimonio no podía ni abrir las diminutas ventanas pues venían de sufrir un crudo invierno y estaban selladas. Al comienzo todo era soportable, ella se levantaba temprano, tipo 4 de la mañana, como siempre lo había hecho durante 30 años para ir a la Factoría donde trabajaba, preparaba el desayuno, les daba la comida a los perros y volvia con el marido a la cama a desayunar, ver noticias y series de televisión. Casi siempre se dormían de nuevo en medio de las series hasta que ella se despertaba angustiada por que se le hacía tarde y no tenía listo el almuerzo; otras, las más, era el quien de un codazo la despertaba urgido porque tenía hambre y no había nada para comer. Merendaban en el comedor, luego tomaban un baño y empiyamados de nuevo caían a la cama a seguir viendo series. En la noche preparaba la cena por que el marido no perdonaba las tres comidas di