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El Predicador

El hombre, elegantemente vestido; con camisa de cuadros blanca y azul, manga larga y puño grande doblado hacia arriba, chaleco negro ajustado, jeans y botas, salió de un lado del escenario. Despacito, muy despacito con las manos juntas, los ojos semicerrados y la cara en dirección al cieloraso del teatro. La banda, compuesta de cinco muchachos jóvenes aumentó el sonido de sus instrumentos y entonando una alabanza impregnó el recinto de religiosidad. Los feligreses, entre los cuales me encontraba comenzaron a elevar las manos al cielo y entonando en coro el tribillo de la alabanza entraron en éxtasis espiritual. El predicador aprovechó el momento para comenzar su predica del domingo. Hombre cincuenton, en buena condición física y sonrisa de azafata internacional, se acercó al centro del escenario, un rayo de luz lo iluminaba en su lento y estudiado recorrido, avanzaba con las manos unidas en oración: queridos hermanos esta mañana mientras estaba desayunando se me vino a la cabeza un ve