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Mostrando las entradas de julio, 2013

La viuda

Me miro de arriba abajo: "bienvenido, este es su cuarto" . Le devolví la mirada y sonreí. Era una mujer en la cuarentena de su vida, de negro pelo recogido en una austera trenza que le llegaba mas abajo de la espalda. Menuda, frágil, blanca, de rasgos finos, denotaba descendencia europea, de caminar suave y silencioso. Su traje, oscuro de pana estilo sastre le llegaba mas abajo de la rodilla, medias veladas cubrían sus piernas. Nada de maquillaje, sobria y modesta como la decoración de su casa, así era la viuda cuando la conocí, así era su vida hasta que el destino o la casualidad llevaron mis andariegos pasos hacia la puerta de su casa en Cuenca, en la sierra sur ecuatoriana. Había puesto un aviso clasificado rentando una habitación disponible en su vivienda para universitarios. Allá llegué, con mis 18 años y una desvencijada maleta llena de sueños e ilusiones que al final se quedaron en la maleta y se diluyeron con el tiempo. La casa, una vieja construcción estilo españ

La amnesia

Mi hermana salió dando volteretas por el aire después del estruendoso impacto de la moto en que viajaba. Iba de pasajera y sin casco protector, a la tercera vuelta la fuerza de la gravedad la devolvió a tierra, cayó con toda su humanidad sobre el prado. Afortunadamente, pero quedo inconsciente. Dos semanas antes se había casado y su flamante esposo, radicado en Nueva York  tuvo que irse antes por razones de trabajo. La llamaba todos los días, mañana y noche. Recién casado y cuarentón, estaba de vacaciones cuando la conoció y en un acelerado noviazgo express se casaron. El hombre no creía y ella menos que se hubieran casado tan rápido y casi sin conocerse, pero así es la vida y el amor es juguetón y travieso… y nos pone a prueba. Mi hermana siempre fue alegre, fiestera y parrandera, nunca paraba en casa y no entendíamos como se  había casado con un señor tan serio, de pocas palabras, introvertido callado, calladisimo, casi que mudo. Lo primero que hizo el callado señor cuando llego a Nu

La balacera

La ráfaga de ametralladora agujereo la gruesa pared de adobe salpicando escombros por todo el lugar. Rayos de intensa luz entraron por la pared mezclados con polvo, tierra y humo. El olor a pólvora se esparció por toda la habitación. Pegamos nuestros temblorosos y agitados cuerpos al piso. La fría losa de cemento nos recibió y nos quedamos quietos, congelados, oyendo en los intervalos en que paraban las ráfagas, nuestros agitados corazones que palpitaban aceleradamente. Afuera, en las calles se escuchaba el correteo de los subversivos, la gritería de los hombres dando ordenes, los angustiosos quejidos de los heridos. El año era 1980; el lugar, Colombia, departamento del Cáqueta, municipio de San Vicente del Cagüan. Se estaban recrudeciendo los enfrentamientos entre la Guerrilla colombiana (FARC) y las tropas del ejercito acantonadas en esa remota y conflictiva región de Colombia. Se había descubierto que la guerrilla financiaba y controlaba el cultivo y producción de coca en esta reg

El verdugo

Jamas pudo olvidar aquella mirada, esos ojos suplicantes, desesperanzados y agónicos. Languideciendo, apagandose, dejando escapar su esencia vital, cerrándose para siempre. Y para siempre le quedo esa mirada. En sus sueños, en los lentos y largos amaneceres en duermevela, en el cielo cuando miraba pasar las nubes desde el vagón del tren rumbo a su trabajo, trabajo del cual estaba a punto de jubilarse. En otros rostros: en el de su esposa al despedirlo en las mañanas y desearle suerte en la oficina, ahí estaban esos ojos suplicantes, en los de sus hijos cuando accidentalmente se lastimaban y venían llorando hacia el a pedirle consuelo. Consuelo que nunca tuvo.
 Esta gris mañana de invierno en especial estaba melancólico, retrospectivo, ensimismado en sus recuerdos, abriendo oxidadas puertas que el olvido y el tiempo habían cerrado para siempre. Eso creía el hasta ese momento.
 Era muy joven cuando consiguió el trabajo como oficial de correcciones en el sistema penitenciario de los Est