La balacera

La ráfaga de ametralladora agujereo la gruesa pared de adobe salpicando escombros por todo el lugar. Rayos de intensa luz entraron por la pared mezclados con polvo, tierra y humo. El olor a pólvora se esparció por toda la habitación. Pegamos nuestros temblorosos y agitados cuerpos al piso. La fría losa de cemento nos recibió y nos quedamos quietos, congelados, oyendo en los intervalos en que paraban las ráfagas, nuestros agitados corazones que palpitaban aceleradamente. Afuera, en las calles se escuchaba el correteo de los subversivos, la gritería de los hombres dando ordenes, los angustiosos quejidos de los heridos.

El año era 1980; el lugar, Colombia, departamento del Cáqueta, municipio de San Vicente del Cagüan. Se estaban recrudeciendo los enfrentamientos entre la Guerrilla colombiana (FARC) y las tropas del ejercito acantonadas en esa remota y conflictiva región de Colombia. Se había descubierto que la guerrilla financiaba y controlaba el cultivo y producción de coca en esta región selvática del sur oriente colombiano y esa pequeña ciudad donde nos encontrábamos era la puerta de entrada del millonario negocio. Quien controlara ese lugar, controlaría el mercado.

Un compañero de la universidad cuyos padres tenían una hacienda ganadera en la región nos había invitado a pasar unas vacaciones en dicho lugar. Alistamos el viejo jeep "Land Roover" que tenia por aquella época y partimos. Eramos cuatro muchachos con ganas de sentir emociones y aventuras. Lleve mi Nikon F2, fiel compañera de viajes y correrías.

Atravesamos dos cordilleras con sus serpenteantes caminos, bordeando precipicios y desfiladeros al lado de la estrecha vía. Encontramos varios puestos de resguardo del ejercito donde nos paraban y pedían documentos y la razón por la que íbamos hacia esa inestable zona. En el último reten del ejercito trataron de quitarme la cámara fotográfica con el pretexto de que estaba prohibido tomar fotos a instalaciones y pertenencias militares pues fotografíe a unos soldados que me parecieron muy jóvenes y con unos pesados fusiles que casi no podían con ellos, afortunadamente solo se quedaron con el rollo fotográfico que tenia la cámara en ese momento.

Bajando la cordillera central, casi llegando a nuestro destino nos encontramos con otro reten; habíamos entrado en tierra de nadie, pueblos sin ley y sin Dios donde imperaba la voz del mas fuerte. El resguardo era de las temibles FARC. Vestían casi igual que el ejercito colombiano a excepción de la bandera colombiana pegada en el costado de uno de sus hombros y las botas de campaña de caucho, negras hasta la mitad de la rodilla. Los que parecían ser de alto mando y nos cuestionaban eran de mirada hostil, recelosos, desconfiados, bruscos y demandantes. Los muchachos que los acompañaban y se cuadraron al rededor nuestro eran de mirada asustadiza y esquiva; indios, campesinos enfundados en sus trajes verde oliva y agrandados con los fusiles en la mano.

Después de que nuestro compañero el hijo del dueño de la finca hablo con ellos en privado, nos dejaron pasar y continuamos nuestro viaje en silencio, preguntándonos que habría dicho nuestro amigo a las FARC para que nos dejaran pasar pues estaban muy empeñados en retenernos ahí.

Mas adelante encontramos otro reten, pero esta vez producto de la madre naturaleza. Un enorme árbol se había caído y obstaculizaba la vía. Se habían acumulado mas de 10 carros en la linea de espera. Nos bajamos y avanzamos hacia el gigante tronco caído, ya estaban los conductores de los otros vehículos y en especial los de los camiones tratando entre todos de mover el pesado tronco y echarlo a rodar cuesta abajo para despejar la vía.

Todos empujaban, todos ponían el hombro, nos unimos al común esfuerzo para tratar de mover el pesado obstáculo. Estábamos en ese forcejeo con el árbol cuando de la montaña descendieron los de las FARC; era un pelotón de unos 20 hombres, todos fuertemente armados y con sus mochilas en la espalda. De inmediato ordenaron que moviéramos los carros unos 20 metros hacia atrás. Despejada el área, sacaron de una mochila una carga de dinamita, la insertaron debajo del árbol en la mitad del camino, extendieron la mecha unos cuantos metros y cubriendose detrás de una gran roca encendieron la mecha.

Nosotros nos resguardamos en un barranco que bordeaba el camino. Los segundos pasaron angustiosamente lentos mientras esperábamos la detonación con los oídos tapados como nos habían recomendado los subversivos. La polvareda llego hasta nosotros, el ruido fue seco y ensordecedor, el estrépito lanzo pedruscos, astillas del árbol y polvo hasta nuestros pies. El impacto y el susto no nos permitían movernos del lugar hasta que escuchamos los gritos de: "Hurraaa!!", "Vivaaa!!", victoreando a los de las FARC por la ayuda que nos habían prestado.

Llegamos al pueblo, las miradas curiosas e inquisidoras nos siguieron todo el trayecto que recorrimos por la calle principal hasta llegar a la casa donde íbamos a dejar parqueado el jeep para tomar rumbo a la hacienda. De ahí partimos hacia el río, tomamos una pequeña lancha y después de tres horas de navegación llegamos a una casa que hacia las veces de posada para los viajeros. En el corral nos esperaban los caballos que nos llevarían a la hacienda. Otras tres horas a caballo vadeando el río, subiendo por las colinas, atravesando rastrojos, esquivando despeñaderos hasta llegar a nuestro destino.

Me dedique en el corto mes que estuvimos allí a tomar fotos de los bellos paisajes que nos ofrecía esa hermosa región de colombia, puerta de entrada a los llanos orientales; bellos atardeceres rojizos, ocres, encendidos; impresionantes amaneceres con bandadas de pájaros remontando vuelo en el horizonte; bravos y laboriosos campesinos realizando sus arduas faenas diarias: arreando, marcando, castrando u ordeñando ganado o persiguiendo y enlazando potros cerreros. Termine mi existencia de rollos fotográficos en menos de dos semanas.

En dos ocasiones las FARC  legaron hasta la finca de nuestro amigo. Llegaban subrepticiamente, casi siempre en la noche. Cuando nos percatábamos ya estaban en la casa rodeándola, iban por el impuesto que les cobran a los campesinos y hacendados para dejarlos trabajar en paz y no "molestarlos", según ellos. Aparte de la plata que exigían, muchas veces pedían medicinas, armas, municiones lo que les fuera útil se lo llevaban sin tener opción de reclamar u oponerse. La situación se le estaba haciendo insostenible al papa de nuestro compañero 

Las otras dos semanas restantes se fueron volando. Pasamos el tiempo pescando, cazando o montando a caballo por los potreros de la hacienda hasta que regresamos para pasar una noche en la casa del pueblo y madrugar al siguiente día para tomar carretera temprano.

Esa madrugada fue la toma del pueblo por la guerrilla. El combate duro desde las cuatro de la mañana que llegaron los subversivos disparando a diestra y siniestra por la calle principal, haciendo estallar la única estación de gasolina que había en el pueblo, hasta las diez de la mañana que el ejercito en una fiera y desesperada confrontación logro hacer retroceder la guerrilla a la selva de nuevo.

El cruento combate casi que arraso el pueblo, la estación de policía que usualmente resguardaba el poblado fue destruida por completo, destrozos por todas partes, carros incendiados, puertas derrumbadas, paredes agujereadas. Nosotros permanecimos en la casa, por orden del ejercito que por medio de unos altavoces anuncio que la persona que encontraran fuera de sus casa seria considerada un subversivo y correría el riesgo de ser baleada.

Por la tarde pudimos salir y comprobamos por nuestros propios ojos la magnitud del daño. Un pueblo desolado, arrasado oliendo a humo, a devastación y a mortecina pues habían unos cuantos perros y caballos muertos por las aceras. El ejercito patrullaba las calles y en cada esquina nos paraban para pedirnos documentos. Esa noche hubo toque de queda desde las seis de la tarde, no se nos permitió salir del pueblo.

Al siguiente día tuvimos que hablar con el capitán del regimiento en el improvisado cuartel que habían armado en la escuela del pueblo para que nos permitiera salir en la madrugada. El capitán un mulato, delgado, pequeño curtido por el sol y las batallas de mirada penetrante y gestos amenazantes, desconfiado por naturaleza y por su trabajo nos escudriño, nos preguntó y se cuestionó que era improbable que hubiéramos ido a ese lugar a pasar vacaciones sin un motivo especifico que valiera la pena para arriesgar nuestras vidas. Decomisó nuestros documentos de identidad y nos dijo que pasáramos en la tarde a recogerlos y nos tendría una respuesta definitiva, que iba a consultar con los altos mandos.

Pasamos la tarde un poco preocupados y pensando en irnos de una vez antes del toque de queda, arriesgarnos, aventurarnos y salir rápido del pueblo antes de que las cosas se complicaran mas. Sopesamos la situación, pero nos pareció imposible una escapada así de esa manera, sin documentos y con tanto reten en el camino. Decidimos esperar.

Nuevamente, en la oficina del capitán, este nos escudriño con su penetrante mirada de arriba abajo: "universitarios?, izquierdistas supongo?" y nos miro con desprecio. "Tengo que dejarlos ir, no hay nada contra ustedes, por mi los investigaría mas, pero son ordenes". "Los estaré vigilando, el viaje es largo y muchas cosas pueden pasar", nos asevero antes de despedirnos.

A las cuatro de la madrugada subimos nuestras mochilas al viejo jeep y partimos en medio de la oscuridad y desolación del pueblo. Solo la tropa rondaba por las calles. A la salida nos encontramos el primer resguardo; "salgan del auto, contra el carro con las manos en alto para una revisión por favor". Tres mas retenes encontramos en el camino y en todos fue los mismo. A eso de las nueve de la mañana, subiendo la cordillera central, en una curva encontramos otro resguardo.

El trato aquí fue muy diferente, sin cortesías, con brusquedad y ordenes secas. Nos hicieron bajar apuntándonos con sus fusiles y nos tendieron boca abajo en en la tierra con las manos en lo alto detrás de la nuca. Bajaron todo nuestro equipaje y lo revisaron articulo por articulo. Dos bien entrenados perros se subieron al jeep y lo olieron por todas partes; por debajo revisaron minuciosamente. Volvían y revisaban, volvían con los perros y seguían auscultando el jeep.

Alcanzamos a escuchar a uno de los uniformados, tal vez un teniente que con un radio transmisor en la mano repetía: "si el jeep blanco, si por todas partes mi capitán, dos horas llevamos revisando, si con los perros, no, no hemos encontrado droga.  De nuevo?, si mi capitán como ordene". Nos quedamos helados. Droga, que droga estaban buscando y por qué, a nosotros?. Nos miramos entre si buscando respuestas en nuestras miradas. Solo aprehensión, dudas y miedo encontramos.

El teniente nos llamó: "Esto es muy sencillo" nos dijo, "Tenemos un informe de que ustedes están transportando cocaína en el carro. O nos dicen por las buenas donde esta escondida o que la hicieron o comenzamos a desbaratar el jeep y taladrarlo en busca de la droga".

Lo primero que pensé fue en que la guerrilla, en represalia por que el papa de nuestro amigo se había negado a pagar la ultima cuota de extorsión del mes, habían llamado al ejercito anónimamente para enredarnos la situación. Negamos, no sabíamos nada, nos mirábamos, seguíamos negando hasta que el teniente nos mando a callar y apareció un soldado en escena con un taladro para comenzar a perforar las puertas y carrocería del jeep en busca de la inexistente droga. Hable con el teniente tratando de hacerlo entra en razón, de que era una equivocación, un informe falso o algo por el estilo pero el hombre era inflexible, solo acataba ordenes me dijo, nada podía hacer. Llegarle al capitán con la droga y nosotros de regreso, era la única salida, nos dijo.

Mientras hablábamos perforaron la llanta de repuesto por todos los lados; quedo inservible y no encontraron nada. En un intento desesperado me ofrecí antes de que perforaran las puertas del carro a yo mismo quitar y desarmar las solapas de las mismas. El teniente dudo un instante, pero al ver mi rostro de angustia al saber que iban a acabar con el jeep, aceptó. Con destornillador en mano comencé a quitar una a una las solapas interiores de las puertas; trabajo arduo y lento para una persona como yo que no he sido hombre de herramientas y reparaciones.

Por fin quite la primera solapa; vacía, nada escondido allí, seguí con la segunda. Mientras tanto los soldados seguían golpeando el jeep por todas partes en busca de sonidos ahogados que delataran la presencia de doble fondo o algo camuflado en el interior. Al emprenderla con la cuarta y ultima puerta el teniente se me acerco y me dijo: "le falta mucho?". "Solo esta, creo que media hora mas mi teniente", le conteste. "No la desarme, creemos que fue un informe falso, suban todo al carro y vallanse, tienen la vía libre y disculpen la molestia".

No lo podíamos creer, que alivio, en menos de cinco minutos subimos todo al jeep y partimos de ahí lo mas rápido que pudimos. Nuestro amigo, el hijo del dueño de la finca reía nerviosamente y repetía: "de buenas, estuvimos muy de buenas, gracias mi Diosito lindo, gracias por este favor!". Repetía y nosotros lo mirábamos sin entender lo que decía.

Rodamos por la carretera tragando kilómetros sin ningún contratiempo. Llegando a nuestro destino se comenzó a sentir mal el nervioso amigo nuestro y nos toco parar ayudarlo; vomitaba y tenia diarrea, lo llevamos a el puesto de salud mas cercano del lugar donde nos encontrábamos. Tenia que quedarse en observación por esa noche, pues estaba muy débil; había pescado algún tipo de infección intestinal por ingestión de alimentos crudos o mal preparados. A nosotros nos dieron unas pastillas por prevención.

Buscamos un hotelito barato para pasar la noche, rentamos un cuarto para todos y nos acomodamos como pudimos. Al filo de la media noche el sofocante y bochornoso calor del cuarto me sacó de la habitación, ubiqué un balconcito que daba al parqueo del hotel y me sente asentir la refrescante brisa nocturna.

Estaba ensimismado en mis pensamientos cuando note que alguien estaba en jeep. Alguno de los muchachos que tampoco puede dormir, pensé. Bajé para charlar con el un rato y cuando abrí la puerta mayúscula sorpresa me lleve. Nuestro amigo, el enfermo, el hijo del dueño de la finca estaba sacando de la única puerta que no desmonte en el reten unos paquetes camuflados en el interior. Alcancé a contar cuatro paquetes como del tamaño de un ladrillo.

Se asusto al verme, reaccionó ante la sorpresa, se vino contra mi con el largo destornillador en la mano, retrocedí, caí al suelo, se me vino encima, estaba indefenso. "Lo siento, la guerrilla me obligo, nos amenazo, tienen a mi papa secuestrado, si no transportaba esto lo mataban", me dijo casi que llorando y soltó el destornillador. Quede sentado en el piso y el al lado mío. Del susto pase a la rabia, le dije que había puesto la vida y seguridad de todos en peligro, que nos había usado como "mulas", que había traicionado nuestra a mistad, que eso era un delito, que nos uso. Que no tenia opción me replicó, era su papa, su familia la que estaba en peligro no nosotros

Que ellos lo estaban esperando en el puesto de salud para que les entregara los paquetes y así soltar a su papa del cautiverio, me dijo. Le dije que fuéramos a la policía, que los denunciáramos, que era la oportunidad de atraparlos. "Noooo, que crees" casi que me grito. "Si vamos a la policía, atrapan a estos dos que me están esperando y a mi papa  lo matan allá, ademas nos detienen por transportar droga y corremos el riesgo de que los policías se queden con los paquetes y nos maten. O nos mata la guerrilla o nos mata la policía. O voy y entrego los paquetes, sueltan a mi papa y ustedes quedan limpios sin involucrarse en esto".

Seguí sentado en el piso pensando. Que dilema tenia en frente de mi; quedarme callado significaba salvar la vida de su papa, denunciarlo era firmar la sentencia de muerte de todos pues la guerrilla nos buscaría y nos mataría por denunciarlos. Ellos tenían vínculos en las ciudades, sabían donde encontrarnos y nosotros no teníamos ni los recursos ni la fuerza para contrarrestar un ataque de los subversivos. Nos encontrarían, era un enemigo demasiado grande para enfrentarlo.

Cedí, le dije que se fuera, que hasta allí llegaba nuestra amistad. Pasó el tiempo y el asunto lo fueron sepultando montañas de días, años y recuerdos, hasta la semana pasada que leí en el periódico la noticia de un reconocido narcotraficante dado de baja en las selvas del Cáqueta. Era el muchacho aquel, nuestro "amigo" que salvó a su papa de la guerrilla. El que en mi viejo jeep dio el primer paso para llegar a convertirse en uno de los delincuentes mas buscados del país.

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