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Mostrando las entradas de febrero, 2019

La carta

Releyó la carta nuevamente, la dobló cuidadosamente y la ocultó en el fondo del armario, en un bolso viejo donde guardaba recuerdos que no le cabían en la memoria, que no quería retener pero tampoco olvidar. Quizo en un instante, en que por su mente se cruzaron los fatídicos presagios que contenía la carta, destruirla, pero se contuvo, supuso que si la quemaba estaría sellando su destino. Se casó muy joven y sin mucho amor; por compromiso, por conveniencia de los padres con un hombre mayor que por supuesto le aseguraría el futuro económico. -El amor vendrá después, le había dicho su mama, -es cuestión de costumbre, de dormir juntos y criar los hijos; le sentenció su madre al final. Así fue, pasaron los años y llegaron los hijos. El ir y venir diario con el corre corre fueron construyendo y solidificando la relación; una especie de amor, de aceptación del uno por el otro, del macho proveedor y la hembra hacendosa que mantenía la casa en orden, que educaba los hijos y adema

Dejémonos de hipocresías!!!

Eran las seis de la madrugada, se estaban yendo de la oficina, habíamos trabajado toda la noche en la redacción del periódico. De pronto, ya en el taxi ella se acordó de algo; le dijo a su marido que la esperara, subió corriendo las gradas, tocó la puerta. Me sorprendí cuando la vi, supuse que se le había olvidado algún papel. -Dejémonos de hipocresías- me dijo tajantemente, cerró la puerta a sus espaldas, avanzó resuelta hacia mi y comenzó a besarme. Afuera la temperatura descendía; comenzaba una pertinaz llovizna invernal que poco a poco fue solidificandose hasta convertirse en suaves copos de nieve que fueron alfombrando la calle, los carros, los tejados y en especial el taxi donde se encontraba el ansioso marido esperándola. Adentro la temperatura se acrecentaba empañando los cristales de las ventanas. Por aquellos años, en New York, en los noventas trabajaba en la redacción de un periódico deportivo, desde el cual también servíamos de base para otros periódicos y revista

El santuario

En una esquina, en un rinconcito frondoso, verde, acogedor se encuentra el santuario, la capilla, es sagrado, es místico, es religioso, es un altar pagano donde le rendimos culto a la madre tierra: "Pachamama". Está franqueado por dos columnas que en el cenit se encargan de darle sombra al santuario con una bóveda formada por las verdes y tupidas hojas de los dos arboles que sembramos años atrás, uno de mango y otro de aguacate. Permiten, estos dos arboles que la brisa se filtre a través de las hojas produciendo una placentera melodía, un susurrar de hojas que se rozan, se besan y acarician, y de viento que se filtra, que las aleja, que las separa, como en una sensual danza, como en un tango arrabalero en el que los cuerpos se fusionan para luego separarse y reencontrase de nuevo. Ahí, con mi patita nos refugiamos, nos escapamos de las afugias de la vida. Esta lleno de matas: de helechos de hojas cayendo despeinadas, de orquídeas y veraneras de vividas flores. T