Dejémonos de hipocresías!!!


Eran las seis de la madrugada, se estaban yendo de la oficina, habíamos trabajado toda la noche en la redacción del periódico. De pronto, ya en el taxi ella se acordó de algo; le dijo a su marido que la esperara, subió corriendo las gradas, tocó la puerta. Me sorprendí cuando la vi, supuse que se le había olvidado algún papel. -Dejémonos de hipocresías- me dijo tajantemente, cerró la puerta a sus espaldas, avanzó resuelta hacia mi y comenzó a besarme. Afuera la temperatura descendía; comenzaba una pertinaz llovizna invernal que poco a poco fue solidificandose hasta convertirse en suaves copos de nieve que fueron alfombrando la calle, los carros, los tejados y en especial el taxi donde se encontraba el ansioso marido esperándola. Adentro la temperatura se acrecentaba empañando los cristales de las ventanas.

Por aquellos años, en New York, en los noventas trabajaba en la redacción de un periódico deportivo, desde el cual también servíamos de base para otros periódicos y revistas que no tenían oficinas y rentaban la nuestra para la redacción, edición y diagramación de los mismos. Entre ellos había una revista cultural y literaria (nombre que evitare decir por razones obvias) que circulaba cada mes; de las mejores que había por esa época dedicada a la comunidad latina. Contenía reseñas de arte, novedades literarias, entrevistas, poesía y cuentos de jóvenes escritores. Los editores y dueños eran una pareja de centroamericanos en los treintas. El era un escritor y periodista de vasto conocimiento, cultura de hombre mundano y bohemio, siempre con su cigarrillo en la boca y aliento a ron, de pluma ágil y certera. Era capaz en pocos minutos de llenar las paginas faltantes de la revista con relatos escritos al momento, comentarios de libros, películas, obras de teatro o cualquier tema en general. Ella, de baja estatura, piel trigueña, cuerpo torneado y macizo, piernas gruesas y firmes, cara redonda enmarcada en un oscuro matorral de pelo negro que le caía desordenado en los hombros, ojos vivaces de largas pestañas oscuras. Era la imagen comercial de la revista, se encargaba de la pauta publicitaria.

En ese beso apresurado y torpe sentí su aliento a licor. Para mantenernos despiertos toda la noche, aparte de beber grandes cantidades de café, bebíamos ron o cualquier licor disponible. No me miraba, apretaba su macizo y voluptuoso cuerpo al mío y entre jadeos y temblores trataba de arrancarme la ropa y desvestirse ella al mismo tiempo. Me safé un poco de sus carnosos y apremiantes labios y le pregunte por su marido. -en el taxi esperándome,-contestó y siguió con su urgencia de desvestirnos. Le pasé a la puerta el cerrojo y avance apretujado con ella hasta la mi oficina, el tiempo apremiaba y las ansias crecían.

Casi siempre nos reuníamos los fines de semana para la elaboración de la revista y nos íbamos de amanecida el viernes, el sábado y a veces hasta el domingo. Usualmente llegaba el dueño que era el editor y columnista principal cargado de papeles con sus escritos para las diferentes secciones del magazine, escritos que yo digitaba para ir diagramando y paginando el contenido de la revista. También aparecía el corrector de texto (en aquel pasado remoto era una persona de carne y hueso no una maquina de cableado y componentes electrónicos la que ejercía esa labor),el fotógrafo y dos o tres columnistas que iban a supervisar sus escritos y de paso acompañarnos en la amanecida al son del tecleado en la computadora, sorbos de ron, olor a tabaco y anécdotas que se convertían en paginas para la edición.

A medida que a empujones y trancazos llegábamos la oficina fuimos dejando esparcidas por el suelo partes de nuestras vestimentas. Al quitarle el brasier salieron a mi encuentro dos voluminosos y redondeados pechos que se ofrecieron generosos a mis ojos, mis manos y mi boca. De oscuros y turgentes pezones con aureola de amplia circunferencia deleitaron mis apetitos carnales. El tiempo y el espacio como un vórtice huracanado se redujeron a ese cuerpo que de espaldas sobre el escritorio voluptuosamente se abría para recibir mi estocada. Sus piernas se trenzaron a mi espalda para imponerme un ritmo acompasado y suave que fue acelerando a un frenético sube y baja, un entra y sale que me catapultó a infinitas alturas del placer, desde donde como una cascada de aguas caudalosas me deje caer con chorro acuoso. Ella cerró los ojos, contrajo el vientre apretando mas sus piernas en un instante en el que se conectó con la energía universal. Nos fuimos soltando del nudo carnal poco a poco, desbaratando ese abrazo cósmico que detuvo el tiempo. Como si abriéramos los ojos por primera vez nos miramos asombrados y sentimos el frío de la calle.

Fue breve, fue intenso, fue superlativo. Se vistió en silencio, apresuradamente tal como se desvistió, me miró, me beso nuevamente y me dijo, -ambos lo queríamos, o no?, lo malo es quedarse con las ganas, chao!-. Bajó las gradas corriendo, fui a la ventana y la blancura nívea del paisaje encandilo mis ojos por un momento, sus huellas en la nieve al caminar hacia el taxi profanaban el virginal manto blanco del anden. Antes de subirse al taxi levantó el rostro y guińo un ojo. Me aleje de la ventana y mire el reloj en la pared, no habían pasado ni quince minutos, pero el tiempo se había eternizado en ese breve instante.

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