La merienda de mi compañera
Espero ansioso, casi que en éxtasis las 10:30 am, hora en que mi compañera de oficina saca su merienda de la lonchera. Es todo un espectáculo digno de coger palco. Ella con su escritorio ubicado a mis espaldas y de cara la pared no está en mi campo visual, pero a través de un acrílico frente a mí, en lo alto, puedo ver casi todos sus movimientos, en especial el rostro. Como decía antes a eso de las diez y media se inclina un poco hacia la lonchera, la abre y exquisitamente, con movimientos estudiados deja caer su ondulada cabellera sobre la cara, toma tiernamente de la recién abierta lonchera un provocativo y grueso banano. Al levantar el rostro casi que cubierto por mechones de dorado cabello solo se ven sus ojos lúdicos fijos en la fruta y la boca entreabierta con los anhelantes labios esperando degustarla. Como si secretamente y en silencio elevara una plegaria al dios eros ofreciendo el sacrificio del banano, lo mira un instante y luego, sosteniéndolo fijamente con la mano, proce