Los fugitivos


Los fuertes golpes en la puerta nos despertaron. Al comienzo, en la duermevela los toques fueron parte del sueño, pero luego se fueron acrecentando hasta salirse del subconsciente y trasladare a la realidad. Quedamos sentados en la cama tratando de ubicar su procedencia; la puerta, alguien tocaba insistentemente, miramos la hora: una de la mañana. Nos pusimos los trajes y nos deslizamos hacia el corredor de entrada, abrimos y nos encontramos con dos oficiales de seguridad, jóvenes ambos. Estaban buscando un par de fugitivos y tenían razones para creer que habían entrado furtivamente a nuestra casa, solicitaban permiso para entrar y revisar.

Enfundados en unos trajes a prueba de balas y acolchados, parecían mucho mas grandes y robustos de lo que realmente eran. Los acompañaban un par de mastines  de grandes cabezas con enormes fauces que olfateaban el ambiente en busca de olores. -Huelen el miedo de los fugitivos-, nos dijeron.  Se deslizaron por los pasillos, las alcobas y cuanto rincón había en la casa, casi que arrastrados por los feroces depredadores. Unas potentes luces en la cabeza les direccionaban el camino y despejaban sombras y dudas. En el patio trasero, con las armas automáticas bien sujetas avanzaban husmeando arbustos y recovecos del jardín.

Después de un exhaustivo escaneo del lugar que duro mas de dos horas, se disculparon con nosotros y siguieron revisando en otras casas. Cerramos la puerta de entrada y comenzamos a apagar luces para acostarnos cuando notamos que una de las ventanas estaba entreabierta, al acercarnos pudimos divisar escombros de tierra y vegetación en el marco de la ventana. Seguimos las huellas, a las claras eran unos pies desnudos, avanzamos tras de las pisadas sigilosamente, se dirigían al garaje. La adrenalina comenzó a invadir nuestros cuerpos mientras nos acercábamos al garaje. Abrimos la puerta de un empujón, el hedor a orines y mierda se nos arrojó a la cara, era el olor del miedo como bien habían dicho los oficiales. Al fondo en medio de unas cajas, ocultos en la oscuridad los detectamos.

Fue todo muy rápido y confuso. Los terrícolas no tuvieron tiempo de reaccionar, flexionamos las cuatro patas, miré a mi esposa y su cuerpo reptiliano se erizo, sus escamas brillaron, sus ojos se brotaron y la cresta de su columna vertebral se expandió como una aleta de pez lista para el ataque. Saltamos sobre ellos triturando sus endebles cuerpos. Mi esposa con sus fuertes mandíbulas y tenazas los inmovilizó y yo, de una dentellada los degollé. Dos terrícolas menos, la tierra era nuestro hogar ahora. 



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