Mariana, la mexicana


Mariana tomó el teléfono, marcó el número de México y esperó a que cesara el repiqueteo, a que alguien al final de la linea levantara el auricular; las manos le sudaban y se ahogaba al respirar, los recuerdos se le agolpaban en la cabeza, recuerdos que ahora le revelaban la verdad, una verdad que le dolía. Alguien al otro lado contestó la llamada, -Alo, quien habla?- al instante reconoció la voz de su mama. No pudo hablar un nudo de llanto en su garganta mezclado con rabia y una cascada de recuerdos se lo impidieron.

De niña, lo recordaba muy bien, solían irse de vacaciones de fin de año escolar en el verano por casi dos meses a la hacienda del tío Maximiliano, en Culiacán. Entre primos y hermanos eran un tumulto de críos de los tres añitos y los 17, mas de 15 muchachos, se acordaba ella. Siempre, infaliblemente la mama viajaba con ellos, el papa se quedaba en la capital trabajando. La calurosa bienvenida que el tío le daba a su mama la emocionaba; era un abrazo intenso, prolongado, en el cual se desmadejaba en sus brazos y el tio le susurraba al oido palabras que ella no alcanzaba a descifrar; Mariana solo los miraba extasiada y se preguntaba al mismo tiempo porque su papa no abrazaba así a su mama con tanto jubilo.

Se recostó un poco en la cama mientras saboreaba una copa de vino, trató de cerrar los ojos para remontarse al pasado, a muchos años atrás, a esos tiempos felices de su infancia. El repiqueteo metálico del tren 7 pasando por los rieles encima de la congestionada avenida Roosevelt en Queens, New York la desconcertaron y tuvo que levantarse para cerrar la ventana. Difícilmente podía silenciar el paso del tren pues el aire acondicionado empotrado en la ventana impedía el cierre total y dejaba a los lados un resquicio por donde entraba el traqueteo haciendo vibrar sos cristales.

El tio Maximiliano después de abrazar a su mama por un prolongado tiempo que a ella le parecía eterno, la levantaba del suelo, le despejaba el liso pelo negro enmarañado de la frente, la besaba en ambas mejillas y el decía, -mi niña, mi sobrina predilecta como te has estirado, pareces una gacela-. Mariana se colgaba del cuello y sentía su olor a hombre de campo, a sudor agrio, a humo, a vegetación y  caballos. Así, aferrada al cuello el tio la llevaba a la cocina y le daba unos elotes recién hervidos, bañados en mantequilla, queso y un poco de chile.

De vuelta a la cama Mariana repaso mentalmente los acontecimientos que, unidos entre si le iban clarificando la verdad que tanto negó, que tanto rechazó por miedo, por vergüenza. Allá, en la finca del tio todo eran festejos, alegrías. Su mama, que en la casa de la capital, junto a su papa, se marchitaba con el paso de los años, en la finca con el tio reverdecía, se abría como una flor en primavera y lo mismo se metía en la cocina para dirigir a la servidumbre en los quehaceres domésticos que se subía la pollera de vivos colores para montar al caballo y acompañar al tio Maximiliano en las faenas del campo. Eran dos meses intensos de algarabía, de bullicio de muchachos gritando, riendo, chapoteando en el riachuelo que pasaba junto al rancho. De tumbarse en el prado en las noches, boca arriba a contar las estrellas y adivinar las constelaciones. Vacaciones inolvidables que marcaron su vida, que aun ahora, en la cincuentena de la existencia, al evocar esa época, percibía el olor del rocío en las madrugadas, el penetrante aroma de los fogones de leña la envolvían con los frijoles, las tortillas humeantes y revivía ese pasado de inocencia, de ingenuidad que le escondían la traición que se consumaba. 

En el Distrito, en Mexico, mientras su mama se desdibujaba en la casa, no salía del cuarto y el carácter se le volvía agrio, tosco, al contrario de Marina que se sentía feliz, su papa la consentía, la mimaba; de una u otra forma el vinculo filial crecía. El papa buscaba en ella el apoyo y la solidaridad que no encontraba en su esposa, a medida que pasaban los años fueron volviéndose mas unidos y al mismo tiempo a Mariana se le fue enraizando en el corazón, en las entrañas, no precisaba muy bien donde, una rabia contenida, una aversión a su mama, un sentimiento que día a día la alejaba, la distanciaba y no lograba identificar el porque.

Fue en uno de esos veranos, no recordaba si el ultimo que estuvo en la finca, en que el tio Maximiliano pasado un poco de tequilas le dijo que tenia un secreto muy delicado que comentarle, un secreto inconfesable que se le atoraba en la garganta cada vez que la veía y quería expresarlo. Justo cuando se acercaba a Mariana para cogerle ambas manos y hablar, llegó su mama y muy enojada levantó al tio Maximiliano del asiento y lo obligo a acostarse. Al final de las vacaciones, en la despedida el tio Maximiliano se demoro mas de lo usual hablando con su mama, alcanzaba mariana a notar que la despedida se tornaba en discusión, en un momento el tio se despidió con un:-hay verdades que duelen, que matan si no las sacamos nos desgarra el alma!-. salió y abrazo a Marina diciendo: -mija, recuerde que siempre la querré pase lo que pase-. Fue el ultimo verano en la finca..

El siguiente año viajo con su papa a Nueva York para radicarse a vivir allá. De eso habían pasado mas de 40 años, y ahora, en su apartamento, recostada en la cama, sopesaba los acontecimientos presentes, los unía con hilachas del pasado e iba tejiendo la historia de su vida, de sus orígenes. 

Pasados unos pocos años de vivir en Nueva York dejó de comunicarse con su mama, no sentía la necesidad de llamarla, se iba perdiendo el vinculo maternal y eso la unía mas a su papa, la soledad del hombre le dolía, la obligaba a permanecer a su lado y privarse de tener una vida social, de salir con pretendientes que siempre rechazaba con la valedera disculpa de cuidar de su viejo. Inconscientemente le achacaba esta situación a su mama, el abandono y el destierro eran su culpa, ella los había obligado a ese exilio que los consumía, que los hacia sentir en medio del tumulto de la ciudad de Nueva York solos, completamente huérfanos de hogar y patria.

El día anterior, había estado con su papa en el hospital para ultimar los últimos detalles del transplante que necesitaba el viejo, ella como hija se había ofrecido para donarle el órgano. Aun le retumbaban las palabras del galeno informándole que no había compatibilidad para la donación pues el ADN no coincidía. Su papa se moría, ella no podía hacer nada para salvarlo y las respuestas estaban en Mexico, en su mama, en una anciana que también estaba enferma y olvidadiza.

Tomó el teléfono de nuevo, se bebió la copa de vino de un tirón para poder expulsar del fondo todo el cumulo de dudas que la atormentaban. El alcohol le enardeció el carácter y marcó decidida. La ronca y pausada voz de su mama se le adelanto: -Marianita hijita, escuchame, fue un amor verdadero…, mi único y gran amor, me case con el hombre equivocado y ame al que no debía-, tosió un poco y continuo, -una pesada cruz que lleve en los hombros toda mi vida, solo vivía dos meses al año, los otros diez languidecía, moría. El esperar este momento para hablar contigo me mantuvo viva-. -mama pero entonces mi papa?…, iba a proseguir pero el llanto le inundo el habla y calló. En ese momento le entró una llamada al celular del hospital y en el afán de contestar colgó la de su mama.

Cuando llegó al centro medico era tarde, había fallecido una hora antes. Dos semanas transcurrieron antes de volver a intentar llamar a México, esta vez le contestó la enfermera, su mama había entrado en coma y solo estaban esperando la decisión de los parientes mas cercanos para desconectarla y dejarla ir en paz. Se sentó en la cama sin fuerzas, sintiendo que el mundo la abandonaba, que ahora si quedaba sola. Un sobre grueso que había recogido del buzón le llamó la atención; provenía de México, lo abrió apresuradamente con creciente curiosidad. Una carta, unos documentos oficiales, leyó primero la carta, era del tio Maximiliano, había muerto y la había nombrado única heredera de toda su fortuna por ser su hija. 

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