Infidelidad


 

Agazapado entre la tupida vegetación, mimetizado en la oscuridad de la noche esperó expectante, ansioso, casi sin respirar. Una nubecilla de mosquitos revoleteaba por su rostro. Trataba inútilmente de espantarlos, pero apenas detenía el movimiento abanicado de la mano los mosquitos arremetían con más voracidad. Secó con la manga de la camisa el copioso sudor que le empapaba el rostro, enfocó la mirada hacia el sendero del parque que, débilmente iluminado por un farol le permitía una mejor vista. Un solitario banco acompañaba al desvencijado farol que mecido por el viento se apagaba y encendía a intervalos acrecentando la lúgubre escena.

A lo lejos escuchó el ladrido de un perro aproximándose. Se acomodó mejor entre los arbustos, tensó el cuerpo, al fondo por el sendero del parque la vio acercarse paseando la mascota. El animalito con el hocico a ras del suelo venia olfateando cuanta piedra, rama o vegetación se encontraba a su paso. Al aproximarse, el perro levantó el cuello, olfateo el aire y dirigiéndose hacia donde estaba escondido comenzó a ladrar con más fuerza. Apretó los músculos, aguantó la respiración, un sudor helado le recorrió la espalda, esperó sin moverse. La dueña del perro haló con fuerza de la correa que lo tenía sujeto, lo obligó a retroceder. Se sentó en la banca del parque justo debajo del farol, revisó el celular mirando intranquila en rededor.

El hombre oteo hacia todos los lados para cerciorarse de que estaban solos, la observó más detenidamente; llevaba una lycra azul ajustada al cuerpo que le resaltaban las curvas de sus caderas y las redondeces del cuerpo, un estrecho ajustador aprisionaba los pechos generosos, blancos y voluptuosos. Decidió esperar un poco. Cambio de posición al sentir que un entumecimiento de los músculos le subía por las piernas. Tanteo el revolver que llevaba en el bolsillo de la chaqueta, estaba frio, lo acaricio para entibiarlo mientras remojaba con la lengua sus resecos labios.

Se acercó sin hacer ruido por detrás. Avanzó despacio tratando de evitar pisar alguna rama seca u objeto que lo delatara. Alcanzó el espaldar del banco, se abalanzó sobre la dueña del perro aprisionando fuertemente los voluptuosos pechos entre sus manos. Ella reaccionó de inmediato tratando de soltarse del intruso, este la sujetó con más fuerza mientras procedió a mordisquearle el cuello. Soltó un gemido ahogado mientras giraba todo su cuerpo para quedar frente a él.

-Casi me matas del susto! - exclamó ella mientras se desprendía del intruso.

-Quería sorprenderte, - le contestó el mientras giraba alrededor del banco para ubicarse cara a cara.

Quedaron en paralelo, se contemplaron por un breve instante como midiendo fuerzas, pasión y deseo; se acercaron, entrelazaron lenguas y cuerpos. A prisa y con glotonería se lamieron, se devoraron, mezclaron sudor, saliva y secreciones hasta quedar exhaustos sentados en el banco dejando que la brisa nocturna enfriara y secara un poco sus exprimidos cuerpos.

-Esperaba ansiosa este momento- dijo ella tratando de acomodar la ropa de nuevo en su cuerpo.

-Yo también-, respondió el intruso. -Te veo en ocho días-, remató mientras le dejaba estampado un beso en la mejilla para luego alejarse caminando hasta perderse en la oscuridad del bosque.

Guardo el revolver en la chaqueta, caminó de prisa mientras le revoleteaban en su cabeza abismales y oscuros pensamientos. Debía llegar a casa antes de que su esposa notara su ausencia. Era casado, tenía tres hermosos hijos que no merecían sufrimiento ni dolor. Estaban muy chicos, no valía la pena darles un escándalo de semejantes proporciones. Ya estaba decidido, esta sería la última cita en el parque, era hora de acabar con estos encuentros que lo estaban destruyendo por dentro. Tal vez cuando sus hijos crezcan y sean adultos él podría tomar una decisión y terminar con su dolor para siempre, por ahora no, pensaba para sus adentros mientras subía por las escaleras de la casa hacia su cuarto.

Su esposa ya estaba acostada, se acercó en puntillas, le dio un beso en la frente, apago la luz de la lamparita, se dirigió al baño. La ropa de ella estaba regada por el piso, la tomo en sus manos, se la acerco al rostro y la olfateo; olía a sudor y secreciones, dejó la lycra azul en el suelo, sacó el revolver de la chaqueta, lo escondió en el armario, fue y se acostó a su lado, la abrazo por la espalda, le susurro al oído: -duerme tranquila, aun no es tiempo de que pagues por tus pecados, esperemos a que los niños crezcan-. Se durmió al instante.

 



 





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