Y te protegeré por siempre...

 


Se despertó sobresaltada, justo a la hora de siempre. La luna, dorada y redonda como una reluciente moneda de oro en la oscuridad de la noche difuminaba una luz plateada que se filtraba por los amplios ventanales del cuarto. Se sentó al borde de la cama. Miró el reloj situado en la mesita de noche, marcaba las diez en punto. Estaría por llegar, pensó para sus adentros; una cascada de recuerdos se desprendió de su memoria que lentamente la transportó al pasado.

Estaban aun soñolientos tratando de despertarse un domingo en el lecho. Peter se levantó de un salto, se paró al borde del camastro, le quitó la cobija de un tirón y se quedó contemplando el desnudo y diminuto cuerpo que se ofrecía ante su lujuriosa mirada. Ella se encogía, se arrunchaba, se tapaba sexo y senos y se volvía un ovillo tratando de esconder su desnudez. Peter se reía, le apartaba las manos del cuerpo y se deleitaba mientras ella forcejeaba inútilmente tratando de zafarse. “Mi Campanita”, le decía, haciendo alusión al hada que siempre acompañaba a Peter Pan en sus aventuras en la “Tierra del nunca jamás”.

De piel blanca, pelo negro azabache ensortijado que le caía más abajo de los hombros, cara impúber con unos grandes ojazos ónix enmarcados en espesas y largas pestanas donde asomaba su ingenua y desprevenida alma que era un libro abierto para Peter. Se detuvo en la espesa y mullida alfombra de vello que le cubría el monte venusiano, y que contrastaba con su anacarada piel. El desnudo cuerpo le parecía una foto en blanco y negro; contraste que a Peter excitaba; podía pasarse horas enteras en estado contemplativo, o recorriéndole la piel, aprendiéndose cada pliegue, cada lunar, deslizando sus ávidas y presurosas manos por curvas, hondonadas y simas de ese cuerpecito que era su universo, su pasado, presente y futuro.

Ese domingo, como era ya costumbre la tomo entre sus brazos y levantándola se dirigió a la puerta. Con el pie deslizó por el riel el panel de vidrio que separaba el cuarto del patio. Caminando, ambos desnudos, se aproximó a la piscina, la bordeo hasta situarse en la parte honda, dio un salto y ella aferrada a él, abarcando con sus manitas el enorme pecho de Peter se dejó hundir en las profundidades de la azulada agua. Aguantaba respiración hasta que Peter tocaba fondo para arquear las piernas e impulsarse nuevamente hacia la superficie. Salían del agua y ella abría la boca para atragantarse del aire que se le había escapado en la inmersión. Luego Peter la abrazaba con fuerza, la besaba con pasión; ella entrelazaba las piernas en la cintura de Peter y se dejaba caer en la virilidad de Peter que la esperaba enhiesta y avida de ser engullida por esa gruta húmeda y palpitante que era su espeso y negro sexo.

Así eran, así vivían. Evocaba ahora sentada al borde de la cama. Estaba desnuda, el cuerpo se le estremecía con los recuerdos, su sexo se humedecía apetente de Peter. Pero Peter ya no estaba. Hoy no es el día, recapacito mientras volvía a recostarse en el lecho para quedarse dormida de nuevo, tal vez mañana que es domingo, alcanzo a susurrar en voz baja mientras se adentraba en el onírico mundo de los sueños.

-Siempre estaré a tu lado, -le decía Peter mientras enredaba sus dedos en el ensortijado pelo de “Campanita”.

-Siempre? -le respondía ella con entonación de pregunta.

-Siempre te protegeré, siempre estaré en el momento que más me necesites, solo Llámame, solo piénsame con intensidad que a tu lado acudiré. -le respondía Peter.

- ¿Y porque me dices eso, como si te fueras a ir?

Peter le cogía el rostro entre sus pesadas manotas y le decía mirándola fijamente a los ojos.

-Porque yo me voy a ir primero que tú de este mundo “Campanita”.

Ella agrandaba los ojos asustada y dejaba escapar dos lagrimas que rodaban por sus mejillas. Peter le besaba el rostro para secarle las lágrimas con los labios. Ella lo abrazaba con desespero como tratando de fusionarse en ese cuerpo que era su escudo protector, luego le ponía un dedo en los labios para que no hablara más, para que no dijera que se iba a ir primero, como tratando de borrar esas premonitorias palabras que unos años adelante se cumplirían.

Ese domingo durmió un poco más tarde de lo habitual. De pronto mientras estiraba brazos y piernas tratando de quitarse la modorra de encima sintió que le arrebataban la cobija. Abrió los ojazos asustada, miró a su alrededor unicamente para comprobar que estaba sola. La cobija, casi toda al borde de la cama, se había deslizado por un lado al estirar las piernas. Se relajo, habían pasado dos años desde el fatal accidente. Su cuerpo se había marchitado y se le hacía imposible vivir en soledad. Se sentó al borde del lecho tratando de organizar sus pensamientos. La voz de Peter, vivida y sonora le retumbo en la cabeza: “Siempre te protegeré, siempre estaré en el momento que más me necesites, solo Llámame, solo piénsame con intensidad que a tu lado acudiré”. Se levantó y caminó hacia la puerta de vidrio, desnuda como estaba la abrió, salió de la habitación, encaminó sus pasos hacia la piscina, se paró al borde por la parte más honda, llamó a Peter con una angustiosa suplica y se arrojó.

El peso de la cristalina agua hundió el menudo y frágil cuerpo hasta el fondo. Tocó su espalda la fría loza mientras la agitada superficie se iba aquietando tras su zambullida. La visión se le fue haciendo borrosa, apretó la boca para no dejar escapar la última bocanada de oxígeno que le quedaba, no pudo más, la abrió para pronunciar el nombre de Peter y dejar que el agua se filtrara por su tráquea hasta inundar sus pulmones. Sintió, en el último estertor de la agonía una mano fuerte que la halaba a la superficie. Abrió los ojos y vio a Peter que le quitaba el enmarañado cabello de los ojos mientras le decía: -aquí estoy vine por ti, no temas. -

Se levantaron y asidos de la mano, como en los viejos tiempos se fueron alejando de la piscina, en el último momento volteo el rostro y vio horrorizada su cuerpo que flotaba inerte en la superficie del agua. 

 



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