La Samudio

 


Se ha apagado una llama que iluminó a muchos, señaló el camino de otros e irradio calor a unos cuantos más. Rozó mi vida unos pocos años. En un periplo itinerante y errático me acompañó. Pero más que todo soportó mis ausencias y mis locuras. En su soledad, siempre esperó a que ese que llegara a su puerta, fuese yo quien regresaba a su vida. Lo hice muchas veces y siempre encontraba la misma mujer dispuesta a cobijarme en sus brazos, a arroparme con la tibieza de su cuerpo. Pero mis ausencias se hicieron cada vez más espaciadas hasta que un día extravíe el camino a su puerta y me aleje para nunca más volver.

Eran los tiempos de estudiante en Manhattan en el Center for the Media Arts. El cual estaba ubicado en la avenida octava con 18 calle en pleno corazón del “District Fashion” de la Gran Manzana. Aprendíamos Fotografía comercial en un horario de seis de la tarde a diez de la noche. Los estudiantes éramos un vitral de coloridas y variadas nacionalidades, en su mayoría Sudamericanos. El resto se componía de unos cuantos gringos, europeos y del medio oriente. La Samudio llego al finalizar el primer semestre. Era rubia de ojos carmelita y espesas cejas que le enternecían la mirada, como la de alguien indefenso que buscara protección. Cuerpo de ondulantes curvas, pechos generosos y acogedores, en cuyo interior latía un corazón enorme, ingenuo y maltratado; herido muchas veces en las batallas por hacerse a un amor correspondido. Esas características la hacían especial y única.

Rápidamente me convertí en su tutor, su guía en las clases. Siempre me buscaba, siempre la orientaba. Cuando coincidíamos en el cuarto oscuro revelando fotos; en la negrura de esas cuatro paredes la buscaba a tientas, la arrinconaba, la asediaba y ella, entre suspiros y ansiedades me decía muy quedo, -no caleñito, usted es casado, déjeme en paz. – Pero a la larga, más pudieron mis artimañas de seductor, de sátiro libertino, que las cada vez más débiles e inútiles negaciones de ella.

Muchas veces llegaba a clases cargada de viandas de comida que repartía entre todos los alumnos. Llevaba pandebonos, buñuelos, empanadas y hasta bandeja Campesina o Chuleta Valluna. Altruista y desinteresada, dispuesta a ayudar a cualquier samaritano que estuviera en dificultades sin importar las consecuencias. En definitiva, un alma limpia, sin mancha. Por eso, en medio de su ingenuidad se enredaba en malentendidos o le pagaban mal sus favores, pero ella perseveraba en sus buenas intenciones.

Muy pronto comenzamos a salir a tomar fotos juntos por Manhattan, para después dirigirnos a su apartamento e ir preparando las asignaciones para la siguiente clase. Hasta que se llegó el día en que terminamos en la cama. Ella buscaba estabilidad, continuidad y durabilidad. Yo en cambio buscaba diversión, sexo y una conquista pasajera. Por esa razón, ambos con diferentes objetivos en la relación extendimos al máximo nuestra compañía; ella esperando que yo cambiara, aguantaba y soportaba. Yo, mientras me recibiera sin importar como llegara a tocar su puerta, estaba satisfecho al caer en brazos de una mujer que no preguntaba, que no exigía, que no criticaba, siempre dispuesta, siempre atenta, sin condiciones, sin restricciones. Así era la Samudio, así la conocí, así me aceptó y así también me fui.

Nunca supe que pasaba por su mente, que torbellinos se huracanaban en su corazón, que la motivaba a soportar mis ausencias, a refugiarse en su soledad. Nunca le pregunte que sentía; daba por sentado que nos gustábamos, que disfrutábamos de nuestros encuentros sexuales. Para mí eso era todo, era simple; “un toma y dame que te veo después”. Suena insustancial y vano de mi parte, pero era la vida que llevaba en aquella época. No me justifico ni espero aprobación, pero había escogido cerrar mi corazón y salir a la calle con un lema: “El que se enamora pierde” y fui fiel a ese dogma durante muchos años.

Ahora, a través de la distancia, del tiempo y de la ausencia por su partida la valoro en su grandeza, escucho su risa, revivo su presencia y le agradezco su breve pero intenso paso por mi vida. Perdió su última batalla, se batió como la mujer guerrera y fuerte que fue, pero llega un momento en que hasta los más valientes caen y la Samudio cayó. 

QEPD

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