Manifiesto

 


A mis espaldas se me acumulan los años; de frente se me acortan. Ya la puerta de salida esta al doblar la esquina en cualquier oscura callejuela. Traspasado el umbral de esa puerta se apaga la luz y se extingue la efímera llamita que fuimos alguna vez. Que nos queda entonces: solo recuerdos de lo que fuimos, de los momentos vividos con sus buenos y malos acontecimientos más todas las alabanzas y reproches que componen una vida con sus triunfos y fracasos. También dejamos dolor; dolor de ausencia, de partida sin retorno, de vacío y soledad. Pero ya apagada la llamita, nos importa poco o nada lo que dejaremos atrás; los circuitos químicos del cerebro se desconectaran, el cuerpo se descompondrá, alimentará unos cuantos miles de gusanos y el resto volverá a ser parte de la tierra: “polvo eres y en polvo te convertirás”, reza un refrán muy popular y certero. 

Pero mientras ese día llega, y espero este muy lejano, quiero ir soltando amarras para alivianar la carga y disfrutar del camino. Prejuicios, creencias, dogmas, imposiciones, etiquetas, reglas, alineamientos, son lastres que he ido soltando y de veras que me hacen caminar más ligero; sin apariencias, sin caretas sociales para agradar o ser reconocido por cualquier entidad. Como decía la canción “Loco”, éxito de mis años mozos: “La que quiera que me quiera, la que no, que no me quiera”, para justificar su comportamiento irreverente ante la vida y sociedad.

Lastres de pertenencia nunca tuve, jamás me adherí ni abracé ninguna ideología política, tampoco me uní a sectas, asociaciones, grupitos o congregaciones que me adoctrinaran o encasillaran. Me guie, mal que bien por mis conclusiones, pensamientos e instintos. Por su puesto que me equivoqué muchas veces, otras tantas corregí el camino y enderecé el rumbo, experimentaba y avanzaba. Solté amarras, me crecieron alas, aprendí a volar.

Dudas y preguntas me llegaron por montones, aun las tengo, no todas tienen respuesta ni las tendrán, pero mientras tanto, en un duro proceso de introspección me despojé de creencias y dogmas impuestos en mi niñez; etapa en la que aún no razonamos y todo lo que nos decían padres, educadores y sacerdotes lo asumíamos como verdad absoluta, quedándose grabadas en nuestro inconsciente para siempre. Ya de adultos no las cuestionamos, las reforzamos con el manto sagrado de la fe por muy inverosímiles que parezcan o absurdas y descabelladas que sean; la fe como una venda inamovible en los ojos nos ciega ante la realidad.

Arrancarme esa venda de los ojos no fue tarea fácil ni repentina. Es mentira que uno deja de creer de un día para otro, o que cambia de religión después de un sueño revelador. Como la fábula del emperador romano Constantino que, según la leyenda, una cruz se le apareció en el cielo, mientras una voz le pedía que sustituyera las águilas imperiales de las insignias de los soldados por la cruz cristiana, de manera que con ese signo vencería. Constantino la mandó pintar de inmediato en los escudos de su ejército, comenzó la batalla y venció a Majencio. Se dice que tras estas visiones y por el resultado militar de la batalla del Puente Milvio, Constantino se adhirió de inmediato al cristianismo, convirtiendo esa secta en la religión oficial del vasto imperio romano, persiguiendo y asesinando a los paganos que no la aceptaran.

Leer, leer y más leer, cuestionarme, dudar, preguntar y seguir dudando, me fueron corrosionando la férrea solides de mi fe que se derrumbaba al tiempo que me adentraba en libros, a medida que los hechos históricos no coincidían con las fabulas contadas en la biblia; pero si concordaban y se asemejaban demasiado a religiones mucho más antiguas que también tenían deidades nacidas de vírgenes, mesías crucificados y resucitados al tercer día. Y misas muy parecidas a la católica, con eucaristía, hostias y vino de consagrar como en la religión Mitra de la antigua Persia.

¿Qué me quedó entonces? Una religión reciclada, hecha de retazos de otras muy antiguas enterradas en la noche de los tiempos. Un cuento que no quedó tan bien contado pero que, de tanto repetirlo y recontarlo a través de centurias, se nos quedó grabado, más como es bien sabido que las mentiras de tanto repetirlas y escucharlas se vuelven verdades pues ahí la tenemos; hecha verdad absoluta e incuestionable. Que ha dado para que pueblos enteros se maten por defenderla y culturas antiguas hayan sido destruidas por imponérsela.

No lo niego, siento a veces nostalgia de mis fantasmas, de mis espíritus, de mis vidas pasadas, de mis premoniciones y adivinaciones. Porque quise creer, busque alternativas; lo reconozco. Me adentré en lecturas esotéricas, me sumergí en la magia iniciática, en los oscuros vericuetos del gnosticismo me perdí. Coqueteé con el Tarot, me aprendí los 22 arcanos mayores de memoria. Me recosté en el diván de un hipnotizador para acceder a vidas pasadas y pasada la medianoche ni cerrar los ojos había conseguido. Agote a Lobsang Rampa con su “Tercer ojo”, fantasee con Jackes Bergier y Louis Powell en “El retorno de los brujos”, con Fulcanelli en “El misterio de las catedrales”. Me relacioné con brujos, hechiceros y chamanes, quedando decepcionado de sus mentiras y embustes. En un último estertor antes de enterrar mis creencias, descubrí a Brian Weiss, el psiquiatra neoyorquino que escribió unos cuantos libros de experiencias con sus pacientes, que en estado hipnótico regresaban a vidas pasadas, me aferré a su lectura como el naufrago se abraza a una tabla flotando en el mar para sobrevivir, pero la tabla se deshizo en mis manos y quede a la deriva.

A lo lejos, en medio del oscurantismo en que nos sumerge la religión, una pequeña luz se fue acrecentando, caminé hacia ella tratando de iluminar mi ignorancia, poco a poco la luz se fue apoderando de los rincones oscuros y tenebrosos que bloqueaban mi visión. Era el faro del conocimiento, la luz de la verdad, de la razón y la evidencia. Ahí estaba, a la vista de todos, sin enviados especiales de ninguna deidad que la contara e interpretara; sólo había que entrar a esos templos sagrados del conocimiento, sentarse cómodos, llamarlos por su nombre y apenas los tuviéramos en frente, abrir sus páginas y comenzar a leerlos: los apostatas, los excomulgados, los sacrílegos, los disidentes, los blasfemos, los que se atrevieron a pensar diferente, a salirse del rebaño, los quemados en la hoguera, los asesinados, los ahorcados, todos los que osaron escribir contra corriente en el pasado y abrieron paso al pensamiento crítico. Me embriague con ellos. Me acosté con ellos, me levanté con ellos y entre más los leía más verdades se esclarecían. Por último, dejé caer el pesado fardo del dogmatismo.

Ahora habiendo soltado las amarras de ese pesado dogma, camino ligero, duermo tranquilo, disfruto lo que tengo porque eso es lo que hay. Miro el futuro y hago planes a corto plazo, pues no sé qué me depara el porvenir.

No espero encontrarme con nadie al otro lado porque no hay otro lado. En este lado trato en lo posible de obrar correctamente sin temor a pecar o condenarme en el fuego eterno.

No alecciono a nadie, allá cada cual que se crea sus fabulas, fantasías y mitologías y viva feliz con ellas siempre y cuando no las imponga a nadie, mucho menos a la fuerza y peor aún a nuestros pequeños que se creen todo. Que ese tipo de adoctrinamiento religioso se llama abuso infantil y debería ser castigado como la pedofilia.

Comentarios

  1. Super interesante… aprecié mucho leer tu texto ❤️ Gracias …ademas me trajiste el recuerdo lejano de Lobsans Rampa pues tú me prestaste ese libro en aquella época cuando vivíamos en el Peñón …y yo lo aprecié muchísimo

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Turquia - Un pais magico (Parte 1)

Los fans de Messi

Con buen hambre no hay pan duro