Una segunda oportunidad... en la tercera edad!

 


Al finalizar la llamada se quedó pensativa, sintió un leve temblor, un no sé qué la intranquilizaba. Una ansiedad le crecía en el estómago, y lo que no se esperaba a su edad; el sexo húmedo, palpitante, anhelante. Que le estaba pasando, se preguntó mentalmente mientras se desnudaba para meterse al baño a darse una ducha con agua fría y refrescarse un poco.

Al aplicarse la crema humectante para la resequedad de la piel después de salir de la ducha sintió curiosidad, fue a pararse frente al espejo de la cómoda para apreciar su cuerpo entero; la imagen que la bruñida superficie le devolvió mostró una mujer madura completamente desconocida. Escudriñó minuciosamente su desnudez reflejada; sí bien es cierto que estaba delgada, el estómago se abultaba un poco y la piel sobrante provocaba un doblez que le arrugaba el vientre justo arriba del pubis; huellas pretéritas de sus tres embarazos, supuso. Las piernas, otrora esbeltas y torneadas, presentaban una flacidez y desigual blancura, que, en partes, especialmente a los lados de los muslos le resaltaban las diminutas venas rojas y azuladas que en forma caprichosa se iban extendiendo como una red. Levantó los brazos y se palpó la piel colgante de los antebrazos, se consoló diciéndose que muchas de sus amigas estaban en un estado deplorable y achacoso. Giró un poco el cuerpo para apreciarse por detrás, las carnes movedizas de las nalgas al apretarlas para darles firmeza se llenaron de hoyuelos, las soltó de nuevo resignada. Giró de nuevo al frente.

Ella, a pesar de sus 65 años aun irradiaba vitalidad, sentía curiosidad por la vida y los viajes. Siguió con el escrutinio; en el rostro reconoció su sonrisa amplia y sonora que le escondía las arrugas al reírse. Se rio un poco haciendo muecas, gesticulando, tratando de encontrar su mejor ángulo. El cuello rojo y cuarteado por la acción del sol daba paso al descender la vista a una piel porosa que, salpicada de pecas y puntitos rojos se abultaba formando dos pechos alargados, surcados con unas cuantas estrías, pero todavía carnosos, rematados en unos pezones también largos, rugosos y marrones que miraban al piso. Luego enfocó la vista en el enmarañado y descuidado vello púbico. No se había vuelto a afeitar porque no tenía motivos para hacerlo. Largos vellos grisáceos y blancuzcos se desparramaban tratando de ganar piel vientre arriba; a los lados, en los muslos también avanzaba la pelamenta irregularmente. 

Contempló un rato su desnudez como haciendo un balance de pros y contras, tuvo el impulso de entrar de nuevo a la ducha y afeitarse por completo el vello púbico. Se contuvo, la última vez lo hizo sin las gafas puestas; el resultado fue desastroso y doloroso por las múltiples cortadas que se propinó.

Durante el transcurso del día la conversación por teléfono le estuvo dando vueltas en la cabeza. Se habían encontrado de pura casualidad en el supermercado, tropezando al tratar de coger de la estantería una bolsa de limones, se miraron pidiéndose disculpas hasta que en medio del “lo siento” y “usted primero”, se detallaron un breve instante y se reconocieron. No se veían desde el bachillerato, se abrazaron en un efusivo saludo y entre “no has cambiado nada” y “que conservada estas”, se fueron a una cafetería a ponerse al día en sus vidas. 

-Mas de cuarenta años sin vernos, ¿no? - comenzó ella hablando muy animadamente.

-Si, aun te ves muy atractiva, pero cuéntame de tu vida, supe que te casaste y tienes tres hijos, ¿es verdad?

Ella asintió; siendo de pocas palabras se extendió en su biografía. Había enviudado cinco años atrás y en su soledad, ya con los hijos casados y fuera de la casa, no tenía muchas personas con quien charlar, así que se dedicó a contarle que, aunque había sido feliz a grandes rasgos con su esposo, este fue de carácter fuerte y dominante, lo cual le había impedido ser ella misma en muchas oportunidades. Se le habían marchitado las alas, le recalcó. Ahora había recuperado su libertad, sus alas resplandecían y la llevaban a donde ella quisiera. Eso sí, le aclaró que no era que se hubiera desbocado, ni nada de eso por el estilo, mi Diosito me lo perdone, yo jamás tomaría el camino equivocado y diciendo esto se santiguo en señal de veracidad en sus aseveraciones.

-Nunca es tarde para volar a las estrellas y perseguir tus sueños y fantasías. Igual te ves preciosa, además ese pelo grisáceo y corto que enmarca tu cara junto con las gafas te dan un aire de mujer intelectual e interesante. –Le dijo, mientras posaba su mano sobre la de ella. Ella se sonrojó, sintió la calidez de esa mano en su dorso, aunque la sensación fue agradable le inquietó y la retiró inmediatamente para tomar la taza de café y beber un sorbo, agachó la cabeza para evitar miradas comprometedoras, pero en el fondo le gustó el gesto.

-Y que ha sido de ti-, le preguntó, tratando de minimizar el roce de manos. -Tampoco has cambiado mucho, supe que vivías en el extranjero. -

Bueno, sí, me fui después del bachillerato persiguiendo una ilusión, un falso amor que en muy poco tiempo me hundió en un infierno. No dure ni un año con esa persona, tal vez tú la conociste, vivía por el barrio, como a dos cuadras de tu casa; pero, en fin, me quede sin nadie en un país extraño y con un idioma diferente. Estuve a punto de regresarme, pero el orgullo y la vergüenza de volver en derrota me lo impidieron. Como te podrás imaginar conseguí trabajitos miserables para sobrevivir al tiempo que aprendía el idioma y estudiaba enfermería.  

Mientras oía el relato de las peripecias y afugias de su recién encontrada amistad, se dejó llevar por los recuerdos hasta sus remotos tiempos del colegio ya empolvados y archivados en algún recoveco de su cerebro. Ahí estaban, jugando a las escondidas en recreo. Se escondían en parejas para hacerlo más emocionante, les tocó esconderse, se apretujaron en un viejo armario en el cuarto de la limpieza. Quedaron muy cerca, cara a cara, era medio día, sudaban y el sofoco les agitaba la respiración. Ella sintió que la abrazaban, lo atribuyó a lo diminuto del armario y su proximidad, se dejó; luego en la penumbra sintió su respiración en el cuello, el roce de unos labios húmedos y carnosos en la mejilla, después una boca azarosa con una lengua urgente que buscaba la suya tratando de separarle los labios. Se desprendió de ese cuerpo y como pudo abrió la puerta del armario para ganar la salida. - ¡Como se te ocurre el atrevimiento!, - le gritó. -Perdóname, perdóname, no sé qué me paso, fue un error, te juro que no volverá a ocurrir. – Era lo último que recordaba de su amistad. A partir de ahí se alejaron, hasta ahora que estaban frente a frente.

Se despidieron, no sin antes intercambiar números de teléfono, con la promesa de rencontrarse de nuevo. 

No supo en qué momento se le fue convirtiendo en una manía el llamarse todos los días y conversar largo rato de banalidades, en reírse de nimiedades. De pronto comenzó a sentir la necesidad de oír su voz, de escuchar sus historias y, lo que más le asustaba, que se le fuera adentrando en su corazón y que su cuerpo anhelara rozar su piel, sentir su contacto físico y perderse en la absurda locura de una pasión desenfrenada donde perdiera el control de toda racionalidad. 

-Mi Diosito, tú que nunca me has fallado, que siempre acudes a mi rescate, no me abandones, aleja de mi este sacrilegio que mi sinrazón me está llevando a cometer. – Mi Diosito no respondió, pero la veladora que tenía en la mesita de noche alumbrando sus santos, chisporroteó y se avivó, en clara señal de que Mi Diosito la había escuchado enviándole un mensaje críptico. Al instante sintió que su cuerpo, como la llamita de la veladora se le encendía por dentro, un leve estremecimiento la recorrió, dejándole un vacío en el estómago y un imperceptible temblor en las piernas como quien está a punto de saltar al vacío sin paracaídas. Sonó el timbre de la puerta, miró la hora, las siete en punto, era puntual como siempre, se roció un poco de perfume en la entrepierna, se acomodó la blusa y descendió por las escaleras muy lentamente, como quien baja a uno de los infiernos del Dante, en La Divina Comedia. 

Se despertó en una nebulosa, el sol entraba a raudales por la ventana, estaba empapada en sudor y el ventilador del cielorraso movía un aire denso y húmedo al tiempo que emitía un tic-tac alargado y metálico que la sumergía en un sopor del cual le era difícil escapar. Un incipiente dolor de cabeza comenzaba a acrecentarse, se quedó quieta mientras aterrizaba a la realidad de su revuelta cama. Se quitó la cobija, estaba sin ropa. Trató de levantarse, una pierna, que no era la suya le aprisionaba un brazo. Se descobijo de un tirón, ahí estaba el otro cuerpo también desnudo, yacía boca abajo.

- ¿Que hice Mi Diosito, porque me permitiste hacerlo? - Imploró en silencio mientras trataba con sigilo levantarse de la cama. Logró doblar las piernas al borde de la cama mientras se desprendía de la pierna que reposaba sobre su brazo. Se sentó, le dolía el cuerpo, en especial las caderas y el bajo vientre. Al posar los pies sobre la alfombra, pisó un objeto resbaladizo y gelatinoso que le hizo cosquillas, levantó los pies instintivamente, miró hacia abajo aun sentada. Se levantó de un salto y quedó parada en una esquina de la alcoba cubriendo su desnudez con las manos, para luego emitir in grito ahogado. El cilíndrico falo, imitación piel y venas aun vibraba en la alfombra como un gusano gigante que avanzaba y retrocedía agotando sus baterías, testigo mudo de una noche de pasión y desenfreno. Corrió al baño, se encerró con llave y se desbordó en lágrimas.

Abrió la llave en la ducha, dejó que el agua lavara su magullado cuerpo y arrastrara consigo las huellas de la lujuria y el desenfreno cometido. Luces intermitentes se encendían en su cabeza mostrándole imágenes de la noche anterior. Piernas que se entrelazaban, cuerpos que se apretujaban, lenguas que se lamian, hambres que se saciaban, orgasmos que se desgranaban. Destellos que le alumbraban los recuerdos, luego oscuridad que le ocultaban los hechos. Como un fotograma de imágenes dispersas fue uniendo las partes hasta obtener el cuadro total de lo ocurrido.

Salió de la ducha reconfortada por el baño. Miró la cama, ya no estaba durmiendo, se cubrió con una bata larga que usualmente usaba para estar en la casa y descendió las gradas. Un olor a humeante café, pan tostado y tocino la fue invadiendo a medida que se acercaba a la cocina.

-Hola amor, te prepare un reconfortante desayuno para que recuperes fuerzas. – Se miraron un breve instante, se acercaron como midiendo los pasos. Ella no supo que decir. Quiso preguntar por la noche anterior, pero se contuvo. Solo atinó a decir, gracias.

-No digas nada amor y escúchame: desde la vez que estuvimos encerradas en el armario jugando a las escondidas y traté de besarte, supe que algún día esto iba a pasar, lo sentí, lo intuí, no en tu rechazo; en tus ojos, en tu mirada y ahora, en nuestro encuentro fortuito en el supermercado lo confirmé. Solo era cuestión de tiempo, de que volaras aún más alto y te desprendieras de prejuicios y pecados absurdos que impiden el amor entre dos mujeres. - Terminó diciendo esto para abrazarla y besarla de nuevo con una dulzura infinita como nunca ella lo había sentido jamás.








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