El verdadero amor todo lo perdona

"Prefiero compartirla que no tenerla; aceptarla así, que perderla".

Me lo dijo despacio, con los dientes apretados y un nudo en la garganta conteniendo una tormenta de sentimientos que se le arremolinaba en el pecho. En sus ojos adivine una honda pena, pero también un amor grande, grandísimo, inconmensurable que todo lo perdonaba por estar a su lado.

No llegaba a los treinta, de contextura  gruesa, un poco obeso y estatura mediana. De risa franca y hablar honesto. Por aquella época trabajaba en un restaurante de comida típica colombiana como chef. "Cerca del trabajo de mi mujercita, para acompañarla de regreso a casa, estas calles son muy peligrosas de noche".

Las calles pertenecían al condado de Queens en el estado de Nueva York, el barrio era Jackson Heights, un suburbio del cual los inmigrantes hispanos se habían apoderado inundando las calles de negocios, mercadillos, restaurantes y ventas callejeras. Colombianos, dominicanos y mexicanos competían y luchaban por el dominio de la zona. De día el bullicio del comercio y la gritería de los vendedores ambulantes hacían de la "Roosevelt Avenue" un colorido y exótico bazar típico de nuestros países. En la noche, la soledad de la avenida que era la columna vertebral del barrio, se llenaba de sombras, de transacciones ilegales, de amores clandestinos, agonías en silencio, impunidad y sangre.

Lo había conocido una tarde de verano en que  pasó por el estudio fotográfico para hacerse unos retratos en familia. Llegó con su esposa y su pequeña hija de unos 4 añitos. El estaba ataviado con con unos blue-jeans grandes, anchos muy a la moda de la época. Las zapatillas deportivas blancas de suela grande y con lineas verdes atravezándolos hacían juego con su también holgada camiseta de color blanco con lineas igual de verdes . "La verdi-blanca de mi equipo, el Cali, es mi pasión". me dijo.

Su esposa, una mujer espigada de unos 25 años tenia una larga cabellera ensortijada color castaño que le caía por los descubiertos hombros hasta la mitad de la espalda. De unos 5.3 pies, trigueña, ojos negros, profundos, tal vez un poco tristes, melancólicos, enmarcados en unas largas pestañas que le disimulaban un poco su triangular rostro de mentón estirado. Exuberante, agitanada, con una sutil capa de vellos cubriéndole brazos y piernas, lo visible ante mis ojos en ese momento. El vestido, le caía debajo de los desnudos hombros en capas y boleros hasta las rodillas.

Bajamos al estudio fotográfico que estaba ubicado en el sótano. Un salón rectangular grande todo pintado de negro con espacio para un pequeño habitáculo que hacia las veces de camerino con su guardarropa y espejo para que los clientes se cambiaran o maquillaran según los requerimientos fotográficos de la sesión. Al fondo estaban, en lo alto, los ríeles con los diferentes rollos de papel que caían al piso y servían de "background" en las tomas. También estaban las luces de estudio que iluminaban al sujeto y enfrente de este la cámara, una Hasselblad 500-C de 120mm, descansando en el trípode, lista para la acción.

Posaron de diferentes maneras para las fotos; rostros, medio cuerpo  y cuerpo entero. La niña  con su pelo ensortijado y abundante lucia igual que la mama pero, a diferencia de ella con su alegría e inocencia iluminando el rostro. El muy cariñoso, atento con ella en todo momento, sonriente, feliz; ella, sombría y meditabunda, menos expresiva, reservada, parecía que una honda pena la consumiera por dentro. Su lánguida belleza la hacia lucir enigmática.

Ya en la oficina viendo las pruebas de las fotos me dijo: "mi muñeca quiere otras fotos", "su niña?"; le pregunte. "No. mi esposa, ella necesita un portafolio con una fotos bien bonitas para su trabajo". 'Okey", le dije. "Que baje al estudio y escoja ropa en el camerino para hacerle unas tomas variadas". El se quedo en la oficina con la niña y yo baje a tomar las fotos.

Cuando baje ya estaba recostada sobre el diván donde les había tomado las fotos minutos antes a su familia. Se había colocado de lado y tenia puesto una ropa interior de seda blanca con encajes negros en los bordes. Lucia muy sensual; la tenue luz del estudio iluminando su espesa cabellera por detrás con otro suave reflector de costado, resaltaban sus curvas largas, estiradas y su tersa piel cubierta de vellos. Semejaban sus caderas las dunas del desierto en un rojizo atardecer cuando el sol cae rendido ante la majestuosidad del paisaje.

No habló durante la sesión. Usualmente rompo la tensión de las modelos haciendo una que otra broma para provocarles risa y lograr tomas espontáneas, naturales y no tan fingidas. Con ella no pude, enigmática, callada, hermética; posaba, se levantaba, iba al vestir, se cambiaba, volvía y posaba y la sesión continuaba. Para la ultima toma salió con el largo cabello dividido en dos cascadas de rizos cubriéndole los desnudos pechos. Para esa ultima foto si puso cara de seducción con los negros ojos encendidos de pasión y su roja boca entreabierta y humedecida.

Subiendo las gradas volteó la cara y me dijo: "Son para un portafolio de ropa interior femenina, lencería". No hablo mas.

Muchas veces por las tardes cuando salía del trabajo el esposo pasaba por el estudio fotográfico y conversábamos; me hablaba de su pasión; el fútbol, de su equipo amado, El Cali. Yo lo escuchaba y opinaba poco pues no he sido muy fanático de los deportes. Quería a su familia, adoraba a su hija e idolatraba a su esposa, cuando hablaba de ella se le inflamaba el pecho, su voz se quebraba, la quería, la amaba con todas sus fuerzas, estaba trabajando horas extras para poder darle gusto, "para que se retire de ese trabajo que me la esta acabando", concluía con sus ojos húmedos.

Una noche en la que estaba en el estudio hasta tarde golpearon la puerta y al abrir entró precipitadamente, se sentó y cogiendose la cabeza con las manos me dijo: "Se dio cuenta de lo que paso en la otra calle a dos bloques de aquí?". No, no sabia que paso. "La redada, el allanamiento". Si, ahora me acordaba, había salido en las noticias de las seis de la tarde. La policía de Queens había allanado unos locales comerciales en la "Roosevelt Avenue" a dos cuadras del estudio fotográfico. las pobres muchachas las habían sacado de estos sitios esposadas, tal cual como las encontraron ejerciendo el oficio mas antiguo del mundo; casi todas en ropa interior, los curiosos que se habían reunido al rededor de ellas en son de burla les gritaban según su preferencia al verlas pasar: "Buenaaa, buena!!!", o "Feaaa, fea!!!".

Lo mire sin entender que relación tenia el con la noticia. "estaba adentro?, era un cliente asiduo?". "Apenas lo supe corrí hacia allá pero no pude hacer nada", me dijo con voz llorosa y la impotencia reflejada en su crispado rostro. "Llegué a tiempo para verla salir", me repitió. "Solo tuve tiempo de lanzarle un abrigo para que se cubriera". "Quien, de quien me habla!", le grite impaciente pues solo lo escuchaba balbucear incoherencias.

"Mi esposa, mi muñequita, se quedo sin trabajo y tan duro que le tocaba!"




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