Y Cali ardió

Estábamos rodeados!
La policía se acercaba rápidamente cerrando el circulo. En cuestión de minutos caeríamos.

"El 26 de febrero prendimos
la ciudad de la quince
para arriba, la tropa en todas partes,
vi matar muchachos a bala,
niñas a bolillo, a Guillermito
Tejada lo mataron a culata,
eso no se me olvida.
Que di piedra y me contestaron
con metralleta."
"El atravesado, Andrés Caicedo"


Lograron entrar burlando el cerco de vigilancia en la portería del colegio Santa Librada de Cali. Cuatro muchachos y tres muchachas, todos de la Universidad del Valle. Se distribuyeron tomando cada uno un salón de clases de sexto grado con arengas y gritos de protesta contra el régimen opresivo que imperaba en el país. Los de sexto grado salieron repitiendo a coro las arengas, recogiendo cuanta piedra, palo o ladrillo encontraran a su paso. Pasaron a los de quinto grado y fueron llegando hasta el primer grado, quedando todos en los pasillos y patios del recinto.

Ya en el patio, y subidos sobre un muro nos explicaron en un flameante discurso que la ciudad de Cali ardía, que los de la del Valle se habían tomado las calles y venían para el centro a la Gobernación, que hecharamos mano de cuanto pudiéramos usar como arma y saliéramos a la calle para apoyarlos en su marcha. El ambiente parecía un mar embravecido, agigantado por los discursos pasionales de los jóvenes, nos arrastraban con su flema, éramos una masa humana con un solo objetivo; avanzar hacia en centro, no había individualidades, solo oíamos las voces de los dirigentes estudiantiles incitandonos, arengandonos, motivandonos, parecíamos un arsenal de pólvora a punto de estallar.

El colegio de secundaria Santa Librada de Cali se había caracterizado por ser un bastión incondicional de las universidades locales, nos convertimos en su regimiento de apoyo, siempre contaban con nosotros, tal vez no teníamos mucha conciencia ni ideología política (en mi caso) pero nos servia para salir de clase y divertirnos un poco en las manifestaciones de protesta que eran, ese año, casi una por semana, aunque nosotros casi siempre terminábamos en un parque jugando y nunca en las reuniones del comité estudiantil revolucionario.

Salimos pues a la calle gritando y brincando en medio de la turba enardecida y siguiendo a los de la del Valle. La quince estaba desierta, extraño pues es una avenida de mucho trafico. Mirando hacia los lados, por la octava al norte y la quinta al sur habían cerrado la calle, un bloque férreo de policías avanzaba lenta y uniformemente protegidos con sus grandes escudos plásticos y sus cascos verdes. Nos dividimos y seguimos en las dos direcciones lanzando piedras y consignas; una lluvia de gas lacrimógeno cayo ante nuestros pies  obligandonos a retroceder, el bloque de policías aprovecho el momento y avanzo mas rápido. Solo nos quedaba subir por la séptima hasta en centro, con los ojos enrojecidos por los efectos del gas intentamos subir por la calle, pero, la policía había cerrado la calle con unos carros tanques que comenzaron a lanzar sus potentes chorros de agua obligandonos a resguardarnos dentro de las instalaciones del colegio.

En el repechaje y con la impotencia del avance unos cuantos estudiantes la tomaron contra los carros estacionados sobre la vía volteandolos y prendiendoles fuego; el campo de batalla estaba en su crescendo, fuego, cristales rotos estallando en el piso, estudiantes heridos sangrando, desorden, gritería y caos.

Con pupitres y puertas cerramos y bloqueamos la entrada principal del recinto tratando de ganar tiempo para pensar y reagruparnos. La policía cerco el recinto con su tropa y lanzo una andanada de gases que nos obligo a mojar las camisas y cubrirnos el rostro para evitar sus efectos.

Comenzaron las negociaciones; desde afuera la policía con megáfono en mano instó a los estudiantes, profesores o personal que hubiera quedado atrapado en el sitio que era el momento de salir sin ningún tipo de represalias por su parte. Había si, gente que laboraba en el colegio, personal docente y alumnos de los primeros grados que querían salir. Después de una hora entre si y no, abrimos la puerta y salieron.

Quedamos los que éramos. Ideólogos, agitadores, revolucionarios, creyentes en lo que hacían y nosotros: que no teníamos ninguna filiación política ni ninguna postura revolucionaria y que solo nos movía la adrenalina del peligro y la aventura.

Nos dividimos por grupos, los de adelante en el frente que lanzaban los proyectiles a la policía, el segundo grupo recibía y abastecía a estos de piedras y cuanto objeto pudiera lanzarse, ademas de pasarles las camisas o trapos mojados con que se cubrían el rostro para minimizar el efecto de los gases. Nosotros el tercer grupo surtíamos al segundo, desbaratábamos pupitres, demolíamos muros, desenterrábamos ladrillos y llenábamos las vasijas de agua.

Cada vez que tratábamos de escalar los muros del recinto, éramos devueltos por el chorro de agua de los carros, piedras que la policía devolvía o los gases. Estando en esas y habiendo transcurrido mas de dos horas, alguien paso un cigarrillo por el grupo para calmar los nervios, llego a mis manos y como nunca fui ni soy fumador, lo pase de mano pero me lo devolvieron diciendome que era para los nervios, que me iba a hacer falta para aguantar el sitio, "es mariguana fumalo" . Esa fue la primera vez que la probé, en las circunstancias en que menos esperaba hacerlo.

Desde afuera la policía trajo un carro tanque y comenzó a empujar la puerta principal, esta era una reja metálica de dos naves por donde podían entrar camiones de gran envergadura. Comenzaron los embates del carro y a medida que avanzaba la reja se arqueaba. Nuestras rudimentarias municiones no podían hacer nada ante el avance. La policía atrás del carro esperaba pacientemente y avanzaba al paso con bolillo en mano listos a arremeter contra nuestra humanidad.

La desbandada no se hizo esperar. Los mas osados saltaron por encima de la reja y el carro tanque y se fueron con sus cuerpos contra la policía, recibiendo bolillazos a diestra y siniestra, otros corrieron a refugiarse en los salones. Nosotros, mi amigo Miguel, Gustavo y yo corrimos al muro norte del recinto que daba a una calle aledaña y lo trepamos. La altura seria como de tres metros, pero descolgados con las manos caímos al duro cemento aminorando un poco la caída.

Apenas nuestros pies tocaron el anden un grupo de policías se nos vino encima a apresarnos, corrimos en desesperada fuga por la séptima arriba, pasadas dos cuadras los cinco o seis policías que nos perseguían soltaron los escudos y el equipo que les pesaba para alivianar y agilizar su carrera. La atrapada era inminente. Volteando una esquina a mitad de la cuadra una puerta se abrió y una señora nos hizo señas que entráramos a su casa. Corrimos derecho a la casa y llegamos en estampida hasta el patio, apenas estábamos recuperandonos de cuclillas en el suelo, jadeando, cuando oímos el ruido de la puerta de la casa que se venia abajo, apareciendo en el umbral, en desbocada carrera los policías.

Trepamos el muro divisorio del patio de la casa con las otras casas. Corrimos en equilibrio por el muro tratando de ver cual opción de escape era mejor, cuando sentimos los golpes de bolillo en el muro y unas manos tratando de agarrar nuestras piernas. Miguel perdió el equilibrio y cayo en el solar contiguo donde había un par de perros ladrando y brincando, en mi carrera lo vi desprendiendose de los perros y adentrandose al comedor de la casa. Gustavo salto a el tejado de una casa y corrió por el perdiendose de mi vista, yo brinque a otro tejado y corrí quebrando tejas y resbalando por el tejado.

En la caída, arrastre tejas y parte de una canal, cayendo sobre un tendido de ropa colgada en el solar que amortiguo el golpe. Me pare, sacudí tejas y ropas de mi cuerpo y de tres zancadas llegue al otro muro, salte al siguiente solar. Oía, a mis espaldas el golpe seco de los policías al caer siguiendo mis pasos. Iba, de solar en solar quebrando materas y tumbando cuanto encontrara en mi camino, dejando a mi paso a los habitantes de las casas asombrados viendome pasar en fuga. No se cuantos solares profanados llevaba, cuando de uno de ellos me llamaron, una pareja de ancianos me indico con la mano que los siguiera, corrí tras ellos y me escondieron en un closet.

Pasos, voces, amenazas, carreras y luego silencio. Pasaron unos minutos eternos, el closet olía a alcanfor y la oscuridad me ahogaba, al rato abrieron la puerta y me dijeron que el peligro había pasado, que los policías se habían ido.

Esa noche hubo toque de queda, la ciudad estaba paralizada. me dijeron que me quedara ahí para evitar una detención en la calle, ellos tenían un nieto que lo habían arrestado días atrás en otra manifestación y entendían mi situación. El siguiente día las calles parecían un Beirut bombardeado, los desastres sumaban millones de pesos, la situación política seguía candente, se avecinaban cambios muy pronto.

En la tarde me encontré con mis amigos, también habían logrado escabullirse, fuimos a la tienda de la esquina a tomarnos una gaseosa con pandebono y reirnos un poco del susto.

Un extracto de la crónica de estos sucesos en el diario El País de Cali:
El movimiento estudiantil de 1971 se inicia con una marcha de protesta en la Universidad del Valle el 26 de febrero. Hacia la mitad de estos sucesos, la policía intenta tomarse la Universidad y allí muere un dirigente estudiantil. Los disturbios se riegan por toda la ciudad de Cali y al final de la jornada se tiene un saldo de más de 30 ciudadanos asesinados. A partir de este momento se desarrolla una agitación que lleva al paro a 35 universidades, prácticamente todas públicas y algunas privadas, como la Javeriana, los Andes, la Tadeo, la Libre, la Santo Tomas, la Incca y la Gran Colombia. En reuniones y congresos clandestinos, los universitarios construyen un “programa mínimo” que compendia sus exigencias. De febrero a diciembre de este año, miles de estudiantes universitarios y de secundaria paralizan 35 universidades y un centenar de colegios, desarrollando así el movimiento estudiantil más vasto de que tenga memoria el país. El resultado es una reforma al sistema educativo que un año después cae, cuando el estudiantado se desmoviliza. El Ministro de Educación que debió estar al frente de las negociaciones con los estudiantes fue otro joven, Luis Carlos Galán, que para ese momento tenía 27 años.

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