Morir en un ascensor

De pronto se apago la luz y el ascensor cayó al vacío.
Quede a oscuras tirado en el piso. Por mi mente cruzo un revelador y fatal pensamiento:
"de modo que esta es la forma en que voy a morir, atrapado en un ascensor!".

Era un lunes y estaba retrasado, tenia que llegar antes de las 4:30 de la madrugada a el desaparecido "World Trade Center". Estacionarme abajo de las torres gemelas para repartir en periódico "The New York Times" y terminar antes de las 6 a. m. que comenzaban las regulaciones de transito en el bajo Manhattan.

El domingo anterior habíamos estado en el "Flushing Meadow Park". Un inmenso pulmón verde situado en el condado de "Queens" que había sido tomado por la comunidad hispana para sus ratos de esparcimiento y festividades patrias. Sus amplias zonas verdes estaban convertidas en canchas de fútbol "soccer", donde semanalmente se hacían torneos con ligas locales y con equipos representado a las nacionalidades de sus jugadores. Había selección Colombia, selección Argentina, selección Perú y todo el abanico de países que componen nuestro continente americano.

En sus corredores adoquinados y sombreados por grandes arboles se instalaban las toldas con ventas de comida típica de la gastronomía de cada país; había empanadas y tamales colombianos, hallacas y arepa de huevo venezolanas, tacos y burritos mexicanos, papas a la huancaina y lomo saltado peruanos y muchas mas viandas que hacían las delicias de los asiduos visitantes del parque. También se vendía licor y "Cerveza bien fría".

La mayoría de esto, la comida y el licor se vendían sin licencia, sin la debida autorización de la administración del parque y muchas veces les tocaba recoger a toda prisa y salir corriendo con lo que pudieran llevar en la huida, antes de que la policía les decomisara sus artículos. En menos de cinco minutos estaban otra vez los corredores llenos de ventas, si no con los mismos que acababan de correr, con otros que recién llegaban con su mercancía, era y es un cuento de nunca acabar.

Ese domingo se celebraba un festival, no recuerdo con motivo de que, pero había orquestas, música en vivo y grupos de danzas. La parranda duro hasta muy entrada la noche y el despertador de las 2 de la mañana sonó como una melodía en mis oídos que me arrullaba y no como un sonido estridente que me llamaba al trabajo.

Salí, pues corriendo hacia el bajo "Manhattan" donde quedaban las bodegas de distribución del periódico. Eran unos inmensos salones con mesas largas y angostas donde colocábamos el periódico para seleccionarlo por rutas, edificios o sectores y adicionar o quitar suscriptores con sus respectivos "labels". Nos llevaba mas de una hora hacer esto, después de terminada la selección lo subíamos al carro para dirigirnos a los sitios de entregas. Había rutas comerciales de lunes a viernes y residenciales de todos los días. Yo tenia dos, la primera era residencial y se componía de tres edificios en el "Lower East Side" de "Manhattan" como de treinta o cuarenta pisos cada uno.

Subía todos los periódicos al ascensor de carga y comenzaba de arriba hacia abajo. En los pisos que tuviera paradas le insertaba al ascensor en su puerta una cuña de madera para mantenerlo abierto y poder salir corriendo por los pasillos dejando el periódico en la puerta del suscriptor. Con el tiempo, desde las esquinas del pasillo lanzaba el periódico con tal precisión que llegaba justo en la puerta correspondiente. Solo los domingos había que correr justo hasta la puerta pues su grosor era casi de cuatro dedos o mas con toda la publicidad y suplementos extras que llevaba.

Terminada esta ruta, seguía la comercial en "Los Gemelos". Paraba justo en la puerta de entrada, bajaba los fardos de periódicos que dejaba allí para luego buscar estacionamiento en las calles aledañas, volver al edificio y en el ascensor de carga subir los periódicos. Ese día como iba retrasado tome los ascensores de uso público. El primero me llevaba hasta el piso 44, de allí tomaba otro hasta el piso 78 y después el tercero y ultimo que subía hasta el piso 105.

Del 105 me venia en descenso abriendo en los pisos con suscriptores, con la cuña detenía la puerta y corría, periódicos en la mano por los pasillos dejándolos en las puertas indicadas. Eran mas de mil periódicos los que llevaba en esta ocasión en el ascensor.

102... 101... 100..., abría, cogía periódicos, corría, entregaba y regresaba corriendo a pulsar el siguiente piso.

Piso 99: llego corriendo al elevador, quito la cuña, la puerta se cierra y pulso el numero 98. Comienza a descender y de pronto un ruido de metales rozando, un chirreó acerado me saca de la rutina automatizada del corre, entrega y sigue. Quedo atento al ruido, miro al rededor y siento que el ascensor se tambalea, vibra, se apaga la luz y comienza a caer al vacío con paradas chirriantes que desprenden polvo del techo. Negrura absoluta en el cúbiculo, caigo tendido al piso del elevador, me caen los periódicos encima, trato de levantarme pero la fuerza gravitacional de la caída me mantiene sujeto al piso como un metal a un poderoso imán.

Se detiene repentinamente, no me muevo, no parpadeo por temor a desbalancearlo y siga su mortal caída al vacío. Pasan unos segundos interminables, minutos tal vez, trato, suavemente de quitarme los periódicos de encima y vuelve y traquea, chirrea de nuevo y vuelve y cae. Para y cae otra vez repitiendo la acción como cayendo gradas abajo. Se detiene, sigo quieto, estoy frío con la adrenalina tensando mis músculos, crispando mis manos aferradas al negro vacío que me envuelve, Silencio, quietud, negrura. ¿Me morí?, pienso al instante, "¿esto es morir, negrura, ingravidez, silencio sepulcral?".

Pero no!. Siento las gotas de sudor frío en mi frente y la espalda empapada, mas encima de mi, el peso de los periódicos. De pronto, justo arriba de mi se enciende un botón rojo que me muestra en una monocromía espectral la totalidad de la escena; periódicos por doquier, desparramados y descuadernados. Es increíble que el campo visual le permite a uno medir y situarse en el contexto de un escenario. En la oscuridad estaba en el vacío, no tenia limites, no había paredes, estaba sin dimensiones, sin distancias y apenas se encendió la luz, me ubique dentro del elevador, como si mi cuerpo astral hubiera vuelto a mi cuerpo físico.

El botón rojo tiene estampadas unas letras en tinta negra de "HELP". Trato de incorporarme de a poquitos quitandome los periódicos de encima y cuando logro ponerme de pie, siento que mi cuerpo se tambalea, mis piernas tiemblan y flaquean, el susto y los nervios se desquitan con mi cuerpo, tengo que esperar unos minutos mientras logro que mis extremidades respondan y mis músculos se aflojen. Lo pulso y espero, comienza a parpadear el botón, la escena se hace mas grotesca, rojo y negro que va y viene, que hace que mi corazón se agite, se acelere.

Una voz de operadora contesta mi llamado: "What can I do for you?". Siento la inmensa alegría del naufrago que divisa tierra en el horizonte y asegura su salvación remando hacia la playa. Le explico que el ascensor cayo, pero en medio de mi exaltación y emotividad le tengo que repetir varias veces el cuento hasta que entiende, me explica que para hablar pulse el botón y para escuchar lo suelte.

Las preguntas no se hacen esperar, que cuantas personas hay atrapadas en el elevador, le digo que estoy solo, que soy el encargado del "delivery newspaper". Que si estoy herido, que como me siento y al decirles que estoy aparentemente bien se tranquilizan un poco. Que espere, me dicen, que van a tratar de activar el elevador por medio de las computadoras. Silencio nuevamente, "se prendió la luz?" me dicen, les contesto que no. Que si la puerta se abrió, otra vez no. Que en que piso estoy, que no se, que me subí en el 99, que no me encuentran el el radar de la computadora. Hasta que por fin me detectan en el piso 96.

Tres pisos había bajado en ese tira y encoge que para mi fueron interminables y agónicos. Había perdido la noción del tiempo, no se cuanto paso desde que pulse el botón para descender al piso 98, pero para mi era una eternidad, y es que el tiempo no se mide con relojes, sino con emociones y esta era muy intensa; detuvo mi reloj.

Subieron por el ascensor contiguo hasta el piso 96, después de tratar infructuosamente de, con la computadora activar los comandos del elevador.  Llegaron y comenzaron a tratar de abrir la puerta del elevador. Yo los oía golpeando. Nuevamente la voz me dijo que me hiciera al fondo del elevador pues iban a forzar la misma, que entre mas alejado de la puerta estuviera mejor.

Los interminables minutos se convirtieron en eternas horas y nada que podían sacarme del ascensor. Mi primordial preocupación era no poder entregar los periódicos a tiempo y perder el trabajo, como también la multa de estacionamiento que ya debería de tener mi carro. Otra llamada por el botoncito rojo, que habían llamado a los bomberos, que estos iban a subir por el ascensor del lado para romper la parede adyacente. Me sacarían por la abertura.

Cuando los bomberos se hubieron ubicado paralelamente a mi cuadrado sarcófago me pidieron de nuevo que me hiciera al lado contrario de la pared que ellos iban a derribar. Ruidos de metal aserrado, primero lejanos y luego mas nítidos comenzaron a llenar el recinto avisandome la proximidad del rescate. La sierra irrumpió por la parte de arriba de la pared, las chispas que despedía el contacto de los metales opacaron la tenue luz rojiza de mi prisión y me obligaron a voltearme de espaldas para proteger la cara del chisporroteo candente del metal.

Cayó el pesado recuadro de metal sobre los periódicos y entró, usurpando mi forzada soledad un viento procedente del túnel por donde los elevadores hacían su monótono y diario recorrido. Los periódicos agitaron sus hojas saludando al recién llegado y el frío se apodero del lugar. "Don't move, wait for us", me gritaron desde el fondo del otro ascensor. Colocaron una gruesa tabla haciendo puente entre ambas aberturas y pasaron dos fornidos bomberos con todos sus aparejos y herramientas de trabajo. Llevaban consigo una tabla de plástico que era como una especie de camilla usada para rescates, me acostaron ahí, me sujetaron y entre los dos me cargaron diciendome que al pasar por entre los elevadores no mirara hacia abajo, no mire, pero sentí el frío del vacío.

Antes de bajar les pregunte: "¿y los periódicos?". "Vinimos solo por usted" me respondieron. Hicimos el descenso en silencio sin soltarme de la camilla. Ya en el "lobby" estaban los paramédicos esperandome. Me pasaron a otra camilla me revisaron por toda parte preguntandome si me dolía o no y como me sentía. A medida que preguntaban, anotaban y seguían con su escrutinio, al final me soltaron de la camilla, me hicieron caminar, acuclillarme y moverme.

Mi mente había quedado en el ascensor, estaba preocupado por no entregar los periódicos y aparte quería salir corriendo a ver si mi carro aun estaba en la calle o la grúa se lo había llevado. Cuando me dijeron firme aquí, para que se pueda ir y asegurarnos de que todo esta bien, cogí el lapicero y firme en cuanta casilla me decían.

Salí corriendo a la calle a buscar mi carro, "tan de buenas", pensé, estaba en el mismo sitio y sin ninguna multa de transito. Fui a la bodega del periódico a reportar lo ocurrido y de ahí a la casa. Esa noche conté lo ocurrido a mis amigos, en vez de felicitarme por haber salido ileso del ascensor me recriminaron por "pendejo" pues la demanda tan jugosa que hubiera obtenido si no firmo los papeles de que estaba en perfectas condiciones físicas!.

No me arrepiento ni me lamento, lo que hice lo hice a consciencia. Lo que no paso, era por que la vida me tenia destinadas otras alegrías y felicidades sin depender del dinero de esa demanda.

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