Moises salvado de las aguas

Esta muerto?
Se ahogo?
Fueron las preguntas que al unisono hicieron mis amigos cuando deposité el inerte cuerpo mojado sobre la hierba aquella lejana noche de verano en las estribaciones de la cordillera central en el Valle del Cauca de mi natal Colombia.

Habíamos estado planificando un fin de semana de campamento con mis dos grandes amigos de la infancia: Gustavo y Miguel. Eramos, como suelen ser los amigos de juventud, inseparables, estudiábamos juntos, rumbeábamos juntos, compartíamos novias y comidas juntos.

Enlatados y arroz componían nuestro menú de subsistencia para los tres dias que estaríamos en el campo, el resto de comida como frutas, verduras o una que otra gallina iban apareciendo en el camino y con una buena correteada terminaban dentro del morral de alguno, lo que no podía faltar era una buena dosis de estimulantes que en este caso se componían de algún licor barato que pudiéramos pagar y un poco de "hierba" para nuestras elucubraciones filosóficas y musicales de aquella epoca.

El inseparable tocadiscos (aun no se inventaba el cassette) con un buen surtido de discos "Long Play" terminaban completando nuestro equipaje para el viaje. La música la seleccionaba el hermano de Miguel, "Luchito" un roquero obsesionado con todos esos grupos y solistas que hicieron historia cuando el mundialmente famoso concierto de tres dias de "Woodstock"  en 1969 ocurrido en el estado de New York.

A ultima hora se nos "pego" un amigo del barrio, quedando todos de reunirnos el siguiente día madrugados en el parque donde paraban los buses intermunicipales que nos llevarían hasta la ciudad de Jamundí. De allí tomamos un " jeep Willys" que era el transporte popular usado en las veredas y caminos rurales de Colombia en aquella epoca. El carro nos llevaba hasta el corregimiento de Potrerito, un caserío de humildes y pobres campesinos los cuales vivian de prestar sus servicios a los acaudalados dueños de fincas y haciendas que circulaban el perimetro del pueblo.

De Potrerito caminábamos aproximadamente unas dos horas hasta llegar a una finca de veraneo que tenia mi familia en las riberas de "Rioclaro", un rio de aguas cristalinas que bajaba serpenteando la cordillera central, formando en su descenso y al chocar contra las inmensas piedras prehistóricas  unos remansos de agua en los recodos, los cuales llamábamos "charcos", que nos permitían nadar y "clavar" desde sus altas rocas. Les teníamos nombres, "el charco de las viejas", frente a la casa, donde solo se bañaban nuestras abuelas, tias y mamas, hechádose agua con un "mate" y siempre cerca de la orilla; "el charco de la playita" un poco más alejado en el cual el rio hacia un giro de casi 90 grados dejando un espacio grande lleno de pequeñas piedras y arena formando una playa que nos permitia correr y jugar a nuestro antojo; luego venia (el que mas me gustaba) "el charco de los novios", escondido debajo de unos grandes arboles que entechaban el cauce del rio y amurallado por dos grandes rocas que hacían de el un perfecto escondite para que nuestra libido comenzara a despertar robandole besos furtivos y temerosos a las primitas y amigas que ingenuamente aceptaban acompañarnos por esos lados.

En el camino hacia la finca, como siempre, una gallina curiosa nos salió al paso y entre los cuatro, después de saltar matorrales y cercas de alambrado le caímos encima en medio de algarabías, plumas y su bulloso cacarear, terminando el infeliz bípedo en una de nuestras mochilas. Mas adelante encontramos una mata de platano con un  racimo que amenazaba con venirse abajo sino le dábamos una ayudita y le alivianábamos el peso, así lo hicimos, solo nos faltaba la yuca y las papas para el "sancocho", "en el camino aparecerán, la divina providencia es muy benevola con sus hijos" dijo Miguel el filosofo del grupo.

No faltaba el mayordomo o capataz de alguna finca que en vista de nuestras osadas y atrevidas incursiones nos pillara en esas y saliera machete en mano a perseguirnos por el camino, a lo cual nos tocaba separarnos y "poner pies en polvorosa", correr, brincar y esquivar insultos hasta perderlo de vista o soltar el botin para calmar al ofendido y seguir nuestro camino riendonos del susto y planeando la próxima pilatuna del dia.

Ya en la finca, pasábamos a la otra ribera del rio y nos ubicábamos en una planicie rodeada de arboles de guayaba, algarrobos, naranjos y limones donde instalábamos la carpa. Nos hacíamos al otro lado debido a mi conducta discola, rebelde y perniciosa, pues me tenian prohibida la entrada a la casa de la finca, lo cual acataba obedientemente, pero no por eso me iba a privar de disfrutar de las frescas aguas de rio y sus bucólicos paisajes.

Pasábamos el dia bañandonos, persiguiendo ardillas o torcazas o pescando y en la noche embotando los sentidos con la estridente musica de la guitarra de "Jimi Hendrix", la pastosa voz de "Joe Cocker" y demás bandas rockeras de nuestro agrado.

Un dia, ya al final de la estadia, estando al otro lado del rio, cuando la tarde entrega su turno a la uniformidad monocromatica de la noche, las lluvias permanentes de la cordillera hicieron que el caudal del rio aumentara de un momento a otro, arrastrando en su desbocada avalancha todo lo que encontrara a su paso, convirtiendo el apacible y cristalino rio en un crepitar de espuma y turbulencia de aguas oscuras y amenazantes, de agigantadas olas y remolinos fatales.

Como nos tomo por sorpresa al otro lado, decidimos esperar un poco a que el caudal bajara y poder atravesar el rio para llegar a la carpa. Al no tener una cuerda lo suficientemente larga para atravesar de lado a lado del rio, decidimos dejarnos llevar por la corriente esquivando piedras y obstáculos e ir nadando de a pocos para llegar a la otra orilla. Como yo conocía el rio mejor que mis amigos me lance de primero al cruce, apenas me hube sumergido la fuerte corriente me arrastro sin misericordia hacia la oscuridad de su cauce. En la desenfrenada carrera iba esquivando piedras y troncos tratando de no lastimarme con sus golpes y cuando la corriente me lo permitía, braceaba hacia la orilla. Creo que fueron como unos doscientos metros los que avance hasta lograr asirme de unas ramas colgantes de un árbol que me permitieron alcanzar la seguridad y firmeza de la ribera del rio.

Aparte de unos cuantos raspones en las rodillas y otros tantos arañazos el la piel producidos por las ramas de los arboles que se atravesaban en mi camino, estaba sano y salvo. Mis otro dos amigos pasaron bien, yo los esperaba subido en las ramas del árbol que se arqueaba peligrosamente hasta tocar la correntosa superficie del rio, pero podia mas la firmeza y grosor de las ramas que la fuerza del rio.

El tercero un poco nervioso e inexperto en cuestiones del campo se lanzo al agua y al momento la corriente lo hundió saliendo unos metros abajo agitando las manos con movimientos desesperados tratando de aferrarse a cuanta piedra y tronco se encontrase en su desenfrenada carrera. No pudo, la corriente y el miedo lo dominaron y choco de frente contra una roca quedando inconsciente a merced del rio y sus agitadas aguas. Por un largo trecho no lo volvimos a ver en la superficie, ya el gris uniforme cubría el paisaje y era muy difícil distinguir las cosas, por fin salió mas adelante a flote mostrando solo su su espalda, pues su cuerpo yacía boca abajo arrastrado rio abajo, rebotando sin control en las piedras del rio. Paso por mi lado mostrando solo su camisa blanca que afortunadamente vestia pues lo hacia mas visible en la negrura del agua y la noche. Rapidamente me baje del árbol y lo segui por la ribera del rio tratando de no perderlo de vista.

A ratos flotaba y a ratos se hundía, yo seguía persiguiendo su cuerpo desde la orilla hasta que movido por un suicida impulso de rescatista me lance al agua en pos del flotante cuerpo, la corriente me arrastro y comencé la loca persecursión de mi amigo, nadaba, esquivaba rocas, apartaba ramas y arboles caídos hasta que unos metros mas adelante lo alcance, estaba frío y desmadejado, seguimos juntos rio abajo pensando como acercarme a la orilla con su inerte cuerpo, mientras braceaba con una mano con la otra lo aferraba a mi, seguimos bajando por el rio zigzagueando los obstáculos y tratando de no hundirme por largo rato hasta que de tanto forcejear y manotear contra la corriente alcance la orilla justo en el momento en que mis fuerzas se agotaban. Me tumbe junto a el boca arriba tratando de tomar aire y esperar a que mis otros amigos llegaran.

Al oir las preguntas de si esta muerto o se ahogo quede sentado al lado de el, comenzamos a tratar de revivirlo con nuestros escasos o nulos conocimientos de primeros auxilios. Le presionábamos el pecho, le hundíamos el abultado estomago tratando de sacarle el agua que le salía a borbollones por la boca, al moverlo para ponerlo boca abajo notamos que uno de sus brazos le colgaba mas de lo normal; estaba dislocado del omoplato y solo lo sostenía la piel y los músculos. Como pudimos lo cargamos para llevarlo hasta la carpa y entre el movimiento y el apretuje de no dejarlo caer lo desperto el dolor del brazo. Volvió en si con un grito infrahumano, abriendo la boca al máximo como tratando de absorver nuevamente el espíritu que se le había escapado, su "anima" como decían los viejos, pues momentos antes era un cuerpo inanimado.
       
No se acordaba de mucho, en su inconsciencia había perdido un poco la memoria, mas lo atormentaba el dolor de la clavicula dislocada  que la posibilidad de haberse ahogado. Como no teníamos calmantes ni analgésicos que lo aliviaran, le fuimos dando licor para irlo anestesiando y poderle encajar el brazo en su lugar mas adelante. Y así fue, cuando ya no era sino risas y carcajadas contando su terrible experiencia al borde de la muerte, lo cogimos entre todos y de un certero empujón le acomados su clavicula en el lugar que aun hoy debe de tenerla.

No volvimos a verlo, pero en el barrio y entre los amigos comenzamos a llamarlo "Moises salvado de las aguas".

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