Decisiones que cambian tu vida

Okey, me dijo; "ya te puedes regresar a Colombia"

Llevaba dos semanas de vertiginosa y descontrolada parranda en New York, disfrutando de una invitación muy curiosa que me había hecho otro de mis ex cuñados en el invierno del 86.


Estando él, también de vacaciones en Cali, ya para devolverse a los Estados Unidos, me preguntó si podía acompañarlo de regreso, (púes no le gustaba viajar solo) sin pensarlo dos veces le conteste un si. Respuesta, que sin saberlo, cambiaría el rumbo de mi vida para siempre. Fuimos a comprar los pasajes pero en el camino me dijo que iríamos primero a México para conocerlo y divertirnos un poco; a los 29 años somos mas pasión que razón y tenemos alas para volar sin limites, por supuesto el aventurero que llevo dentro no me dio tiempo a pensar, respondiendo por mi con un "claro, no hay problema".


Ya en México en una parte del Distrito Federal llamada "Zona Rosa", caracterizada por ser comercial y cosmopolita, llena de tabernas, restaurantes y boutiques, entrada la noche y al calor de unos tequilas me reveló que íbamos a pasar por la frontera pues tenía un "pequeño inconveniente" con su visa. "Es muy fácil", me aclaro apaciguando mis crecientes temores, "tengo unos amigos en Matamoros, Tamaulipas que nos pasaran por Bronsville a los dos solos, nos esperan en dos días".


Excelente!, estaba en México, a punto de cruzar la frontera para ingresar a los Estados Unidos en una aventura que no tenia planificada y sin saber que desenlace tendría. Inmediatamente mi mente se disparo a la absoluta negrura y temerosa oquedad de la noche, situándome en un árido y frío desierto fronterizo tratando de escabullir los focos de la policía de inmigración, corriendo descontrolado sin rumbo fijo. "No, me devuelvo para Colombia" dijo tajante mi mente racional, pero al llegar estas palabras a mi boca fueron silenciadas mutilando la poca cordura que me dejaban los tequilas, saliendo de mi boca un aforismo muy mexicano: "Pues, ensillada la mula, Arree Mula!", quedando así sellado el destino y mi exilio en otras tierras.


De la ciudad de México tomamos un pequeño avión que nos llevo en un viaje directo a Monterrey para luego dirigirnos en autobús a Matamoros que es una ciudad fronteriza con Bronsville en los Estados Unidos. En el aeropuerto nos estaban esperando dos mexicanos con sus características botas, correa de chapa grande, pelo indio y bigotes, los cuales saludaron a mi cuñado con la efusividad de los viejos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo.


Nos dirigimos a las afueras de la ciudad, rumbo a una zona semi urbana y rural, llegando poco después a una vieja casona de puerta en madera con una pequeña ventana, de esa que se usan para mirar desde adentro quien toca. Una señora bajita y obesa nos franqueo la puerta para que entráramos y nos guió hasta un salón grande, que hacia las veces de dormitorio pues tenia camarotes por doquier, dejando poco espacio para caminar entre ellos. El salón estaba repleto de gente, supuse que eran inmigrantes con el mismo destino nuestro, vi dos parejas de rubios que después supe eran polacos, había también argentinos y peruanos, el resto eran de Centro América y México.


Mi ex cuñado al ver tanta gente se molesto con los "Coyotes" por que le habían prometido que estaríamos solos, ellos lo calmaron diciéndole que ese era solo un refugio temporal y que de ahí partiríamos al otro día. Tres días más nos quedamos en el refugio, por que los "amigos" de mi ex cuñado se fueron de farra apareciendo al tercer día con huellas de trasnocho y oliendo a a licor. Ese primer día en el refugio, en la tarde llegó otro  grupo de "Mojados", entre ellos venía una muchacha en su veintena, de mediana estatura, delgada y trigueña, con el cabello teñido de rubio, la cual traía una niña de unos 4 añitos, que supusimos era su hija. La muchacha era muy despierta y sociable, notándosele que se había abierto paso en la vida guerreando y haciéndose respetar. Averiguo rápidamente que había dos colombianos en el grupo y de inmediato se nos unió diciéndonos que era de Cali y que iba para New York a probar suerte.


Mi ex cuñado, desconfiado y arisco no le presto mucha atención, pero yo mas desprevenido y admirador del sexo opuesto la recibí sin mucho cuestionamiento. Al tercer día llegaron los mexicanos por nosotros y ella intento unirse a nosotros, pero mi ex cuñado se negó, pues el negocio inicial era con los dos solos. En vista de tanto insistir y de yo, apoyarla para disfrutar de su compañía, mi ex cuñado cedió y la muchacha y su hija se nos unieron en la aventura. Llegamos de noche a un parquecito solo y abandonado donde estacionaron la "troca" en la cual viajábamos y nos dedicamos a esperar.


Al cabo de la media noche subimos a una colina que se extendía a lo largo del parque, la colina tendría unos tres o cuatro metros de altura, en la cima de la misma divisamos al fondo de la ladera un río que, en medio de la oscuridad serpenteaba como una cinta plateada iluminada por la tenue luna de invierno de la región. El "Coyote" dijo en tono triunfal: "El río Bravo". En este lado, el lado mexicano no se veía un alma, al otro lado, pasando el río, sobre una colina parecida, se veía unos guardas fronterizos que caminaban de un lado al otro a lo largo de la colina. En su ir y venir, dejaban un espacio de unos 200 metros al descubierto por unos cuantos minutos, con lo cual el coyote nos explicó, aprovecharíamos para descender por la colina hasta el río y quedarnos ocultos en los arbustos mientras nos daban otra oportunidad de atravesar el río. En la primera oportunidad descendimos hasta la ribera del famoso río. "Quitense la ropa y la sujetan con las manos en la cabeza" ordeno en un susurro el "Coyote", todos?, pregunto la muchacha, todos contesto el otro.


Así quedamos los cuatro como para una película de Federico Fellini en los tiempos barrocos, sin mas ropaje que el oscuro manto de la noche, desnudos e indefensos en manos de dos desconocidos que poco les importaba la vida ajena. El río de una anchura de aproximadamente 20 metros se veía apacible y dormido en su silencioso recorrido. Volvió y quedo despejado el camino, momento que aprovecho el "Coyote" para darnos la orden de atravesar el río, el frío contacto con el agua nos acerco mas a la fría e incierta realidad que vivíamos en ese momento, la muchacha al entrar al río resbaló y soltó a su niña por unos segundos, yo como iba cerca de ella la tome y la coloque a horcajadas en mi cuello para ayudarle a pasar pues el río llevaba un poco de fuerza en su largo recorrido hacia el mar. Al otro lado, en la ribera del río, oculto entre los matorrales nos esperaba otro mexicano que inmediatamente nos vio en la orilla vistiéndonos apresuradamente, nos llamó para dirigirnos por un sendero que serpenteaba la colina hasta una calle que desembocaba a la parte de atrás de un "Shopping Mall".


Estábamos en los Estados Unidos de América!. Caminamos tratando de disimular el jubilo y el nerviosismo que sentíamos por la experiencia vivida y por haber culminado la aventura exitosamente, eso creíamos en ese glorioso momento.


Atravesamos la ciudad de Bronsville en un automovil Lincoln viejo y destartalado (muchos años después volvería a sentir el mismo jubilo triunfal en otro lincoln y en otras circunstancias) para hospedarnos en un motel de carretera a esperar al siguiente día a los amigos de mi excuñado, pues ellos pasarían después por el puesto de control de aduanas con sus documentos legales.


Teníamos planeado ir por carro hasta Houston, Texas y tomar un vuelo de allí hasta New York, "el fin de semana estaremos en la Gran Manzana", me dijo mi ex cuñado muy eufórico.


Al siguiente día llegaron los "Coyotes" y nos explicaron, para frustración nuestra, que aun faltaba cruzar el puesto de inmigración en la carretera que nos llevaría a Houston, "el puesto" dijeron quedaba como a 45 minutos del motel y era muy sencillo pasarlo, "nos vamos en dos carros, el de adelante va con mi amigo y le damos media hora de ventaja, el pasa el puesto y mas adelante se devuelve y nos encontramos con el justo antes de pasar el reten para avisarnos con la mano si podemos seguir o si están parando carros, en tal caso hacen la "U" y regresamos al motel".


Sencillo!, Fácil!, Pan comido!, seguíamos en esa euforia triunfalista que te aleja de la realidad y te pone a caminar sobre un lago congelado mirando hacia el cielo sin pensar que puedes pisar una capa frágil de hielo y hundirte en el agua fría para despertarte de tus fantasiosos sueños.


Llego el primer día de intento, íbamos felices, risas y bromas inundaban la atmósfera del desvencijado lincoln; pero a medida que nos aproximabamos al puesto se espaciaron las risas y el ambiente se enrareció con la evidente tensión que comenzo a crecer mientras disminuía la distancia al puesto de inmigración. Faltando 15 minutos para llegar al sitio, vimos, en el carril contrario aproximarse el otro vehículo desde el cual el conductor nos hacia seña con la mano de devolvernos.


Esa primera semana lo intentamos diariamente mañana y tarde con igual resultado que la primera vez. La segunda semana el nerviosismo y las tensiones, sumadas al hacinamiento en el cuarto del motel, pues solo había dos camas y una de ellas se la habíamos cedido a la muchacha con su hija, hicieron que comenzáramos a desencantarnos y tener roces hostiles muy a menudo pues permanecíamos todo el día en el cuarto.


Una tarde en la que la muchacha salía del baño en ropa interior y nosotros veíamos televisión para matar las horas, mi ex cuñado se puso furioso con ella y le grito que si lo estaba provocando al salir así, que el la había respetado todo ese tiempo, que si ella quería sexo con alguno de los dos que lo dijera y nos dejáramos de mojigaterías e hipocresía. Saltó como un felino sobre un cuchillo que había en la mesa y lo blandió amenazante contra mi ex cuñado vociferando que ella no era ninguna callejera y que ni se atreviera a tocarla. Yo me puse en medio de los dos y trate de apagar los candentes ánimos antes de que pasaran a mayores y las consecuencias fueran desastrosas. luego de unos cuantos insultos mas se fueron enfriando y ya bajando el tono de voz decidimos serenarnos y tratar de hacer esa fortuita convivencia en paz hasta que pasáramos el puesto de reten.


Pasaron 3 tensas semanas mas, la hija de la muchacha lloraba muy a menudo y había que cederle el televisor para calmarla con sus "muñequitos", se nos agotaba la paciencia y sacábamos ánimos de las pocas reservas que nos quedaban de convivencia y cordura.


A la cuarta semana, un día en que íbamos a intentar el segundo viaje del día en la tarde, el conductor de nuestro Lincoln se demoro mas de lo usual y cayendo la tarde llego otra persona manejando el carro, disculpándose, por la demora. Nos fuimos pues por nuestro último intento del día. Llegando al punto de encuentro con el otro vehículo que nos avisaba si había vía libre o no, ya el día estaba en el ocaso y comenzaban las sombras a tomar su lugar tiñendo el panorama con su grisáceo color antes de enegrecerlo todo. El otro conductor saco la mano e hizo su habitual seña, a lo que nuestro guía pregunto: "que seña hizo?", no, no alcanzamos a distinguir, le respondimos, me devuelvo o sigo, espetó el conductor, los minutos corrían al ritmo del carro, ya nos aproximabamos al punto donde no era posible hacer la "U". Volvió y preguntó: "Me devuelvo o sigo?". La tensión crecía y las miradas se entre cruzaban con aprehensión y nerviosismo. "Si o no?" de nuevo la apremiante pregunta que ponía en juego y en peligro todo lo recorrido y vivido hasta el momento. Siga, dijo mi ex cuñado, echándose la bendición, "A Santa Rosa o al charco" dijo la muchacha apretando contra su pecho a la niña, "a lo que vinimos" dije yo y el puntito luminoso que aparecía en la distancia fue creciendo a pasos agigantados hasta convertirse en un reflector con un policía de inmigración norteamericano que nos ordenaba detenernos.


Nuestro guía nos dijo inmediatamante: "no me conocen, me pidieron un aventón en la carretera, yo los recogí, de acuerdo?" si, le respondimos, para luego rematar con: "Me dejan hablar a mi, haganse los dormidos". El agente de inmigración pregunto, según me dijeron después, porque en aquel momento no entendía un nada de inglés, que para donde íbamos y quienes éramos, el guía según nos contó, le respondió que viajaba con su primo, la esposa de este y su hija y que yo era su cuñado, íbamos para una fiesta al pueblo vecino pero que regresaríamos en unas cuantas horas. Con los ojos entrecerrados miraba al agente asomarse a la ventanilla y alumbrar con su linterna nuestros rostros por unos segundos que para todos fueron eternos e inolvidables.


"Okey, go and don't drink too much". El rugido del motor al encenderse marcaba el camino del triunfo, del logro, apenas tomamos distancia de la garita comenzaron los abrazos, los hurras, las lagrimas de felicidad y los planes a futuro.


El viaje hacia Houston duro mas de 8 horas en las cuales, en la duermevela del viaje y la oscuridad de la noche me remonte al momento de despedirme de mi hija, en sus ojitos veía la esperanza de poder ver de nuevo a su papa, a mi mama dandome la bendición para la buena suerte, llevaba mas de un mes incomunicado con mi familia, creandoles la incertidumbre, la duda de que seria de mi vida en ese momento y me jure llamarlas del primer teléfono que encontrara en Houston.


Nos despedimos de la muchacha y su hija en las cercanias del aeropuerto de Houston, (unos quince años despues me la volveria a encontrar en Queens, New York). Descansamos en un motel por unas horas, fuimos a comprar ropa adecuada para el viaje y ya en el aeropuerto compramos los pasajes que nos llevaron a nuestro destino final.


La voz de mi excuñado resono en mis oidos y me saco de mis cavilaciones "ya te puedes regresar a Colombia". Lo mire y le dije, no, voy para Miami, quiero sentirme solo, en un pais extraño, con un idioma diferente para ver que soy capaz de hacer por mi vida en esas circustancias.


De eso hace ya 25 años en los cuales rode y cai muchas veces para levantarme otras tantas y forjarme un destino en este pais que me acogio como a un hijo mas.

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