Cada cual llora sus muertos a su manera

Estando en New York, a punto de emprender un recorrido de dos semanas por Canadá, recibimos la noticia del fallecimiento del abuelo de mi esposa Patita. Eran las siete de la mañana del día domingo y estábamos disponiéndonos para tomar carretera, al escuchar la noticia ella solo dijo: "Yo esperaba la partida del abuelo para esta semana, ya descansó".

Le pregunte si quería quedarse un día mas en New York, pero ella me contesto: "No vámonos ya". Se sentó en el asiento del carro y comenzó a direccionar el "GPS" o sistema de navegación que nos indicaría la ruta para Montreal. Durante el viaje, la miraba de vez en cuando de reojo para detectar su estado de animo y en caso tal tratar de darle una voz de consuelo, pero ella estaba tan "ocupada", revisando el "GPS", chequeando los sitios de interés que encontraríamos en el camino para visitar, tomando fotos del paisaje, que no tenia tiempo para pensar en nada mas.

Llegamos a la frontera con Canadá después de 7 horas de viaje y de muchas paradas en las "Rest areas" del camino, de ahí a la casa de mi hermana en el pueblo de Saint Bruno de Montarville un suburbio ecológico había otra hora de viaje.

Supuse que ese día llegaríamos a descansar, para retomar el ritmo de turistas al día siguiente, pero Patita no quería descansar, no quería pensar, no quería recordar, llenaba su mente de rutas, pueblos y ciudades que recorreríamos en los siguientes días. Salimos nuevamente después de inspeccionar la casa con los muchachos correteando por los cuartos y pasillos esquivando matas, helechos colgantes, óleos y matorrales, bajando al "basement" y brincando al lado de la piscina.

Dimos una vuelta por el pueblo, comimos en un restaurante local y en vista de los elevados precios decidimos buscar un supermercado para hacer compras y abastecernos por dos semanas de alimentos, llegamos a la casa de nuevo y Patita se puso a cocinar, desempacar maletas y planificar el recorrido del siguiente día.

Madrugamos para visitar Montreal y sus hermosas construcciones medievales con sus barrios de casas empedradas y callejuelas de adoquín; Patita no paraba, salia de un sitio a otro, de un museo a un parque, de un parque a una iglesia. Otro día mas de caminar, conocer y visitar, llenando el día y parte de la noche en este loco itinerario sin espacio para nada. Después vino Quebec con el mismo intenso y frenético ritmo hasta que llegamos al cuarto día de travesía.

Íbamos para las cataratas de Niagara, el "GPS" nos marcó siete hora y media de viaje, como a las tres o cuatro horas de viaje el ritmo acelerado de turismo me pasó la factura de cobro y comencé a sentir el agotamiento en mi cuerpo, le pedí a Patita que pusiera un poco de música para entretenerme y mantener la vigilia necesaria para continuar.

Una melodía tropical comenzó a sonar por los parlantes del carro, "Pastor Lopéz", "Hugo Blanco" una tras otra canción comenzaron a abrir la puerta de los recuerdos que Patita había cerrado para no pensar en la realidad de la partida del abuelo. Como a la cuarta canción no aguanto más, el dique que contenía recuerdos, sentimientos, memorias y pasados se rompió dejando escapar, en su desbocada, un torrente de lágrimas y sollozos como nunca los había sentido antes.

No supe que hacer, si parar a consolarla y abrazarla o seguir manejando; opte por seguir manejando dejándola sola con su pena. Y es que uno llora sus muertos en soledad, en silencio, es algo tan privado, es un dolor tan personal que sobran los abrazos y las voces de consuelo. Hay que lavar el alma, llorar todas las lágrimas, agotar los recuerdos, despedirse en introspección, mirando en tu interior, diciéndole lo que no le dijiste en vida, sacar los te quiero y los reproches.

Y así lo hizo, lloraba, se ahogaba y paraba, retomaba el llanto y no tenia fin el manantial de lágrimas que derramaba. hasta que por fin, con sus ojos llorosos me miro y me dijo: "lo vi, vino a despedirse de mi, estaba sentado junto a la ventana y con su mano me decía adiós, como cuando lo fui a visitar". Yo no podía hablar, tenia un nudo en la garganta conteniendo las emociones que ella en su estado me transmitía.

Ahora sollozaba y hablaba, se acordaba de cuando el abuelo le enseñó a manejar moto, de como se sentaba atrás y con ella adelante la guiaba para no caerse, como la guió durante toda su infancia y juventud con consejos sabios y reproches necesarios. Rememoraba sus viajes, cada año, a la isla de San Andrés de vacaciones, los paseos en camión durmiendo en la parte de atrás encima de la carga. Se reconfortaba diciendo que fue, un mes antes, a visitarlo por que sabia que su enfermedad se lo iba a llevar muy pronto.

Lentamente fue saliendo de ese estado, aliviando de a poco su carga de recuerdos, se fue desprendiendo de su dolor, lo fue dejando ir kilómetro tras kilómetro que recorríamos en el carro, ahora tarareaba las canciones y sonreía viviendo, en su interior, los momentos felices compartidos con el abuelo.

Aliviado al verla emerger de esa necesaria pero dura experiencia, me remonte cuatro años atrás estando también en New York, recibimos  la noticia del fallecimiento de mi papa, no pude expresar mi dolor ni llorar en ese momento. Luego pasado un mes o mas, estando en la casa, una noche al salir al patio me llego el aroma de los jazmines y al instante supe que mi papa había llegado a despedirse; me senté, solo, en la oscuridad de la noche a llorar, a soltarlo, a despedirlo, a hablarle. Fue intenso y reconfortante, al rato me seque las lágrimas y entre a la casa tomarme una copa de vino en su honor y dedicarle una ultima canción: "Carta a mi viejo" de Facundo Cabral.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Turquia - Un pais magico (Parte 1)

Los fans de Messi

Con buen hambre no hay pan duro