Lo que el dinero no puede comprar

Año: 1986
Lugar: Jackson Heights, Queens, New York.

A las tres de la madrugada me levanté como de costumbre para ir a uno de los tantos "Part-Time" que tenia por aquella época. De Queens me dirigí al bajo Manhattan a una bodega gigante donde funcionaban las oficinas de reparto del periódico "The New York Times". Hacia una ruta de entrega a domicilio que comenzaba en unos edificios familiares y terminaba en el desaparecido "World Trade Center" en las torres gemelas.

Concluía mi trabajo a eso de las seis de la mañana, para luego comenzar el "Full-Time" del día: tenia un taxi de esos que llaman "Gipsy", gitanos, por que no tienen el medallón de los taxis amarillos característicos de New York . Luego en la noche iba al "Center for the Media Arts"  un instituto de carreras intermedias en el cual estudiaba fotografía comercial. Era una rutina agotadora, pero como siempre he dicho que al mal tiempo buena cara,  sacaba lugar para divertirme y pasarla bien.

Mi excuñado, la noche anterior, como todos los miércoles religiosamente,  había apostado a la suerte con un dólar en la Lotto; esa noche se soñó con unos billetes plásticos que estiraba y le cambiaban de número, al otro día se levantó pensando el sueño y jugó los números de los billetes más, en ese entonces mi edad: 36, la edad de su esposa; 45 y la de el; 48.

Ambos trabajaban en limpieza de oficinas y en los ratos libres le prestaba el taxi para que hiciera sus extras. Había unión, camaradería y un apoyo incondicional en el que la suerte de uno era la suerte de todos.... bueno hasta ese día.

Aquel jueves, cuando llegue de repartir los periódicos, había algarabía en la casa, pues vivíamos juntos en un suburbio de Queens llamado "College Point". Apenas abrí la puerta me dieron el periódico con los números de la loto para que los leyera en voz alta y luego me mostraron el billete ganador. Gritos, risas y exclamaciones de jolgorio llenaban la casa, no faltaron las promesas de que ahora si salimos de pobre todos.

Diez millones de dólares recibió unos días después mi excuñado y comenzó el ascenso en la escala social; de comprar ropa en promociones paso al "Roosevelt Mall" en "Long Island"; de comer siempre en casa paso a cenas en restaurantes de lujo.

Es "normal" que cuando se ha tenido una vida de afugias económicas y de pronto un golpe de suerte nos cambia el destino, queramos darnos los gustos que las privaciones monetarias no nos permitían anteriormente, lo que tal vez se nos olvide en esos momentos es que nada, absolutamente nada en esta vida es gratis y que lo que nos dan con una mano con la otra nos lo quitan.

En una de las tantas fiestas de celebración de ese "afortunado" golpe de suerte, mi excuñado, ya entrado en tragos sacaba un billete de cien dólares y se lo ponía en la pierna vociferando a carcajadas: "por este billete, hasta mi mujer y mis hijos hacen lo que sea, la plata lo compra todo", y seguía riendo y bebiendo.

Después de tanta euforia y habiendo terminado mis estudios, pusimos una tienda fotográfica con revelado de rollos en una hora y servicio de estudio fotofráfico; el de socio capitalista y yo de socio industrial, su hijo trabajaría conmigo en el negocio. Así comenzo el deterioro de la fuerte amistad y familiaridad que nos unió en el pasado.

Ya a finales de romper sociedad y coger cada uno su rumbo por separado, estando en el estudio fotográfico, llegó su hijo del Canadá, pues en esa época, cuando uno era ilegal y obtenía papeles tenia que salir a un país vecino y volver a entrar legalmente. Le pregunte como le había ido con los papeles, me miro con una mirada languida y triste que nunca olvidare, para luego decirme: "me negaron la residencia", sorprendido le pregunte por que, pues el había aplicado como inversionista y con el monto del capital que tenia el papa no se la podían negar, me respondió casi en silencio: "Tengo el VIH", lo abrace y llore, fueron unos minutos que para mi siguen siendo eternos, un muchacho joven, noble y con un futuro asegurado por delante, de un solo golpe se le cortaban las aspiraciones.

No duro seis meses, fui a ver al papa a darle una voz de consuelo pero estaba tan herido y molesto con su dolor que solo me dijo "por que a mi hijo, si lo teníamos todo, por que no a usted!". Callé, no le dije nada, di media vuelta y me fui, no sin antes pensar, "por fin supiste que hay algo que el dinero no puede comprar; La Vida".

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