Una conversación banal


Una de esas tardes sabatinas en las que se reunía la familia de mi esposa a dicharachar, tomar algo y divertirse un poco, se dio el tema que siempre sacaban a colación en son de burla: la diferencia de edades entre mi esposa y yo; 20 años. Ella siempre se enojaba y los mandaba a la quinta porra, muchas veces nos íbamos antes de tiempo; usualmente y como la conocían la cogían con ella para hacerla rabiar.

Esa tarde apenas tocaron el tema de la edad, de que iba a hacer ella cuando tuviera 50 y yo 70, que yo no funcionaria, que bla, bla, bla y risotadas y burlas. En ese momento alce la voz por encima de la algarabía y les dije: Familia es muy sencillo; le pago a un prostituto para que la satisfaga!. Enmudecieron, las viejas se horrorizaron y los hombres me miraron con desconfianza. Había logrado crear el impacto necesario para acallar sus risas y atraer su atención. Mas de una se hecho la bendición, miraron a mi esposa con lastima y pesar, una de ellas dijo que mi condición de ateo me convertía en un hombre sin moral, un libertino sin temor a Dios. Los hombres, casi al unísono se alejaron de mi lado como si tuviera una enfermedad contagiosa, temerosos de una contaminación.

Reí para mis adentros. Por fin los acallaba, por fin dejaban las bromas, eso si, me había convertido en un paria, una aberración de la naturaleza, por el simple hecho de la insinuación, de la inesperada respuesta que les había dado. Para ellos, machistas a morir, era inconcebible que yo ofreciera a mi esposa de esa forma, que la prostituyera, según palabras de un familiar.

-Ustedes saben, mas que todo los casados por la iglesia que en el matrimonio se aceptan muchas cosas bonitas que en la practica no se cumplen: ser fiel, estar juntos en la enfermedad, en el dolor, pobreza y todo el verso que cogidos de las manos juran y rejuran cumplir los enamorados tortolitos. Luego la conveniencia, los hijos, el temor a la soledad, el estatus económico alcanzado a través de los años que uno de los cónyuges perdería al separarse, hacen que las parejas sigan bajo un mismo techo y en las fotos de aniversario luzcan como la familia perfecta, pero en la vida real, en la cotidianidad vivan en un infierno y se traten como desconocidos o como perros y gatos-, les dije pausadamente.

Iba a seguir hablando, pero al momento le subieron el volumen a la música y comenzaron a bailar. Mi esposa me asió del brazo y  al oido me murmuro, -nos vamos, te pasaste con lo dicho.- En el carro un largo trayecto lo pasamos en silencio, cada uno con sus pensamientos, presentimientos y dudas, cada uno con sus ángeles y demonios cuchicheando a oido. -Cuantas veces hemos hablado de esto y te he dicho que lo mas importante en mi vida eres tu, tu compañía, el sexo y lo demás no me trasnocha, ya lo hemos discutido y ni las pastillas azules que en vez de pararte el que sabemos, te pare el corazón, yo quiero y necesito mi viejo a mi lado por toda la vida,- me dijo casi entre sollozos.

Le coji la mano y se la apreté fuertemente, como asimilando sus palabras, impregnándome de sus verdades, de sus vivencias y de su vision al futuro. Yo, en cambio había sido y era muy sexual, no por que fuera buen amante, sino, porque esa palabrita la había convertido en la prioridad de mi vida, de mis amaneceres y anocheceres; por el sexo había cometido las mas grandes locuras de mi vida, los peores desastres fueron en nombre de alguna mujer y los incontables placeres también, fue mi constante, mi ruta, mi norte, mi destino. Pero te había encontrado eras la suma de todas mis amantes y ahora eras mi esencia, estaba fusionado en cuerpo y espíritu a ti, te amaba en resumen. En el otoño de mi vida me aferraba a ti con locura, con pasión y esa pasión que se me escondía, que esquivaba mis momentos de lujuria me asustaba, me estaba quedando sin el motor que movia mi vida.

Esa noche en la cama me abrazaste con fuerza y me repetiste lo mismo: -este es el viejo que yo quiero por toda la vida, que me abrace, que se acueste conmigo y se despierte todas las mañanas a cuidarme y mimarme,- me diste un beso y te quedaste dormida. Con tu cuerpo en mis brazos te sentí, absorví el suave respirar que te hacia tan mía, tan indefensa, tan confiada en nuestro futuro, en nuestros planes de irnos a vivir a las montañas en una cabaña, que por un momento olvide mis temores y mis angustias. Hay que vivir la vida día a día me dije, el futuro, cuando llegue vendrá con sus propios azares. Te bese la frente, cerré los ojos y me dormí, como todas las noches, a tu lado, por siempre.

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