Un ajuste de cuentas


La muchachita cerró los ojos asustada, el taxista le subió la faldita, arrancó el pantaloncito y dejó al descubierto su sexo. No hubo forcejeo, ella aterrorizada cubrió sus ojos con los brazos y espero el embate del taxista. Un grito ahogado acompaño al desgarramiento que sintió en medio de sus piernas, una punzada de dolor caliente como fuego que la devoraba le fue subiendo por el cuerpo y se desmayó. 

Llegamos a su estudio, un sólo cuarto grande ubicado en el bajo Manhattan, con muebles de lineas rectas y colores vibrantes; se respiraba juventud y vitalidad en cada rincón. Estaba un poco frío pues entraba el otoño, prendimos la calefacción y pusimos a hacer cafe. Nos sentamos al borde de la cama, comencé a enredar su rubia cabellera en mis dedos con suavidad, luego halé con fuerza el mechón de pelo hacia atrás quedando la cara boca arriba, me paré frente a ella, acerqué mi rostro y la bese con pasión, con fuerza; su respuesta fue un mordisco que hizo sangrar mi boca, intente soltarme pero me asió con fuerza y bebió mi sangre.

El taxista llevó la muchachita donde sus padres, les dijo que el viaje había sido largo y agitado, que la niña estaba mareada y un poco enferma. El papá agradecido le pagó lo acordado por traerla de casa de los abuelos y le dio una buena propina. Confiaba en el taxista, siempre les hacia los mandados y era fiable. La niña llegó cansada, un poco nerviosa, dijo que se iba a bañar por que venia sucia y se acostó a dormir.

Logre soltarme de sus brazos, me retire un poco, tenia mi sangre en sus labios y los movía lascivamente. Se paró y caminó hacia mi, el rubio pelo le caía sobre su cara haciéndola ver eróticamente salvaje y provocadora. El verde de sus ojos centelleaba, la aprecie por un instante en toda su voluptuosidad. Tendría unos veinticinco años, de estatura mediana, rubia y de verdes ojos esmeralda, abundante en carnes; con firmes y grandes pechos que agitadamente subían y bajaban por debajo de su blusa, sus piernas, gruesas y bien torneadas caminaban firmemente hacia mi. La había conocido en un restaurante unos meses atrás, de un saludo ligero cada vez que coincidíamos, pasamos a sentarnos juntos para el almuerzo y luego, entre charla y bromas había terminado yendo a su apartamento.

Cada vez se escondía mas en si misma; de la niña juguetona y risueña no quedaba vestigio alguno, por eso su papá decidió llevarla al medico. Después de un exhaustivo examen acompañado de preguntas y análisis el papá oyó del galeno el terrible diagnostico: había indicios de abuso sexual. Fue devastador para la familia, comenzaron las investigaciones y pronto se llegó a la verdad; el taxista era el responsable del infame acto. Se entabló la demanda, se detuvo al implicado y después de un corto juicio se le condeno a prisión por 10 años.

Se me fue acercando mientras se despojaba de la blusa y el sostén; los pechos como palomas enjauladas saltaron de su prisión y erguidos e imponentes se ofrecieron a mi boca que con glotonería mordía, succionaba y lamia. Así parados y apretujados la puse contra la pared, ella se volteó y me ofreció su espalda y cuello que yo aprovechaba para besar y relamer. Nos fuimos quitando la ropa entre gemidos, ayes y suspiros. Las voluminosas nalgas brotaron como dos globos rosados para que mis manos las recorrieran ávidamente. De espaldas, con las manos sobre su cabeza puestas sobre la pared me dijo en tono imperativo: golpéame, pégame. Su piel se erizo y comenzó a temblar.

Entre las citas al psicólogo y sus estudios la muchacha fue superando el trauma y los padres enterrando el infortunio en el olvido. Pero al año, por casualidad leyeron en un periódico local que el violador había salido de la cárcel. Fueron a averiguar mas no obtuvieron respuesta alguna, sin embargo sus dudas se vieron confirmadas cuando un vecino les comento que lo había visto en la calle, manejando un taxi como si nada hubiera pasado. La frustración, la rabia y la impotencia se apoderaron del papá, ahora era el el que se encerraba en si mismo y no podia dormir. Le entró el pánico y la desconfianza, el mismo llevaba a su hija al colegio y la acompañaba a todas partes. Negros pensamientos de venganza ensombrecían su rostro.

De repente la solté para apreciar en toda su desnudez el lujurioso cuerpo que se movía en oleadas de éxtasis; -Atame, véndame los ojos-. Me insinuó provocativamente. Intente darle unas cuantas palmadas en los glúteos, que al instante enrojecieron quedando marcada la palma de mi mano. -Duro, con fuerza, hazme sentir que es un macho el que tengo a mis espaldas- . Reaccionaba entre la excitación y el temor a hacerle daño. Ella gemía y se retorcía de placer con cada golpe en sus nalgas. Me cohibía por momentos pero a caca palmada y a cada gemido incrementaba la intensidad de los golpes, me hervía la sangre y sentía que mi varonilidad se hinchaba e iba a explotar, luego comenzó a moverse lascivamente, abrió las piernas un poco, levantó las nalgas y con sus manos separó los glúteos quedando al descubierto como una orquídea que abre sus pétalos al tibio sol de la mañana el rojo sexo. Avido de gozo me acerque. Con un grito ahogado sintió mi presencia en sus entrañas. Resoplo, jadeó, lloró y araño mi cuerpo en su deleite. Me resbalaba de su aperlada y sudorosa piel, pero volvía al embate aferrándome a ella y así, en un amasijo de carnes que se unen, penetran y despegan, entre jadeos, gritos y suspiros nos elevamos al paroxismo del placer para culminar en una explosion cósmica.

Semanas enteras lo estuvo siguiendo, tratando de conocer su rutina. Lo veía y le hervía la sangre, en varias ocasiones tuvo el impulso de bajarse del carro, enfrentarlo y acabar con el, pero se contuvo, no era el momento, tenia que ser frío y calculador si quería una venganza limpia, sin implicaciones. Ademas debía esperar un tiempo prudente para no despertar sospechas. Esperar, esperar que ya llegará el momento, se repetía a si mismo. Mas sin embargo, cuando llegaba a casa y encontraba a su hija haciendo tareas o ayudando a su mama en los quehaceres domésticos, la veía tan niña, tan frágil, tan indefensa que apretaba los puños y en silencio las lagrimas rodaban por sus mejillas en señal de rabia, de impotencia y de venganza.

Nos tendimos en la cama, jadeantes, sudorosos, extasiados, en silencio. De pronto se levantó de la cama como una gacela, con gracia y sensualidad, caminó hacia la cocina para traer dos humeantes tazas de café. Nos sentamos desnudos con las piernas cruzadas y disfrutamos del penetrante y aromático sabor. Hablamos de nosotros, de ella, de su vida en su país natal. Yo la miraba maravillado, la escuchaba asombrado tratando de asimilar sus palabras, sus vivencias.

Esa noche lluviosa el taxista aprovechaba para hacer un dinero extra. Eran como las 11 de la noche cuando en una esquina alguien levantó la mano pidiendo sus servicios, miró lo tarde de la noche y dudo en recoger al pasajero, pero al ultimo momento detuvo el carro para preguntarle hacia donde se dirigía. Bajó la ventanilla para observar al cliente y hablarle. El pasajero un hombre barbado, entrado en años, con gafas oscuras y sombrero de fieltro le dijo que lo llevara a las afueras de la ciudad. El taxista dudo pero el cliente sacó un fajo de billetes y se lo mostró, le pagaría bien le dijo, es una urgencia. El pasajero se subió en el asiento trasero justo detrás de el.

Cuando estábamos terminando el cafe le pregunte por la forma un poco sadomasoquista de hacer el amor. Sólo me miró, recostó su cabeza en mi pecho y me dijo: déjame terminar mi historia.

A medio camino del destino, en un solitario y arbolado sitio el pasajero le dijo que tenia ganas de orinar, que aparcara el carro en la orilla, el taxista accedió y se aparcó. El hombre se bajo, se alejo por unos minutos, mas cuando regreso se situó en frente de la ventanilla del taxista amenazándolo con una pistola y le dijo: -bajaté del carro desgraciado-, el sorprendido hombre se asusto e intento encender el carro para irse, pero el pasajero se lo impidió y lo obligo a bajarse. -Quédese con todo el dinero que tengo, tome mi reloj, llévese el carro, pero no me haga daño, le suplico el taxista. El pasajero se rio sarcásticamente y le dijo: de verdad no me reconoce?, Se quito el sombrero, las gafas y lo miro fijamente a los ojos. El taxista observo el rostro y un destello verdoso salió de la mirada del pasajero. Al instante vio en esos verdes ojos los ojos de la muchachita que suplicantes lo miraban en el asiento trasero del taxi unos años atrás. Supo que iba a morir en ese instante.

Esa es mi historia, me dijo clavando sus esmeraldinos ojos en mi. Mi papá cobró venganza, hizo justicia y se lo agradezco. Lo único que le reprocho es no haber estado ahi esa noche para haberlo hecho con mis propias manos. Luego se sentó de repente, acerco su cara a la mía y me dijo: -por que a mi, el que me la hace, me la paga!.

Después de esa tarde en su apartamento decidí no volver por el restaurante para evitar un nuevo encuentro y quien sabe.. un ajuste de cuentas fatal.



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