El regreso del hijo


El sicario aparco la moto cerca del anden justo enfrente de la puerta de la casa, acaricio la cacha del revolver que tenia en el bolsillo de la chaqueta, se sentó de lado en la moto y espero pacientemente a que el hombre que venia caminando por la acera se acercara a la puerta.

Habían pasado mas de cinco años desde que su hijo había partido al extranjero a estudiar, ahora regresaba y el hombre ansioso oteaba por encima de la gente apretujada en el aeropuerto tratando de divisar la imagen de su hijo entre los pasajeros que descendían del avión. No lo identificaba, del río humano que entre equipajes y guardas del aeropuerto se movían no detectaba a la figura familiar y menuda de su hijo.

A sus espaldas alguien se abalanzó sobre el y lo sujetó fuertemente: Dad!!, oyó que la persona que lo abrazaba le gritaba, volteó tratando de zafarse del desconocido sin reconocer al gigantón que lo apretujaba con efusividad. Se soltó como pudo para desde cierta distancia repasar con la mirada al intruso que delante de el manoteaba y saludaba. Era un muchacho de unos veinte años, mucho mas alto que el, delgado, con el brazo derecho completamente cubierto de tatuajes, de oscuro y liso pelo recogido en una moña y adornado con un aro de oro que le atravesaba el lóbulo de la oreja derecha, un completo desconocido. Papa, soy yo, tu hijo!, le dijo el muchacho alzando la voz para imponerse sobre el ruidoso conglomerado que se aglutinaba en la sala de bienvenida del aeropuerto. El hombre tardó unos segundos en asociar a el extraño que tenia en frente y que lo apretujaba a cada rato con el enclenque muchachito que en esa misma sala había despedido cinco años atrás. 

Poco a poco, a medida que lo escaneaba sus recuerdos comparaban y asemejaban a el niño de hace cinco años con el joven que tenia en frente. Fue ensamblando las dos imágenes en una sola, como superponiendo dos negativos en uno solo, surgiendo los rasgos que le confirmaban que era su hijo el que tenia enfrente. Lo abrazó y el abrazo le confirmó que era el.

Había cambiado sí, lo notó en las siguientes semanas; taciturno y con largas ausencias de la casa, efusivo unas veces y ensimismado otras, efervescente en su animo, pero era su hijo y en lo cotidiano se entendían. Había venido a quedarse y poco a poco fue redescubriéndo al crío en el muchacho que habitaba en su casa ahora. 

Pasaron las semanas, el hombre se dedico a su trabajo y a los negocios. Desde que su hijo había partido hasta ahora sus finanzas estaban en aumento; varios apartamentos, casas y locales comerciales. Le adjudico una mesada para sus gastos mientras conseguía trabajo, pero el muchacho no quería trabajar, sólo quería, se lo repetía a su papa continuamente, -hacerse cargo de los negocios, administrarlos-. No se podia, era imposible, el depositaba toda su confianza en los los asuntos comerciales en su nueva compañera, con la cual llevaba dos años conviviendo. Aparte de los celos y lo posesiva el hombre había aprendido a capotear los arrebatos temperamentales de su pareja y con bromas y chistes lograba encasillarla haciendo la convivencia agradable. Todo funcionaba, ella era una eficiente administradora y ademas lo quería, pareja perfecta. Pero … no cabía un tercero. Y realmente la casa resultaba pequeña para los tres, la tension crecía cuando estaban juntos, alguien estorbaba, alguien tenia que salir de escena.

El hombre comenzó a sentirse observado, intranquilo. En la calle, cuando caminaba, una cosquillita en la nuca lo intranquilizaba lo hacia volverse de espaldas repentinamente como presintiendo que iba a descubrir a alguien detrás de el siguiéndolo. La compañera  le aseguraba que era paranoia, puro nerviosismo o estrés causado por el trabajo. Que se relajara, que tomaran vacaciones, que pronto se le pasaría. Aceptó la sugerencia. Salieron de fin de semana largo aprovechando un día festivo en su trabajo. Tres días de relax, de calma, los dos, como novios. 

Durante el viaje de regreso la notó intranquila, demasiado callada para su alegre y extrovertida forma de ser. Al preguntarle ella solo le contestó que había tenido un mal sueño y que no se lo comentaba para no traerlo a la realidad, para no sacarlo de sus pesadillas, esconderlo era lo mejor, finalizó. Al llegar a casa el hijo les tenia la desagradable sorpresa de que los ladrones habían entrado a la casa, robandose las computadoras, tabletas electrónicas, televisores y la cámara fotográfica que ella le había regalado. Esa noche en la cama el le pregunto si el sueño había sido referente al robo. No, es mucho peor, le respondió abrazándolo para luego darle la espalda y tratar de dormirse. El no pudo ver ni notar las lagrimas que rodaban por la cara de ella mientras conciliaba el sueño.

Transcurrieron los días y la vida volvió a la normalidad, el hombre le atribuyo su delirio de persecución al hecho de que lo habían robado, tal vez los ladrones lo habían seguido para conocer sus movimientos y aprovechar un descuido. 

Una noche en la que cenaban los tres, al calor de unos vinos la conversación se fue tornando pesada. El muchacho estaba en desacuerdo con la noticia que le habían dado: se casaban, querían formalizar su relación, ya era tiempo dijeron. En el momento en que ella fue a la cocina por el postre, el le advirtió en tono de reproche y alarma que si se casaban automáticamente pasaría a tener derecho sobre los bienes de “ambos” le dijo muy claramente y agitado. -Papa si te mueres se queda con todo-, le susurro al oido antes de que ella llegara a la mesa. Ya en la cama, ella le pregunto el motivo de la contrariedad del chico, el evadió la respuesta, le dijo que no era nada, cosas de jóvenes, nada grave. Esta vez fue el el que se volteó para darle la espalda y tratar de dormir pero no pudo, los últimos acontecimientos daban vueltas en su cabeza como pajeros agoreros de mal agüero. El día lo sorprendió sin pegar pestañas, desvelado e intranquilo.

Después de esos acontecimientos surgió, como un pequeño riachuelo que va creciendo a medida que avanza, una animadversión entre madrastra e hijo, una antipatía que los arrastraba a contracorriente y no les permitía ni acercarse, ni verse, ni mucho menos conversar. cada uno tenia sus razones, cada uno se mantenía atrincherado. El hijo retrasando el matrimonio, ella acelerandolo. El hombre en medio de dos aguas turbulentas sentía como un remolino lo arrastraba al fondo.

El siguiente día, antes de salir a trabajar ella le dijo que necesitaba el carro, que lo llevaría al trabajo y que en la tarde lo recogería. En el camino al trabajo ella le dijo que lo quería mucho, que pasara lo que pasara lo amaba, lo abrazo y le dio un fuerte y apasionado beso de despedida que el hombre al soltarse la miro a los ojos y le dijo, -tranquila mi vida que no me estoy yendo para siempre. Esa tarde lo llamo, que no podia recogerlo, que tomara el bus.

Por eso caminaba, caminaba y pensaba y sus recuerdos y dudas y luchas internas lo envolvían, lo alejaban de la realidad, caminaba cabizbajo, triste y meditabundo, por eso no vio al hombre sentado en la moto justo enfrente de su casa. Demasiado tarde, un fogonazo ensordecedor lo volvió la realidad, saltó, manoteo y cayó de espaldas al pavimento, sus desorbitados ojos vieron, agrandado un humeante cañón que le apuntaba, oyó un chasquido y vio que el hombre golpeaba el revolver con la otra mano para destrabarlo, dos intentos mas de disparo y nada, subió a la moto y antes de arrancar disparó otra vez, esta vez el tiro salió pero se incrusto en la pared. El sicario había fallado.

La policia comenzó las pesquisas interrogando a la compañera, era la sospechosa principal: el hombre estaba caminando hacia la casa por culpa de ella; aparentemente había creado la oportunidad para facilitarle el trabajo al sicario, todo la inculpaba, pero no habían pruebas y ella aparentemente lucia devastada, asustada y aferrada a su compañero. Pero como toda investigación menor por un intento fallido de homicidio el caso se fue enfriando y con el tiempo se archivo sin culpable alguno. 

Desafortunadamente todo en la casa había cambiado; la boda se frustró, dormían en camas separadas, tenían poca comunicación y el hijo comenzaba a ganar terreno y obtener la confianza de su papa. Pasaron los meses hasta que una mañana el hombre recibió una llamada de la policia. Llamada que le cambiaria la vida para siempre, llamada que nunca desearía haber recibido. Habían capturado a un peligroso delincuente en un atraco a un banco y el hampón, desde la cárcel quería hablar con el.

Era un muchacho Delgado, aniñado de tez cobriza y pelo aindiado, no aparentaba ser el delincuente que era con un prontuario tan abultado. Apenas se ubicó frente a el lo miró fijamente, su mirada era fría, inexpresiva, se sintió incomodo, no sabia realmente por que estaba ahi, que lo había llevado a sentarse frente a ese antisocial. -Yo fui el sicario que trató de matarlo-, le dijo a quemarropa como a quemarropa le había disparado la noche del atentado. No pudo articular palabra alguna, saltó del asiento, trató de salir corriendo, un frío le recorrió el cuerpo, sintió el terror de aquella noche. -Tranquilo señor, mi intención no es hacerle daño, le tengo un trato que le conviene-. Un trato, que era eso, que propuesta le tenia ese hampón que le convendría, tal vez se estaba equivocando de persona, ni siquiera lo reconocía como el perpetrador frustrado del atentado, si bien era cierto que no le había visto el rostro, lo suponía mucho mas grande.

Oyó estupefacto, mudo, incrédulo a lo que sus oídos escuchaban, no puede ser, se repetía una y otra vez, imposible. -Se acuerda del robo en su casa?, con lo que sacaron de ahi me pagaron para matarlo.-  Esa persona si yo la denuncio se va a la carcel por ser mi complice, el autor intelectual, pero si me callo nada pasa: mi silencio vale diez millones de pesos, es para que el abogado me saque de aquí. El hombre se sentaba, se paraba, se agarraba la cabeza con las dos manos, miraba al techo y pedía al creador que si era un sueño lo despertara ya. Luego escuchó lo que nunca hubiera deseado escuchar: noooooo! No puede ser mi hijo no!, grito y se desmadejo. Antes de irse el hampón le susurro a sus espaldas: su hijo aquí encerrado conmigo o la plata para mi silencio, tiene una semana.

Nuevamente, en aeropuerto no fue capaz de abrazar a su hijo para despedirlo, un frío apretón de manos, un adios que el sabia era para siempre, eso fue todo. Al salir del aeropuerto se subió al carro, abrazo a su mujer con fuerza.  -Hiciste lo correcto en en enviarlo al extranjero de nuevo, nunca debiste de sacarlo de la institución mental donde se encontraba-. 












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