Una Aventura otoñal

Se sentaron al borde de la cama, uno muy cerca del otro, cada cual con sus cavilaciones, sus miedos, dudas y deseos expectantes. El la observó de soslayo; con su mano suavemente le cogió el mentón para girar su cara y quedar frente a ella. Le quitó las gafas y pudo apreciar sus inmensos ojos carmelita, asustados, húmedos, esquivando su penetrante mirada. Ella apartó la mano que le sujetaba el mentón, agachó la cabeza, se frotó las sudorosas manos con nerviosismo. El silencio, denso y agobiante hacia que el respirar resonara como alguien que esta encerrado en un diminuto cúbiculo. Sus corazones se agolpaban en el pecho queriendo desbocarse y detenerse al mismo tiempo.

Esa mañana ella había madrugado un poco mas de lo usual. Muy temprano en la cocina preparó el desayuno para su marido y le dejó también lista la cena, una rutina que había efectuado estoicamente por casi 30 años. Tenia pensado llegar tarde a casa. En el cuartito del baño se detalló desnuda tratando de rescatar con su critica mirada a travez del espejo vestigios de belleza, lozanía perdida o encantos derruidos. Sus pechos de grandes aureolas, pezon ennegrecido y sobresaliente, aunque estriados, conservaban un poco de firmeza. Bajó la vista a su estomago; se había descuidado un poco, la obesidad comenzaba a ensanchar los surcos en la piel que le recordaban sus tres embarazos; -que mas podia esperar a sus 62 años-, se consoló un poco. Se depiló las piernas y axilas. Cuando trató de afeitarse el vello públco se cortó accidentalmente: “mierda, justo ahora carajo!”, exclamó con un grito ahogado. Inmediatamente empapo un algodón de alcohol y se frotó, le ardió, se lavó rápidamente con agua para sofocar el dolor y la irritación. “Sólo por quitarme esas horribles canas del pubis”, se reprochó. Se acercó al espejo, miró de nuevo y quedo satisfecha, el pubis se veía lampiño, mejor que con vello y canas, se dijo para si misma.

El le tomo las manos entre las suyas y se las acaricio suavemente, ella trato de zafarse pero desistió y permitió la caricia. “Por que estamos aquí”, le dijo ella de repente y sin mirarlo. El no contesto, guardo silencio y la miro.

La noche anterior el hombre no había podido conciliar el sueño, se despertaba sobresaltado soñado en duermevela nebulosa sobre la cita del siguiente día en el motel. Se despertó, se baño, tuvo especial cuidado de enjuagarse bien el ombligo, pues su esposa siempre le criticaba que ese era el lugar donde mas se acumulaba suciedad y producía mal olor, tenia que estar impecable en su presentación. Mientras se secaba el cuerpo rememoro las circunstancias que lo habían llevado al encuentro de esa mañana. Se habían conocido en el trabajo. Una relación laboral normal sin ningún asomo de atracción física por parte de los dos. Solo coincidían en la edad y en que en los años 80’s a 90’s habían vivido en Nueva York y conocido de cerca el ambiente de la rumba de aquella época. Tenían unos cuantos amigos en común de ese entonces, nunca coincidieron en las discotecas ni en los after-hours, donde infinidad de veces amanecieron rumbeando hasta ver la luz del día, ni en los desayunaderos que abrían al amanecer solo para los trashumantes y trasnochadores que salían buscando que comer después de una noche de rumba, trago y droga. Tal vez por eso, pensó, comenzaron a tratarse como si fueran viejos amigos de francachela y aventuras que se reencontraran después de muchos años envolatados.

“Porque ambos lo quisimos”, le contestó el. Ella se incorporó de la cama y quedo de pie frente a el, el la abrazo recostando la cara entre sus senos. Sintió el sube y baja de su pecho en agitación y aspiró, sin quererlo, el aroma de un perfume fuerte que al instante le produjo cosquilleo en la nariz, mas sin embargo aprovecho ese instante para levantarse, buscar su boca y besarla, ella la mantuvo cerrada pero poco a poco fue cediendo al roce de los labios y la lengua de el tratando de abrirla, la sintió reseca, un poco ácida, pero por unos segundos se dejaron llevar por la pasión y la intensidad del beso, fue un beso breve, luego ella se soltó, se aparto y fue hacia el baño.

En su casa, en el cuarto, ella se dirigió al closet en busca la ropa adecuada para la ocasión, de una bolsa oculta bajo un arrume de toallas sacó la lencería que había comprado para el encuentro; unas bragas de seda y encaje rojo intenso, muy diminutas. Se las colocó y al momento le incomodaron, pequeñas, apretadas y poco funcionales, le quedaban los glúteos muy destapados y adelante apenas le cubrían y le incomodaban al caminar, especialmente al rozarle la reciente cortada, se sintió un poco golfa y ridícula, nada que ver con las modelos que exhibían esta clase de ropa en los anuncios comerciales, -pero de todos modos, tampoco se iba a encontrar con un Brad Pitt. Estaremos de igual a igual-, pensó y se rio un poco. El brasier en cambio ajustó perfecto, le levantó los pechos y la dejó satisfecha. Antes de salir de la casa el marido la abrazó y le preguntó si la esperaba para cenar, ella contuvo la respiración, enmudeció por un segundo eterno y luego le dijo que si salía temprano lo llamaba, el le dijo que olía rico y la dejo partir.

El la vio como se dirigía hacia el baño y cerraba la puerta. Quedo solo y en ese instante lo inundó un sentimiento de culpabilidad y arrepentimiento. Quiso, en un desesperado impulso abrir la puerta del cuarto y huir del lugar. -Que hago aquí-, se reprochó. Se levantó y caminó al rededor de la cama semejando un animal enjaulado buscando una grieta de escape. Olisqueo de nuevo el penetrante perfume impregnado en la camisa. -Lo primero que le advertí, que no se perfumara, recordó. Intento quitarse la camisa y quedarse en camiseta, pero seria lo mismo, dedujo; la camiseta se perfumaría también. Quedarse sin las dos prendas seria como adelantarse a los acontecimientos, luciría precipitado y torpe. Decidió esperarla sentado en el sofa del cuartito vestido y expectante.

Encerrada en el baño respiro mas aliviada al sentirse aislada. Cómo había llegado hasta ese punto. Cómo había aceptado una propuesta así. Cómo se habían dado las circunstancias para estar en un motel con otro hombre, se preguntaba una y mil veces y en respuesta acudían a su memoria momentos, retazos de conversaciones, jugueteos y acercamientos que había tenido con el en el transcurso de tres años que llevaban juntos trabajando. Ademas un pequeño escozor, un resentimiento que fue creciendo en su pecho desde el día en que se dio cuenta de la infidelidad de su marido con la vecina. En su momento se armo un escándalo que la tuvo al borde de la separación, pero con el tiempo fue sepultando la rabia y el dolor que le produjo el incidente. Quedó, eso si, un escondido deseo de venganza, que aunque muy oculto y lejano en sus pensamientos y acciones había ido cobrando fuerza proporcionalmente a la amistad con el compañero de trabajo. Vio la oportunidad de cobrar venganza y ahora estaba ahi, dispuesta a ejecutarla. Una risita maquiavélica se le dibujo en el rostro y un saborcito a triunfo le endulzo la boca: abrió la puerta del baño dispuesta a entregarse.

Antes de salir de su casa el hombre, como de costumbre, abrazo a su mujer, la beso y le dijo que la quería y que la llamaría mas tarde. En el carro, manejando, se sintió despreciable y traicionero. Pero lo impulsaba a seguir ese complejo de Don Juan que creía sepultado, esas ansias de conquistador que tan mala fama le había creado en sus años en Nueva York. Si bien es cierto que sus gustazos se había dado, era un cazador innato; detectaba la presa, la seducía con sus encantos, la atrapaba y la hacia suya. Después, pasado el efecto narcótico que le producía descubrir un cuerpo, conquistarlo, poseerlo y disfrutarlo, perdía todo atractivo y se concentraba en la siguiente presa. Ahora era diferente, habían pasado mas de 30 años desde que vivía con su esposa, su dedicación en cuerpo y alma a esa mujer era total. Estaba fuera de circulación, era un buen esposo, dedicado y hogareño. Honestamente no sabia como actuar, que hacer y ni siquiera si iba a responder como hombre.

Oyó el ruido de las bisagras de la puerta del baño al abrirse, quedo parado de un tirón, asustado, sintiendo un hueco frío en la boca del estomago. La vio salir del baño, caminar hacia el y quedarse parada esperando a que el tomara la iniciativa, a que diera el primer paso. “Antes de entrar al baño me preguntaste que hacíamos aquí”, le dijo el tomándola de las manos para sentarla en la cama. El se sentó en el sofá poniendo cierta distancia de por medio. Respiró un poco mas relajado, “creo que nos precipitamos en este encuentro”, le dijo, “he visto la duda en tus ojos y no quiero forzarte a hacer algo de lo cual nos arrepintamos y nos traiga consecuencias irreparables”. Se quedo viviéndola en espera de una respuesta. Ella sintió sus palabras como un baldado de agua fría que le caía desde la cabeza hasta los pies, se quedo callada pensando y en ese corto instante desfilaron por su mente sus hijas, su marido, sus nietos, instantáneas que la hicieron sentir que realmente estaba en el lugar equivocado y con el hombre equivocado.

Tomo el bolso, las llaves del carro y sin volver la vista atrás le dijo: “si, claro lo programamos para otra oportunidad”. Salieron cada cual por su lado y se fueron por caminos diferentes sabiendo que no habría segunda oportunidad.

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