Una historia de dolor y esperanza

"Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados." Santiago 5:15. El creyente leyó por enésima vez el versículo, miró al cielo en una suplica desesperada, en un ruego angustioso, con lagrimas en los ojos caminó hacia la salida del pequeño oratorio del hospital; sacó del bolsillo el diagnostico que el doctor le había entregado minutos antes, enfocando con los ojos nublados repasó las ultimas palabras del informe escritas en mayusculas: CANCER TERMINAL. Arrojó el papel a la caneca de basura y se dirigió al pasillo de cuidados intensivos del hospital.

En el vuelo de New York a Cali se movía intranquila en el asiento, no podía dormir, cerraba los ojos y veía imágenes de su hija en diferentes etapas de su vida. Habían compartido tristezas y dolores, pero también muchos momentos de felicidad, como cuando después de mucho insistir logró que le dieran la visa para venir a los Estados Unidos. Momentos inolvidables, memorias que la hacían reír, le gustaba recordarla cubierta de nieve en el Central Park de Manhattan, como se divirtieron. Esa vez sus tres hijos se reunieron, si mal no recordaba había sido la primera vez que estaban todos juntos. Al oír por los altavoces del avión que estaban próximos a aterrizar en el aeropuerto del Valle del Cauca se sobresalto y pensó: espero que no haya sido la primera y ultima vez que este reunida con mis hijos.

No quiso abrir los ojos, trató de apagar sus sentidos nuevamente; el ruido la afectaba, el olor la fastidiaba, el tacto le dolía; quería salir del cuerpo otra vez para ir a ese sitio de paz, a ese etéreo remanso de tranquilidad que le brindaba la anestesia y los sedantes que le suministraban. Alcanzó a percibir la voz del hombre que la amaba, el que estaba siempre junto a la cama del hospital las 24 horas del día; al abrir los ojos, al cerrarlos, en todo momento, aferrado a ella prometiéndole envejecer juntos allá en la finquita rodeados de animales, con olor a vegetación, a rocío mañanero y atardecer de fogones.

El creyente tomó la insensible mano entre las suyas, la besó con ternura, sentía en sus labios la frialdad de esa piel, el sabor amargo y antiséptico de los sedantes y multitud de medicamentos que le suministraban para mantenerla con vida; no le importo, quería impregnarle un poco de su vitalidad, un poco de su inconmensurable fe para que ella reaccionara, para que se aferrara a el como una tabla de salvación y juntos llegaran a la orilla de ese tumultuoso mar embravecido que aceleradamente se la iba llevando a las profundidades. "Si oyeres atentamente la voz de jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviare a ti; porque yo soy jehová tu sanador" Exodo 15:26. Repitió en su mente el creyente mientras cubría de fervorosos besos la indiferente mano.

El taxi avanzaba por las congestionadas calles de la ruidosa ciudad rumbo al hospital. Escuchaba al creyente hacer planes para cuando salieran del hospital. -Era una prueba del Señor, nada mas, solo era cuestión de fe y esperar a que la voluntad de El se hiciera-, repetía el hombre y luego pasaba a describirle los síntomas de mejoría que el veía en ella. Volvió a la realidad cuando una moto casi embiste el taxi a no ser por la pericia del conductor que frenó en seco. La andanada de amenazantes insultos verbales por parte de ambos conductores termino de ubicarla en la realidad.

Miró desde arriba al hombre que se aferraba a su mano. Ahora se daba cuenta del amor puro que el le profesaba, de la entrega incondicional. Noche y día a su lado, rezando, suplicando con una fe tan descomunal que lo desconectaba de la realidad. De un jalón entró en su cuerpo. Cómo le dolía verse atrapada en las limitaciones de ese encierro corporal, volvió a sentir la garganta lacerada, seca, atragantada por la gruesa sonda que la mantenía con vida. Su cuerpo hinchado por el mal funcionamiento de los riñones y conectada a la maquina de diálisis la inmovilizaba. La cantidad de agujas que punzaban sus brazos le martirizaban. Que fuerza tan poderosa era el amor de ese hombre que con solo tocarla la regresaba al cuerpo, si el supiera al dolor que le provocaba regresar la soltaría de inmediato.

“Mi Dios misericordioso, Dios de amor te pido con todo mi corazón que sanes, si esa es tu voluntad, a la mujer que amo, enferma de cáncer”' rezó el creyente al pie de la cama. “Toca Señor con tu poder sanador la parte de su cuerpo donde se aloja este terrible mal, y ten compasión de todas las personas que sufrimos con su dolor”, volvió y repitió el creyente con fervor, apretando los dientes y cerrando los ojos con fuerza aguantando las ganas de gritar de impotencia. “Te lo suplico mi Dios, brindále la oportunidad de seguir con vida si tú así dispones que sea”. Notó, en su infinito dolor e impotencia que sentía un poco de rabia.  “Te suplico e imploro tu misericordia mi Dios de amor”. Agachó la cabeza y trató de escuchar dentro de si una señal, un alivio, un algo, cualquier percepción que le indicara que había sido escuchado… nada, solo el el sonido de tic-tac de las gotas de suero que caían por la sonda. “Gracias Dios, -continuo rezando-,  por escuchar las oraciones de todas las personas que pedimos y seguiremos pidiendo por la salud de mi amada que padece este terrible mal. Por tu infinita misericordia ten compasión”, terminó diciendo.

No quiso entrar al cuarto, se quedó afuera en el pasillo respirando ahogadamente. Las ventanas de los otros cuartos mostraban pacientes conectados a maquinas en una maraña de tubos, mangueras y cables semejando una imagen surrealista de cuerpos inertes vegetando en un ambiente antiséptico  y etéreo.  Escuchó una vocecita de niña que la llamaba: " mama, no te vayas, no me dejes sola, tengo miedo". Su mente dio un salto al pasado, reconoció a la pequeña niña que arrastrando una vieja muñeca de trapo y con lagrimas en los ojos la llamaba, pero la imagen se fue desvaneciendo al sentir la mano del creyente que la invitaba a entrar al cuarto. El impacto visual fue brutal, como un seco golpe en el estomago, como un baldado de agua fría, quedo petrificada. El cuerpo consumido, perdido en la red de mangueras y tubos, de rostro enjuto y avejentado, grandes ojeras y craneo depilado no podía ser su hija.

Sendas lagrimas rodaron por sus acuencados ojos. Trató en un desesperado impulso de protección y consuelo abrazar a su mama, pero el cuerpo no le respondió. Impotente lloró y apretó los puños. Sintió como su mama la abrazaba y le besaba las mejillas y sus lagrimas se mezclaban con las de ella y sus cuerpos se fusionaban en uno solo y sus almas se diluían en una sola energía vital. En un fugaz destello vio escenas de  su vida; ocho o nueve meses atrás cuando recibía la fatal noticia de su enfermedad; escenas del traumático divorcio, la sensación de abandono y soledad que siempre la acompañaron, las constantes peleas con su exmarido, la incapacidad de comunicarse con sus hijas, la rabia y frustración que llevaba por dentro y le impedían amar y disfrutar plenamente  de la vida. Miró a su mama intensamente con ojos suplicantes. Se cruzaron las miradas por un instante, una milésima de segundo en que la mama sintió en esa mirada el dolor de su hija, el sufrimiento insoportable que padecía y el deterioro irreversible que su cuerpo acarreaba. Solo eso le bastó para que al soltarla tomára la mas dolorosa de las desiciones de una madre para con un hija.

El creyente la vió abrir los ojos, percibió un leve movimiento en el abrazo de madre e hija; lléno de júbilo y esperanza reconoció una mejoría, un síntoma de recuperación, sus ojos se iluminaron con una luz de esperanza . "Mas yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová; porque desechada te llamaron, diciendo: Esta es Sion, de la que nadie se acuerda." Jeremías 30:17, repitió con los brazos extendidos hacia arriba. Se acercó al lecho y le apretó las manos, ella entreabrió un poco los ojos por un momento, lo miró vaciamente, sus resecos labios dibujaron una leve sonrisa para luego volver a sumirse en la inconsciencia.

-Doctor quiero que me diga que esperanza tiene mi hija, deme su diagnostico sin rodeos-. El hígado, los pulmones, el páncreas, todos los órganos están colapsando, lo escuchó decir. Trataban artificialmente de mantenerla con vida y mientras hacían eso el cáncer seguía avanzando, no podían hacer mas, por eso la mantenían sedada, para mitigar un poco el dolor. Su cabeza iba a estallar, se sentó por que pensó que iba a desfallecer. Las palabras del doctor resonaban en su interior, trató de cerrar los ojos con fuerza y abrirlos repetidas veces para ver si era un sueño, para creer que al abrirlos despertaría en su apartamento en New York, pero al abrirlos de nuevo solo veía frente suyo el cuadro bucólico que adornaba la pared de la salita de espera del hospital. Amaba a su hija, la amaba mas que a nadie en el mundo, siempre la cuido, así no estuviera con ella, siempre trató de que fuera feliz a toda costa, pero no tenia que ser egoísta, no podía por el amor que le profesaba retenerla a su lado en el estado en que se encontraba, al contrario tenia que dejarla ir, aliviarle el dolor, salvarla de ese suplicio, de ese insoportable tormento al que estaba sometida. Por el inmenso amor que le tenia tomó la decisión.

En ese espacio sin limites, sin contornos donde se encontraba reinaba la paz, la luz cálida que brotaba de la nada la relajaba, quería quedarse allí por siempre. Una liviandad la acompañaba, sentía que había perdido un lastre que la anclaba al mundo terrenal, vio como su mama la tomaba en sus manos y cual si fuera una paloma la echaba a volar, un aire de libertad la poseía. Muchas cosas inconclusas habían quedado allá abajo, veía las escenas y comprendía el porque de su actitud. El temor a la soledad, al abandono la obligó a permanecer al lado de un hombre que la maltrató física y mentalmente por años, creándole rabia y frustraciones que le impidieron ser mas afectiva con sus hijas y, ahora lo veía claro, ese mismo temor la imposibilito para corresponderle el sentimiento al hombre que llego a su vida después del divorcio, al hombre que estaba allá abajo rezando al lado de su cama.

“Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de mi tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan y medicina a todo sus cuerpo”. Proverbios 4:30-23. Era una batalla interior que lo estaba llevando al borde de la locura; la fe, la descomunal fe que lo mantenía aferrado a un milagro por momentos lo hundía en abismos insondables; mas bien pensaba, le ponía los pies sobre la tierra y lo enfrentaba a la cruel realidad de que su amada compañera, la mujer que desde niño amó en el colegio, la que se casó con otro, la que dejó de ver por muchos años, la que se encontró de nuevo, la que con paciencia, detalles y paso a paso conquisto… y que logró que ella confiara en el, creyera en su amor y lo amara se estaba inexorablemente acercando al final. Ahora que el Señor le había dado ese regalo de amor, a el que había sido un hombre solo, desafortunado en el amor, pero creyente, lleno de fe y pensando que en un mañana seria bendecido por su abnegación y fervor religioso, no podía el Señor en su infinita bondad arrebatarle la vida a su amada. "Ved ahora que yo, yo soy, Y no hay dioses conmigo; Yo hago morir, y yo hago vivir; Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librarse de mi mano." Deuteronomio 32:39

Había sido una guerrera solitaria, siempre contra el mundo, desde niña. Desde que muy joven, casi una niña se unió a un hombre 30 años mayor que ella y en medio de su embarazo huyo, saltó muros, recorrió senderos, atravesó ríos y se escapó. Desde esa época había a prendido a valerse por si sola, a exigir y pelear por sus derechos, a ir contra corriente y obtener lo que quisiera. Por eso amaba tanto a su hija, por que la tuvo de niña y con ella crecieron juntas y ambas aprendieron que en la vida nada es fácil, nada es regalado, que todo tiene un precio, precio que muchas veces es doloroso pagar. Ahora, parada frente a su hija, estaba pagando el precio de tomar la decisión de dejarla ir. Sabia que otra vez, como muchas veces en el pasada el mundo se le vendría encima, que seria criticada, cuestionada y desterrada al ostracismo. Pero ya no había vuelta atrás, su hija no merecía tanto dolor, tanto sufrimiento. Salió del cuarto para hablar con el doctor.

Esta vez sintió que se desprendía totalmente de su cuerpo, antes quedaba unida por un invisible cordón umbilical que cuando el dolor se le hacia insoportable, la halaba y su esencia vital volvía al cuerpo. Ahora no, vagaba con entera libertad, sin dolor, sin preocupaciones. Sabia que tenia que avanzar, evolucionar, hacer un balance de su vida, corregir errores y tal vez encarnar nuevamente en otro cuerpo, otros padres y otras experiencias. Miró hacia abajo por ultima vez; su madre lloraba con una mezcla de dolor, ausencia y alivio. Su compañero, aferrado a la cama mas que llorar buscaba respuestas pero no sabia donde hallarlas. Sus hijas en medio del ahogado llanto estaban fortaleciendo su espíritu para proseguir el largo camino que les quedaba en la vida por recorrer. Sintió que ahora la luz que iluminaba el lugar donde se hallaba, la llamaba, se dejo guiar por la luz y se fue desvaneciendo en el infinito.

A small tribute to a brave woman: my mother-in-law.




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