Naufragio en el rio San Juan - Ultima Parte

El sol que entraba por las ventanas, los perros ladrando mas el golpeteo de las olas en la proa de las embarcaciones nos despertaron del letargo en que nos encontrábamos; era temprano en la mañana, sudábamos copiosamente. Salimos del bohío y la brillantes del sol nos golpeó el rostro; cerramos los ojos por un instante mientras nos adaptábamos a la luminosidad del paisaje: el naciente disco solar se reflejaba en la plateada superficie del ancho río haciendo imposible mirar en esa dirección. El verdor de la tupida vegetación que en las orillas del río llegaba al borde extendiendo sus ramas hasta rozar la superficie iba del intenso verde oscuro esmeralda pasando por el verdoso aguamarina de las palmeras y los helechos hasta fundirse en un verde azuloso en el horizonte donde las montañas tocaban el cielo.  

Deambulaban por entre los bohíos unas cuantas gallinas, cerdos y perros rebuscando su alimento entre las piedras y la vegetación, que al vernos salir del bohío se espantaron huyendo del lugar. Las siluetas que chapoteaban en la orilla del río nos llamaron a mi hermana y a mi a jugar con ellos, eran los muchachos con los que el día anterior había ido a los "Colinos" a recolectar los frutos para el "Tapao". Nadaban con agilidad, buceaban por largo rato en las profundidades del río jugando "escondidas", no los podía seguir mucho pero me divertí con ellos bastante. La gruesa rama del gigantesco árbol que se adentraba en la orilla del río a una altura de unos 3 o 4 metros servia de trampolín a los chicos, saltaban parados, daban vueltas en el aire, hacían piruetas y malabarismos mostrandonos sus pericias para asombrarnos.

Al rato de estar subiendo y bajando del árbol sonó la sirena de un lejano barco. "Vamó a pescá, llegó el pesquero", me dijeron y acto seguido sacaron de la orilla las canoas y comenzaron a remar hacia el sonido. A medida que nos adentrábamos en el río se nos agigantaba la figura de un viejo, chirrioso y oxidado barco pesquero. Tendría la altura de unos dos pisos, a sus lados colgaban unas redes por las cuales subimos gateando hacia la superficie. Unos morenos descamisados y sudorosos seleccionaban el pescado que había caído en la gigantesca red. Lo que no servia para ellos lo iban arrojando a unos contenedores plásticos para después arrojarlos de nuevo al río o usarlos para carnada en otras ocasiones. De esos contenedores nos permitieron sacar lo que quisiéramos; habían cangrejos, jaibas, langostinos y una variedad de peces que no conocía, entre ellos un "Toyo" (tiburón pequeño) que mediría unos tres pies de largo. Los muchachos echaron en sus mochilas lo que mas pudieron y así, cargados de pescados regresamos al caserío. El recibimiento fue en grande y la comilona a lo festín romano.

Hicieron las mujeres un arroz con coco y mariscos acompañados de "tostones" que nos dejo tirados en la hierba, adormecidos por la brisa marina del atardecer, en un soponcio y quietud que nos duro hasta que el sol se escondió tras las montañas dándole paso a la plateada luna que comenzaba a despertar de su diurno sueño.

Oscureciendo acompañe la los muchachos a "lamparear" aprovechando la luminosidad de la noche que bañaba el paisaje de un plateado sideral y fantasmagórico. Como siempre andaban en pantalones cortos, descalzos y descamisados con sus mochilas terciadas al hombro. Levaban ademas unas varas de bambú largas que hacían las veces de lanzas y eran utilizadas para arponear los peces o crustáceos que iluminaban con sus linternas en los arroyos e inmovilizaban con el chorro de luz por unos segundos mortales para estos pues quedaban ensartados en las lanzas. Rara vez fallaban.

Estuvimos casi hasta la medianoche "lampareando". Trate en repetidas ocasiones de ensartar  en el arpón algún desdichado cangrejo o camarón que fuera "cojo" o estuviera dormido pero fue inútil; reaccionaban con tanta rapidez moviendose y enturbiando el agua que decidí desentenderme del asunto y ayudarles a enfocar con la linterna en los riachuelos para que ellos pescaran.

Esa noche caí extenuado y dormí profundamente hasta que el calor y los ruidos del exterior me volvieron a la realidad el siguiente día, era el ultimo en el caserío y estaban preparando para esa noche una "murga". Trajeron del alambique cercano el aguardiente casero llamado "vique" y de la arena desenterraron las vasijas de barro con el maíz fermentado ya convertido en "chicha". Llegaron también los músicos con las tamboras y los instrumentos de cuerdas, había alboroto, "revolú" y ambiente de parranda. Las muchachas, después de bañarse en el río salieron de sus bohíos  "emperijoyadas", con las altas polleras coloridas mostrando sus torneadas y firmes piernas. Mulatas macizas, ásperas, esculpidas en bronce, talladas en cobre, neumáticas, oscuras como noche sin luna, de dientes aperlados y bocas carnosas, jugosas e insinuantes. Bailaban entre ellas, reían coquetamente a los muchachos que se paseaban por la playa, los cuales se secreteaban haciendo gala de sus fibrosos y juveniles cuerpos.

Cayó la noche cubriendo con su negro manto el paisaje. Acerada y plateada como cuchillo rasgando la negrura resplandeció la luna, grande, luminosa, alargando las oscuras sombras de las oscuras mulatas que en la arena se unían cadenciosa y rítmicamente a las oscuras sombras de los oscuros compañeros de baile. La hoguera con su crepitar de leños chisporroteaba al ritmo de las tamboras. Agria y espesa bajó la "chicha" por mi garganta despertando a su paso sensaciones e instintos primitivos guardados por las normas sociales.

"Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre… mientras baila", decía Isabel Allende en su libro "La isla bajo el mar"

Comencé a sentir el sonoro golpeteo de las tamboras subir por mis pies descalzos y un movimiento de palmeras mecidas por el viento me invadió. Mis pensamientos se fueron yendo y con ellos los temores, la vergüenza y el decoro. El animal que tenemos todos agazapado dentro despertó y salto a la arena. El mundo se estremecía, se sacudía la tierra por la sonoridad de los tambores y el golpeteo de los pies danzando, de los cuerpos brincando, sudando, rozandose, calentandose. Subía por mis piernas el frenesí calentando la sangre y bajaba por mi garganta la "chicha" llevandome de la mano a la inconsciencia... a la locura... al éxtasis..., a la negrura..., a la nada.

Desperté reseco, sediento, me levante de la arena junto a la aun humeante y agonizante hoguera y me zambullí en el río. Que alivio, que frescura. A lo lejos los gritos de mi papa llamandome; ya nos íbamos, la lancha estaba lista, salí del agua con la ropa mojada y corrí hacia la embarcación. Una morena alta, espigada de unos 15 0 18 años, de ojos grandes y labios carnosos se me acerco justo antes de subirme a la nave. Me traía una jarra con limonada fría para la sed. "Seguro que no te vas a olvidar de mi, de anoche?". El ruido del motor y la sorpresa me dejaron mudo, desafortunadamente no tenia ni palabras ni recuerdos para contestarle.

Comentarios

  1. Soy Ricardo Gastañaga del Instituto Adex, y solicito respondan una pequeña encuesta(10 preguntas)sobre galletas dulces. Entren a este link: http://www.surveymonkey.com/s/M5P88XS Para conocer resultados, contactarse con la sgte direccion de hotmail: anibalgs@hotmail.com
    Solicito por favor entrar a ese link y responder la encuesta. Es para un trabajo.

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