Viene a matarme (Cuento breve)

"Viene a matarme"' le dijo la asustada mujer a su interlocutora
 "Ridícula" le contesto, "como se te ocurre decir semejante disparate, si fue tu marido".

La mujer guardo silencio (cosa que nunca hacia) y se sumió en sus pensamientos. A su memoria acudió aquella lluviosa noche de diciembre, muchos años atrás, cuando llevaban poco más de un año de casados, en que él llegó pasado de tragos y sin motivo alguno la halo del pelo acercándola violentamente a su cara para decirle: "aun esta caliente, mirálo!, todavía esta humeante!, no me tembló la mano para usarlo y no me temblará para lo que sea!, así que mucho cuidado que a mi el que me la hace me la paga y doble!". Ella aun sentía el aliento a rancio licor y el olor a pólvora del revolver que su marido le había mostrado aquella vez.

Miro de nuevo a su interlocutora: "tu no sabes como es el", le dijo.

En su cabeza iban y venían trozos de malos recuerdos, temores y angustias que viviera a su lado, como aquella vez, en que viajando en la camioneta se le atravesó un perro viejo y renco (de eso si se acordaba muy bien, de la renquera, por que apenas lo vio, sintió lastima por el animalejo) y el sin ningún asomo de misericordia aceleró la camioneta para atropellarlo, le pasó por encima y viendo por el espejo retrovisor que aun estaba vivo, retrocedió y lo remató. "Llevaba una existencia miserable, no lo viste?, viejo, enfermo y renco, le ahorre sufrimiento en su vida, debe de estar contento, descansó!". La mujer no pudo hablar, era de llanto fácil y este acontecimiento la tenia al borde de la desesperación.

Quería huir, alejarse, correr lo mas lejos posible, pero estaba unida a el en vinculo matrimonial y había jurado acompañarlo en las "buenas y en las malas". Palabras que recordaba muy bien haberlas escuchado aquella mañana de domingo, ya no por la voz del sacerdote que los casó, sino por la imperante voz de su mama, cuando al verla llegar, aun en pijama, con cara de trasnocho y llorando inconsolable a pedirle que le permitiera quedarse en su casa, que ya no lo soportaba mas, que ese hombre algún día la iba a matar en una de sus borracheras, que por misericordia se apiadara de ella. La mama, en medio de su infinita fe católica le recordó que ese era el hombre que ella había escogido en santo matrimonio para compartir su vida, que todos los hombres (sin excepción, enfatizó) al comienzo, mientras se adaptan a su vida de casados, actúan así, que todo es cuestión de esperar, resignarse e ignorarlo, que con el tiempo cambiaría y llegaría a valorar la buena y santa mujer con la que se caso. Y ademas, cuando vengan los hijos, ya veras como cambia.

Los hijos nunca vinieron, los años pasaron y ella se canso de esperar a que el hombre cambiara. Ella en cambio si cambio, se volvió andariega, amiguera y parrandera. Salía por las mañanas bien maquillada y emperifollada con sus amigotas, casi todas en la cuarentena de sus vidas ademas de separadas, a cuanta reunión, agasajo y evento social las invitaran. Claro no faltaban las copitas y las invitaciones a escondidas, que al comienzo como buena mujer casada rechazaba tajantemente: "Como se le ocurre, si yo soy una mujer casada, no sea atrevido, pero y porque se ha fijado en mi habiendo tanta muchacha joven y bonita en la reunión?"

En la casa, en la intimidad de su hogar y frente al espejo viendo reflejada su desnudez, se preguntaba: "Será que aun gusto, será que alguien se fija en mi". Cerraba los ojos y se dejaba llevar por la fantasía de tener una aventura, sentía los brazos fuertes del amante imaginario rodeándola por detrás, la respiración agitada en su cuello, su boca buscando ávidamente la suya para besarla y..., "no! que estoy pensando, que locura es esta!". El bochorno subía por su cuerpo enrojeciéndola. Avergonzada se vestía rápidamente y olvidaba el asunto.

El mulato, un hombre rudo, ordinario pero de buen trato con las feminas sabia que la mujer era una presa fácil. La había escuchado en el trabajo quejarse con sus amigas, comentar que su marido llegaba borracho casi todas las noches y que no la tocaba sino para maltratarla. Comenzó con los piropos casuales y desprevenidos: "señora que bonita esta hoy", "Su sonrisa en las mañanas me alegra el día". La galantería y las buenas atenciones acabaron por derrumbar la poca resistencia que tenía y terminó creyendo en sus halagos, cayendo en sus brazos y en su cama.

Fue volcánica, se entrego toda, sin limitaciones, tantos años de abstinencia, de represión terminaron por romper el dique y la pasión se desbordo. Se sintió mujer, se sintió hembra poseída por su macho y perdió el decoro, el respeto y la prudencia.

La señora entro como una tromba a la oficina y fue directamente hacia la mujer. Solo la reconoció cuando ya la tenia encima y le había asestado el primer golpe. Hicieron falta tres personas para quitarsela de encima. Cuando la llevaban en rastras fuera de la oficina le alcanzo a gritar a la pobre mujer: "No te metas mas con mi marido por que te juro por mis cinco hijos que le cuento a tu marido para que te mate!".

Lo negó, juro y perjuro que era una equivocación, que la señora había entrado a la oficina equivocada y arremetido contra una víctima inocente.

El único que le creyó fue el marido que consolandola le dijo: "Yo se que sos incapaz de hacerme una cosa así a mi, por que siempre te lo he dicho, ¡Te mato!".

Puso tierra y agua de por medio, se exilo en otro país. Al marido pronto lo olvido, pero al amante no. En las noches, en la oscura soledad de su cuarto, en un estado de duermevela, soñaba y pensaba en su mulato, en que venia a rescataba de ese remoto país y los dos ya separados de ataduras matrimoniales pasaban los últimos años de su vida en un idílico romance y en una pasión desenfrenada.

La realidad era otra y los temores otros.. La mujer le había pedido el divorcio al marido y aconsejada por su abogada le estaba reclamando casa, negocio y finca. El marido (ella se había enterado) estaba averiguando la dirección de ella para hablar directamente y zanjar ese molesto asunto de una vez por todas. La mujer, pobrecita, asustada sola e indefensa suponía que el marido venia a matarla.

En el puesto de inmigración del aeropuerto el hombre paso sin ningún problema, se sentía nervioso como en aquellos lejanos tiempos en los que la adrenalina que segregaba en el "cumplimiento del deber" lo mantenían desconfiado y malhumorado. Desdoblo el arrugado papel que traia en su mano y se lo paso al conductor del taxi, no hablaba ingles pero el haitiano leyó la dirección y se dirigió al lugar de su destino.

Habían pasado mas de 10 años. El hombre recostado en el asiento trasero del "Crown Victoria", adormecido por el viaje se arrullaba por el silencioso y potente motor de ocho cilindros del sedan y se perdía en la bruma de los recuerdos tratando de imaginar como seria la mujer que vería en unos momentos. No fue mal proveedor, pensaba, le había dado casa, viajes y todo cuanto ella quiso, no entendía como le había pagado tal mal, por que ese afán de avaricia con las cosas de el si nunca lo tuvo en el pasado, era mejor, pensaba, ponerle fin a esto como estaba acostumbrado.

El taxi se parqueo en frente del desvencijado local y el hombre se bajo presuroso del carro no sin antes hacerle señas al conductor que lo esperara. En el interior del local, mostró otro papel al dependiente y este le entrego un paquete. El hombre salió y nuevamente en el taxi le dio otro papel al haitiano, el taxi se dirigió a el nuevo destino.

La mujer colgó el teléfono y sus manos comenzaron a temblar, un sudor frío recorrió su espalda y la sangre desapareció de su rostro. "Esta allá, cuidado que sabe la dirección y va por ti", esas palabras, pronunciadas a través del hilo telefónico por su hermana la dejaron muda.

El hombre desenvolvió lentamente el paquete, tenia doble envoltura, no había prisa, abrió la caja, el reluciente y brillante artefacto lo dejo ensimismado unos instantes, al tocarlo sintió el frio del metal. Lo iba a sacar de la caja pero observo que el haitiano lo miraba con curiosidad por el espejo retrovisor, se abstuvo y lo guardo de nuevo.

La mujer se apuro dos pastillas para los nervios y sentada en la cama observó que no podía controlar su nerviosismo. Temblaba de pies a cabeza y su respiración se dificultaba. Noto que no había nadie en la casa, estaba sola e indefensa.

El hombre le pagó al haitiano el costo del viaje y con su paquete en la mano se dirigió a la casa que el taxista le señaló. Busco en la puerta el timbre y lo pulsó. El ritmico sonido sobresalto a la mujer que casi se cae de la cama, trato de levantarse y no pudo, sintió que la cabeza le iba a estallar del agudo dolor y que sus brazos se le dormían. El hombre pulso el timbre por segunda ves, la ansiedad lo devoraba, pero espero. Camino unos pasos hacia la ventana contigua a la puerta y trato de mirar por entre las persianas pero no vio nada. La mujer miro a su alrededor y noto que el celular estaba sobre la mesita de noche, trato de levantarse para cogerlo pero el repentino movimiento hizo que cayera al piso, sus ojos se nublaron y quedo a oscuras. El hombre miro hacia atras y noto que el taxi aun permanecia allí, con la mano le hizo una señal de que lo esperara, escribió una apresurada nota en un papel, dejo la caja en el piso con la nota, cogió el taxi y se marcho.

La dueña de casa llego una hora mas tarde y tropezó con el paquete, se agacho y lo recogió. Al abrir el paquete puso cara de asombro y sorpresa, entró en la casa agitadamente llamando a la mujer, pero esta no contestó. Fue directamente al cuarto y encontró a la mujer yaciendo en el piso con una mueca de dolor y panico en el rostro, trato de moverla, pero estaba fria y yerta . Miro nuevamente el contenido del paquete y se preguntó: "que clase de persona deja un paquete así en una puerta sin pensar en que se lo pueden robar, este anillo de compromiso debe ser costoso, leyó la nota reconciliatoria y reviso el pasaje de regreso que el hombre le había dejado a la mujer y pensó: "Todo nos llega tarde, hasta la muerte".




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