Un buen corazón

La razón -amigo mío- sí, sólo la razón debe advertirnos que perjudicar a nuestros semejantes no puede jamás hacernos felices, y nuestro corazón, que contribuir a su felicidad es lo mas grande que la naturaleza nos haya dado en la tierra. Toda moral humana se encierra en esta sola frase: hacer a los demás tan felices como uno mismo desea serlo, y no causarles nunca un mal que no quisiéramos recibir. Estos son, amigo mío, estos son los únicos principios que debemos seguir y no hay necesidad de religión ni de dios para apreciarlos y admitirlos: Sólo se necesita un buen corazón.
Marques de Sade, del libro: "Diálogo entre un sacerdote y un moribundo".


Fue un buen amigo, me dijo la prima señalando el cuerpo sin vida de nuestro desafortunado amigo. "Noooo", respondió la tía de mi esposa. "Como se les ocurre decir eso, era gay y para completar ateo, no iba a misa, no creía en Dios, por algo se murió". sentenció con sus habituales comentarios ponzoñosos y venenosos. La mire con rabia, porque tenia que prejuiciar a las personas por sus gustos o creencias, porque no veía al ser humano que yacía en la cama como el amigo incondicional que fue para todos nosotros.

Era una fría noche de diciembre en Queens, New York, caminábamos con mi sobrino y Fabito por la acera cubierta de nieve y de vez en cuando nos empujábamos para caer en los níveos montículos que se habían formado a lado y lado de la calle. La luna, acerada y resplandeciente nos iluminaba, dando al paisaje un aspecto irreal, reflejando una claridad sideral por todos los rincones. Con unas copas de mas, no nos importaba caernos y revolcarnos un poco en la nieve. En una de esas caídas, Fabito tropezó con un par de pies que sobresalían de un pasadizo entre dos apretujados edificios del vecindario; reaccionamos alejándonos un poco del sitio, pero Fabito se acerco para mover los pies y noto que el resto del cuerpo estaba cubierto por cartones. El viejo, mal oliente y refunfuñando se incorporo un poco para maldecir al impertinente que acababa de traerlo a la fría realidad de su miserable vida, pero Fabito, con su impecable ingles lo apaciguo pidiendole disculpas y aconsejandole que se guareciera mas al fondo del pasillo. Nosotros, con mi sobrino nos sentamos en una helada banca a esperarlo, mas cuando miramos hacia el pasillo Fabito ya no estaba; antes de preguntarle al "homeless", este nos señalo enfrente, al otro lado de la calle.

Era este un vecindario eminentemente asiático donde los negocios y en especial los de comida con sus coloridas vitrinas y estanterías llenas de exóticos platos permanecían abiertos hasta la madrugada. Fabito venia atravesando la calle con una humeante y caliente sopa china que le acababa de comprar al hombre. De cuclillas y al lado del desamparado anciano espero y cuando el indigente hubo acabado observo que los zapatos del pobre hombre estaban rotos por todas partes, Fabito sin pensarlo dos veces se quito sus botas de invierno y se las calzo al sorprendido anciano que no supo de decir, al igual que nosotros, que sabiendo lo impredecible que era lo regañamos por la acción. Nos miro entre risas y sorpresa y dijo: "solo estamos a dos bloques del apartamento, allá tengo muchos pares de zapatos, este pobre hombre no tiene ninguno, no creen que lo mas justo que puedo hacer es darle un par".

Seguimos rumbo al apartamento callados, cada uno sumido en sus pensamientos, de vez en cuando miraba a Fabito y lo veía contento esquivando pozos de agua en el anden para no mojar sus medias.

Ese era la clase de persona que cubierto con una sabana yacía en la cama del hospital y mas sin embargo la tía seguía lanzando improperios y bajezas.

De joven, en su natal Colombia solía llevar desamparados para alimentarlos a casa de la abuela con la cual vivía pues su mama había emigrado a los Estados Unidos siendo muy niño. Era incorregible, travieso, andariego y soñador. Muchas veces los desamparados robaron pertenencias de la casa y los abuelos molestos decidieron enviarlo para Nueva York para poner punto final a la situación. En los estados Unidos fue voluntario de cuanta organización caritativa existiera. La mama desesperada viviendo la misma experiencia de los abuelos con los desamparados decidió enlistarlo en el ejercito de los Estados Unidos.

Lo acantonaron en Europa, en una base militar de Alemania. Dos largos años estuvo por esos lares, pero faltando una semana para su baja, en un rutinario ejercicio de paracaidismo, la vida le jugo una mala pasada trabando el cordón que acciona el compartimiento que abre el paracaídas. En su vertiginosa caída, nos contaría mas adelante, veía como el paisaje terrestre se agigantaba a medida que la fuerza gravitacional lo empujaba a una muerte segura. Faltando unos cuantos metros se abrió el paracaídas pero ya era inminente el estrellón de su cuerpo contra el globo terráqueo. Quedo inconsciente y moribundo. Su mama viajo de emergencia al país teutón justo a tiempo para que el capellán militar le aplicara los santos óleos pues su estado era terminal. Se batió como el guerrero que era contra la muerte, la toreo de frente y salió triunfante; sobrevivió. Pero el destino no se la iba a dejar tan fácil, quedo sufriendo de la "enfermedad divina", como llamaban los antiguos romanos a la epilepsia.

De regreso a Nueva York se sumió en la depresión, se rebeló contra la dosis de medicamentos diarios que ingería y se hundió en las drogas y el alcohol. Muchas madrugadas el ring ring del teléfono me sobresalto para escuchar su voz al otro lado de la linea pidiendome que fuera por el pues había sufrido un ataque epiléptico y estaba lacerado o herido en algún hospital, en otras era alguien distinto que se lo encontró en la calle desorientado y ebrio.

Los grandes espíritus no conocen la paz ni tienen vidas ordinarias, están en los extremos, o en la cima del cielo dando lo mejor de si o en los abismos del infierno purificando su alma.

Cierta ocasión en que mis padres se encontraban de visita en Nueva York, decidimos ir al vecino país del Canadá a saludar a nuestra hermana y de paso conocer las Cataratas del Niagara. Resulto que mis padres por ser turistas necesitaban visa para ingresar al Canadá, fuimos a solicitarla y se demoraba dos semanas. Apenas se hubo enterado Fabito fue a la embajada canadiense en Manhattan e hizo valer sus derechos de pensionado del ejercito de los Estados Unidos saliendo con los pasaportes sellados y visados el mismo día.

Era el traductor de cuanto recién llegado conociera, los ayudaba a buscar vivienda barata o el mismo los hospedaba en su apartamento, les solucionaba papeleos de inmigración, de hospitales, de justicia, de trabajo, todos lo buscaban y a todos atendía.

Conversábamos mucho, en las noches, nos clareaba el día hablando de espiritualidad, de la vida después de la muerte, del karma y reencarnación. Sabia que me apasionaban esos temas y estaba obsesionado por saber que le deparaba el destino al otro lado. Sentía su fin aproximarse y le daba temor. Yo no sabia que decirle y supongo que nadie sabe que hay al otro lado, así que solo le hablaba de lo que leía, de conjeturas, de especulaciones y creencias, nada mas. Me hizo jurarle que el día de su muerte estaría a su lado ayudandole en esa final transición de su vida. Se lo prometí.

Varias veces estuvo a punto de cruzar esa frágil linea divisoria entre la vida y la muerte, como la vez en que saliendo del subway en Manhattan y yendo por las escaleras eléctricas sufrió un repentino ataque de epilepsia. cayo de frente sobre las metálicas y móviles gradas de las escaleras partiendose el mentón, la nariz y la frente. Ahí estuve, en el hospital, a su lado, acompañandolo. Salió con mentón, nariz y frente metálicas pues los huesos en esas partes quedaron astillados. Se recupero, subió de nuevo a la cima para después caer a los infiernos de nuevo, no una sino muchas veces como en un carrusel de feria, iba y venia de las sombras a la claridad, pero esa intensidad, ese vértigo en su vida lo estaba minando, lo estaba destruyendo y se estaba quedando sin fuerzas para subir de nuevo la montaña.

Un buen día le dije que me iba para la Florida a vivir, se puso triste, lo abrace y me dijo: "y la promesa"?. "Llamame que yo vendré". Pasaron los meses y cada vez que angustiado me llamaba, la mama me decía; "no es nada, lo de siempre, el sale de esta también". Así paso el tiempo hasta que recibí la fatal llamada, esta vez de la mama: "es definitivo, creo que se nos va, podes viajar"?.

Llegue tarde, ya había cruzado la linea, estaba al otro lado libre de ataduras terrenales vagando como el espíritu indomable que fue. Lo incineramos y esparcimos sus cenizas por Manhattan, la ciudad que amo y que conoció tan bien. Le incumplí la promesa y me duele, por eso le escribí este pequeño homenaje para recordar al amigo, que tenia tan solo un buen corazón.

  



Comentarios

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