El cumpleaños

Las cuerdas de la guitarra rasgaron el aire y la tonada mexicana inundo el ambiente con sus Ayaayaiii!!!! y el cortante gemir de los violines. Los Mariachis, con sus redondos y coloridos sombreros de ala ancha fueron franqueando el umbral de la puerta que daba al patio trasero de la casa con sus instrumentos músicales y atuendos típicos formando un semi circulo a mi alrededor interpretando "Las mañanitas". Sorprendido mire a mi esposa que venia detras de ellos, y que corriendo para abrazarme me dijo al oído en medio del llorar de los violines: "Feliz Cumpleaños mi amor". Se me hizo un nudo en la garganta y mis ojos se humedecieron, la sorpresa y la emoción palpitaban en mi pecho.

Al abrazarla y sentir su agitado pecho mas tibieza de su cuerpo pegado al mío, las lagrimas rodaron por mis mejillas y solo atine a decirle: "eres lo mejor que me ha pasado en la vida".

Era mi cumpleaños 56 y había tardado 45 años en encontrar esta mujer que, con su amor transformo y cambio mi vida, llevandome de la mano por el camino de la felicidad y los sueños hechos realidad.

A mi alrededor y un poco mas atrás de los músicos estaban mis amigos y mi familia que, alegres palmoteaban y tarareaban las canciones que los Mariachis interpretaban. El tequila y el aguardiente pasaban de mano en mano produciendo un efecto de euforia inmediato en los alegres invitados.

El compadre Alfredo, abriendose espacio en medio de todos zarandeaba rítmicamente a la tía Lida en una danza que combinaba zamba brasileña y joropo mexicano. Mi hermana Ximena y su marido Mario, haciendo gala de sus tiempos salseros en Cali, bailaban la ranchera "El rey" como si estuvieran escuchando "Cali Pachanguero". Orlando, el realtor, luciendo su nuevo "look" con las gafas posaba como para portada de revista de modas a cuanto lente de cámara veía.

La suegra Irma, que en una maratónica jornada de un día había llegado directamente desde Nueva York a preparar los deliciosos tamales Vallunos que hicieron las delicias de los ávidos comensales, yacía agotada en un asiento brindando por la felicidad y el amor de todos al mejor estilo de Walter Mercado.

Vicente, mi hermano, armado con botella de aguardiente se encargaba de caldear los ánimos repartiendo "tinteros" a diestra y siniestra. El jolgorio y la algarabía se apoderaban del ambiente y Harold, el locutor, con micrófono en mano animaba y recorría la fiesta escuchando opiniones de los alegres rumberos; en varias ocasiones, producto de la emoción se atoro con el micrófono en la boca y si no es por la oportuna intervención de nuestro amigo, Joel, nos hubiéramos dado un tremendo susto con el "Rey del micrófono".

La tía Elia, una morenaza, entrada en años que conserva y mantiene juvenil y virginal un enorme trasero, giraba frenéticamente al ritmo de un Cha Cha cha y en cada vuelta empujaba a más de uno con su voluptuosa enormidad.

La fiesta continuaba, el licor se repartía a manos llenas, la música no paraba de sonar. El sabueso de la fiesta, John Jairo detectó su presa en medio del alboroto; con chicle en la boca y copa de tequila en la mano se acerco seductivamente; "Preciosa, estaba ciego o apenas llegaste a la fiesta?". La niña, cual caperucita roja, acorralada por el lobo feroz se río tímidamente y entrecerrando los ojos dijo: "no señor estaba aquí sentadita". El seductor se relamió para sus adentros y de inmediato la invito a bailar suponiendo que la aparente inocencia de la muchacha la harían presa fácil. La niña, bailaba y pensaba en el novio que la esperaba en Cali al día siguiente que llegaria solita.

En el otro extremo de la fiesta, Marquitos bailaba animadamente y de vez en cuando se quedaba absorto mirando la enormidad de la tía Elia, soñando en dormirse abrazado a un cojín de iguales proporciones.

Yo, ya con todas las articulaciones aceitadas por el licor bailaba con la tía Lida que fue profesora de baile en la academia "El Negro gozón", aun que de vez en cuando perdía el paso y ella me enderezaba el ritmo.

La comadre Estella no paraba de brincar como si estuviera jugando una imaginaria rayuela pintada en el piso, su hermana Silvia, la de risa alegre y coqueta se robo la mirada de los Mariachis que le dedicaron más de una canción.

Los miembros de la familia Jativa-Castañeda miraban absortos e incrédulos el desenfreno y el desorden que nosotros provocábamos en la celebración.

Juan, el venezolano alborotaba a hombres y mujeres por igual, cargando y abrazando en una danza frenética a los invitados, Anny, la esposa lo miraba con sus intensos ojos esmeralda mientras bailaba una cumbia tropical.

Al sonar "La mano de Dios" interpretada en ritmo de cumbia por el argentino Rodrigo en honor a Maradona, los albicelestes se volcaron en tropel a la pista de baile y en un frenesí de manos y pies rindieron un eufórico homenaje al ídolo con brincos y saltos de danza africana.

Al filo de la media noche la Tía Chavelita, laboriosa e incansable mujer, tomo manos a la obra y con la suegra se encargaron de repartir y servir los tan apetecidos tamales de la fiesta. Calentaban el tamal, lo abrían y con una buena porción de caliente arroz lo servían, labor en la que mi esposa también participaba. Nos chupamos los dedos, limpiamos los platos y quedamos todos satisfechos.

Después de tan suculento banquete los ánimos se enfriaron y comenzó la despedida.

La fiesta había llegado a su final y mi esposa se sentía satisfecha con la realización, había sido un éxito, se bailo, se gozo, se bebió, se comió, "como siempre en la casa de Los Montana-Jativa" dijo Joel al despedirse.


 


 

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