El clavo en la pared

La escalera quedo en precario equilibrio, mis manos trataron de aferrarse a la pared pero no alcanzaban a tocarla. Comencé a caer de espaldas al vació.

Por la época en que recién salía de la bancarrota del periódico y en vista de que no conseguía como ganarme la vida, decidí aceptar un empleo en construcción, que con el turismo, son las dos fuentes de trabajo que mueven la economía del estado de la Florida.

Un vecino del condominio era contratista de unas casas que se estaban construyendo en el oeste del condado de "Broward" y acepto llevarme con el para la siguiente semana, aun a sabiendas de que no tenia ningún tipo de experiencia en el trabajo que iba a realizar.

Fui, con mi esposa muy contento a comprar las herramientas necesarias para comenzar a trabajar: el taladro que tenia que ser de tal marca, que fuera liviano y soportara el día entero girando y girando en las resignadas y sufridas cabezas de los tornillos, un martillo, unas tijeras grandes y fuertes que cortaran aluminio, una cinta métrica de aluminio, una escuadra de metal para medir ángulos de 90 grados, el nivel también de metal, gafas plásticas transparentes, casco protector, botas insuladas con protección metálica en las puntas, especiales para trabajo pesado, no podía faltar el cinturón de cuero con compartimentos y cartucheras para colgar y guardar en el todas las herramientas y aparejos que me convertían desde ese instante un un constructor profesional.

El lunes siguiente, muy madrugado me coloque las, botas, las gafas, el casco y el cinturón con todos los instrumentos y herramientas colgando en el. Quede convertido en un rudo y macho hombre de la construcción, la mirada se me torno agresiva y los modales toscos. Mi esposa me dijo; "estas caminando con un balanceo de marinero relajate, suelta los músculos", "pero Patita", le conteste, "como no voy a caminar así, si todo estos aparejos que llevo encima pesan una tonelada". Pero claro, el caminado no era por rudeza, era por torpeza y todo el día iba a estar con este disfraz y de repeso trabajando!.

Antes de irme me abrazo y me entrego la abultada lonchera y las botellas de agua para la sed. Llegue a la casa de mi amigo y apenas me vio me dijo: "quitate todo eso, que no vas para un concurso de disfraces" y soltó a reirse. Me sentí ridículo y exagerado con mi atuendo, era mi primer día y no sabia como actuar. En el camino recogimos a los otros trabajadores, muchachos fuertes, curtidos por el sol, de risas estridentes y miradas maliciosas, "y el señor?" preguntaron ellos, "viene con nosotros" dijo mi amigo, el contratista, "es su nuevo compañero de trabajo", se miraron entre si y adivine en sus ojos un "y este señor si aguantara el día trabajando?".

Llegamos al condominio. Después de pasar la portería avanzamos por entre casas en todas las etapas de construcción: lotes con delimitación de los predios, otros con los cimientos, después otro lote de casas con paredes, otras mas con la estructura de madera. Así avanzamos un largo trecho hasta que llegamos a nuestro destino. Estas casas ya estaban con sus paredes exteriores levantadas y el piso de cemento listo, en el piso estaban marcados con tinta roja la futura ubicación de paredes, puertas, ventanas y cuanta división tuviera la casa en su interior. Nuestro trabajo consistía en levantar la estructura metálica de las divisiones interiores de la casa, donde después, otra cuadrilla de obreros colocarían los paneles para ir formando los cuartos de la casa con los marcos de las puertas y ventanas.

Lo primero que hacíamos al llegar era bajar de la camioneta los pesados generadores de energía que funcionaban con gasolina y servían para conectar las diferentes herramientas que íbamos a utilizar durante el día. Una de mis obligaciones era estar pendiente de estos para surtirlos de gasolina antes de que se les agotara el combustible, unos minutos antes de consumir toda la gasolina el generador cambiaba su monótono ronroneo a una desigual vibración que me indicaba la inminente apagada del mismo. Corría yo, desde donde estuviera con el galón de gasolina en mano y los surtía nuevamente.

Después, con la escoba barría todos los escombros y quitaba los obstáculos del piso para colocar los rieles, desde los cuales comenzaríamos a levantar las paredes. Sujetábamos los rieles al piso con pistolas neumáticas de clavos, para luego colocar los rieles verticales a un pie de distancia cada uno e ir armando la estructura de las divisiones. Los muchachos, mas entendidos y experimentados en su oficio, se encargaban de ir armando la estructura en la parte superior de la casa, se colocaban unos "zancos" o extensiones en sus piernas y así en esas alturas andaban todo el día sujetando rieles, taladro y tornillos en mano con una agilidad y naturalidad asombrosas.

Al medio día, mi mano y brazo derecho estaban insensibles, agarrotados de tanto atornillar rieles y sujetar el taladro, que de liviano no tenia nada. A la hora de la merienda nos ubicábamos en el piso, apartando escombros y basura para devorar ávidamente la fría comida que hubiéramos llevado, una corta hora de descanso y continuaba la ardua labor de constructor. En la tarde, subido en una larga escalera y con el martillo en mano quitaba cuanto clavo o saliente encontrara en la ruta de los rieles para ajustarlos a la pared correctamente.

Ese primer día llegué a la casa demolido, agotado, no caminaba, arrastraba los pies, las manos ampolladas, la espalda arqueada y adolorida. Dormí y toda la noche me la pase clavando y atornillando en el duro metal los tornillos. Apenas hube cerrado los ojos amaneció y de nuevo estaba en la camioneta yendo camino al trabajo.

Pasaron cuatro semanas y mi cuerpo se acostumbro al duro ritmo de trabajo al que lo sometía diariamente. Mis manos comenzaron a tornarse callosas y ásperas, mi rostro se curtió por la interperie y mi abultado estomago comenzó a moldearse, me sentía contento, esbelto y joven. Los muchachos, que al comienzo habían puesto una barrera generacional conmigo ya se reían, hacíamos bromas y compartíamos mas. Era un trabajo duro, extenuante, pero tenia sus momentos de distensión, de relax y ademas muy bien remunerado. Era para gente joven, sin pereza y con metas definidas en la vida, se caía muy fácilmente en tentaciones, pues al final de la jornada, los compañeros siempre paraban el la tienda a comprar sus "six packs" de cerveza y muchas veces las seis cervezas se multiplicaban y no paraban hasta quedarse sin plata.

Como a los tres o cuatro meses estaba, una tarde subido en la escalera, recostada en una pared en una casa con techos tipo catedral, bien arriba tratando de sacar un grueso y oxidado clavo que me impedía colocar un riel a nivel. tenia una mano apoyada en la pared y la otra haciendo palanca con el martillo para sacar el clavo. Este se resistía a dejar su morada, se arqueaba pero no se movía. Puse un pie (absurdamente) contra la pared para hacer mas presión con mi cuerpo y poder arrancar al rebelde y obstinado clavo, la escalera, a ratos se alejaba un poco de la pared, pero estaba tan concentrado en la misión de sacar el clavo que no note que me estaba retirando demasiado de la pared con la escalera, que podía alejarme de el punto de apoyo y perder el equilibrio; poco a poco la escalera fue perdiendo su oblicuidad hasta quedar en una posición vertical. Comencé como un malabarista de circo a tratar de maniobrar y balancear mi cuerpo para acercarme de nuevo a la pared, pero entre mas trataba mas me alejaba de la pared.

Solté el martillo, agite mis manos tratando de aferrarme al aire y llegar a la seguridad de la pared, la lucha fue inútil, la escalera se fue inclinando al lado contrario, la adrenalina se apodero de mi al mirar al duro piso de cemento que me esperaba abajo. En los interminables segundos que duro la escalera en posición vertical y comenzaba el descenso trate de voltear mi cuerpo y quedar de frente al piso, pero esta desesperada maniobra me arrebato la escalera de las manos y me dirigí, como gato sin paracaídas al suelo que me esperaba pacientemente. Trate de erguir mi cuerpo para caer parado, lo logre, pero mis pies sufrieron el impacto del cemento y el peso de mi asustada humanidad, por una fracción de segundo mi pie izquierdo toco el suelo primero y amortiguo todo el golpe. Se doblo a la altura del tobillo, tensando y estirando de manera abrupta tendones y ligamentos obligandome a caer hacia ese lado terminando el impacto del descenso en la rodilla. Rodé por el piso hasta la pared que detuvo mi cuerpo. Me senté y comencé a hacer un balance de los daños; no veía sangre por ningún lado, revise mis manos, estaban un poco raspadas, todavía la adrenalina realizaban su efecto anestesiante en mi y no sentía dolor alguno, pero cuando trate de incorporarme un agudo dolor en el tobillo izquierdo me puso sobre alerta y al revisar note que comenzaba a hincharse, no le di importancia y continúe mi labor cojeando un poco.

Como ya era hora de partir, no camine mucho y salimos rumbo a casa. El la comodidad de mi hogar al quitarme la bota, vi la magnitud de la hinchazón, tenia la rodilla lacerada y no podía asentar el pie en piso pues el dolor era insoportable.  Quince días duro mi incapacidad y significo el final definitivo al trabajo de la construcción. Ese clavo en la pared me hizo renunciar a esta ardua labor, me cambio el rumbo del destino, se cerro una puerta, pero se abrieron otras. "Que mala suerte" pensé en es momento, pero eran los hilos del destino moviendo mis pasos y señalandome otros caminos, otros rumbos, otras oportunidades que con el tiempo me demostraron que no era mala suerte, era otra oportunidad que la vida me regalaba y mucho mejor que la anterior.

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