De jovenes, la muerte siempre es cosa de otros

Después de los cincuenta cada que voy al médico o espero por algún análisis de laboratorio se me detiene el tiempo y la espera se me hace infinita, lenta, me voy muriendo de a pocos mientras llega el día del resultado.

De muchachos y antes de la media centuria la muerte siempre es cosa de los demás. No nos toca su yerta mano ni su aliento fétido nos respira en la nuca. Estamos saludables, con un destino por delante en ascenso, sin limites. Miramos al horizonte y avanzamos sin que nada nos detenga, mucho menos una enfermedad, no hay por que preocuparse, estamos jóvenes, los viejos son los achacosos y enfermos.

Pero la sabia naturaleza que todo lo transmuta con el paso del tiempo, no se olvida de nosotros, nos espera pacientemente. Suma año tras año nuestros onomásticos que antes celebrábamos con farras, incluyendo amanecidas cantando rancheras y ahora, simplemente con un pastel bajo en calorías acompañado de un vaso con leche descremada, desgrasada y de dudoso color transparente.

El cuerpecito rozagante, tierno y delicado que un día salió por donde salimos todos, ya no esta tan completo como en ese lejano día. La devastación capilar ha sido implacable con muchos de nosotros, para otros sus aperladas y firmes piezas dentales han quedado en el recipiente de basura de algún consultorio dental. Nos sobra piel por muchas partes y nos falta firmeza en otras. Y ni que comentar de las múltiples cuchilladas de que hemos sido víctimas a manos del cirujano de turno que se ha encarnizado con algún órgano inservible que nuestro cuerpo rechazaba.

En mi caso un simple dolor de estomago derivo en la extracción de la apéndice. Pero bueno, me consolé pensando: "es un órgano que la misma evolución genética del ser humano atrofio. No servia para nada" . Luego me mire al espejo, la pequeña incisión laparoscópica del láser no mostró mayor desperfecto en mi anatomía, la diaria rutina continuo sin mayores contratiempos.

Cinco años después la vida me paso otra factura de cobro por transitar en este terrenal mundo lleno de imperfecciones y limitaciones; otro dolorcito de espalda que iba y venia y cada vez que venia se aumentaba, volviendose cada vez mas grande e insoportable, me obligo a sentarme torcido del dolor en una sala de urgencias del hospital para, según mis cavilaciones, me recetaran algo para el "cólico" y salir de allí lo mas pronto posible.  Tres días me quede de visita, con cuarto compartido y sin el filtro de aceite de mi cuerpo en mi cuerpo: la vesícula biliar se había despedido de mi para no acompañarme mas en esta vida ni atender sus funciones de esponja que absorbía y filtraba toda la comida tóxica que había ingerido durante estos cincuenta añitos de vida.

Adelgace, tome conciencia de lo dañina que era mi dieta alimenticia, prometí y rejuré dejar a un lado las grasas, frituras y todo lo que me advertían que era perjudicial para mi salud. Pero el tiempo, que hace olvidar en pocos meses el amor eterno y hecha por el suelo las resoluciones mas firmes me envolvió en su rutina y volví a mi vida "normal" de trabajo y barbacoas los fines de semana.

Hace unas cuantas semanas, fui como todos los años desde que cumplí los cincuenta a que un perfecto desconocido ultrajara mi honra y me auscultara con su inquieto y movible apéndice de la mano llamado corazón, o "dedo medio, mayor o grosero" como también es le conoce. Para mi sorpresa cuando entre al cuarto de consulta había una mujer, "la enfermera" deduje al instante. "Bajese los pantalones y se voltea", me dijo sin mirarme a los ojos y dandome la espalda para agachada buscar algo en las gavetas de la estantería. Estaba por decirle que para que me iba a bajar los pantalones , que mejor esperáramos al doctor, pues me sentía incomodo ahí parado delante de ella y con los pantalones abajo cuando volteo colocandose un par de guantes en sus finas y delicadas manos. Era la doctora!. Reviso, desprovista de toda sensibilidad, como el carnicero que toma en sus manos un pedazo de carne que estruja y voltea para auscultarlo mi encogida y asustada virilidad, para después volver a darme la tajante orden "volteese", la cual obedecí resignado a mi suerte.

Su analítico y profesional "dedo" giro, palpo y reviso esa partecita de nuestra anatomía que tanto nos atemoriza a los hombres cuando el sol va cayendo en el atardecer de la vida. Presionaba, hundía, empujaba, hasta que, satisfecha con su escrutinio se retiro de mi y quitandose los guantes me dijo: "todo esta aparentemente bien, espere los resultados de sangre".

La luna y el sol alternaron rápidamente su dominio en el firmamento para ir haciendo y deshaciendo días y noches en los que me olvide por completo del resultado que esperaba hasta que una tarde sonó el teléfono.

"Como, puntaje alto en que?"
"El urólogo?, otro examen, cuando?"


Se me detuvo el reloj, en mi mente se agolparon imágenes de mis hijos, de mi esposa, de mi familia, ese mecanismo de defensa que tenemos los humanos para no pensar en lo inevitable se me desactivo y quede a merced del fatalismo. Se me fueron los planes a largo plazo, las vacaciones planeadas se volvieron inalcanzables, las noches, lentas e interminables transcurrían en duermevela rondando en mi cabeza una sola palabra "cáncer de próstata".

El urólogo en la siguiente cita me pregunto sobre el examen anterior, que si me había preparado adecuadamente para el mismo, no sexo una semana antes, no licor y si no había tenido ningún tipo de infección o fiebre. La fiebre la tuve y el sexo también, lo cual me dio una luz de esperanza de que se hubiera alterado el resultado por estas circunstancias. Esa semana previa al segundo examen me porte como un monje tibetano encerrado en un monasterio, dormí en la sala para evitar tentaciones con mi dulce y tierna esposa, no televisión ni internet que son los dos medios mas incitadores y provocadores de la libido en nuestros cuerpos. Así con esa mentalidad abstinente de pecador arrepentido fui al segundo examen y comenzó la agónica espera del resultado.

Paso una semana y no me llamaban, llego la segunda semana y tampoco, hasta que mi esposa un buen día no aguanto mas la angustiosa espera y llamo al doctor. "¿Como dice que se llama?", "a si ya lo encontré, tiene cita para dentro de un año", y el examen, pregunto mi esposa, "todo esta bien el puntaje es normal, muchas gracias por llamar", y colgó.

La llamada de mi esposa hizo que saliera el sol de nuevo en mi vida, las oscuras nubes que ensombrecían mi vida desaparecieron volviendo a mi mente las palabras que una pitonisa en Nueva York le dijo a mi esposa aquellos lejanos días en que andábamos de novios: "No se preocupe que usted tiene viejo para rato".

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