Turquia - Un pais magico - Parte 2

 “No vaciles nunca en irte lejos, más allá de todos los mares, de todas las fronteras, de todos los países, de todas las creencias”. Amin Maalouf





Estos primeros tres días en Estambul, como les contaba antes fueron muy intensos con caminatas de mas de doce horas diarias para aprovechar al máximo la estadía, conocer, disfrutar, aprender y descubrir. Viajamos siempre sin guía turístico ni planes vacacionales. Nos desplazamos a nuestra suerte, sin brújula, nos gusta perdernos en los barrios marginales, sumergirnos en las callejuelas, desenterrar rincones ocultos, encontrar pequeños restaurantes alejados de los sitios turísticos, donde usualmente meriendan los moradores del área, y más que todo, me gusta conversar con la gente, oír sus opiniones y saber de sus vidas. Patita es un poco recelosa y huraña, siempre me deja solo en ese trance, se va escurriendo por un lado y se dedica a mirar los pajaritos volar.


Del apartamento, bien de mañana nos dirigimos caminando para la “Basílica Cisterna” “Yerebatan Sarayi”, o “Palacio Sumergido”, que es la más grande de las 60 existentes en Estambul. Es una estructura subterránea sumergida en agua del tamaño de una catedral, sostenida por un bosque de 336 columnas de mármol construida en los tiempos del Emperador bizantino Justiniano I para almacenar agua y abastecer la ciudad en caso de un asedio. Las luces, las sombras de las inmensas columnas y el reflejo del agua le dan un aspecto surrealista que te deslumbra, hipnotiza y hace que el tiempo se detenga; que un segundo de admiración se convierta en una eternidad de asombro.


Salimos de las profundidades de la cisterna para encaminarnos rumbo hacia la Mezquita de Santa Sofia o “Hagia Sophia”, situada a unos 10 minutos a buen paso. Mas cerca, a nuestra derecha se erguía la “Puerta de los Cañones” que da entrada al “Palacio de Topkapi” “Topkapi Sarayi”, situado en la colina de “Sarayburnu” entre el Cuerno de Oro y el mar de Mármara, con una vista esplendida del Bósforo, pero esa visita seria para cuando regresáramos de Cappadocia. 


Por ahora enfilamos hacia la mezquita. Inaugurada en el año 537 como basílica cristiana, después convertida en iglesia ortodoxa, más tarde en mezquita. Que luego la convertiría en museo Atatürk, el primer presidente de la Turquía moderna, queriendo imponer el laicismo en su país. Pero, en tiempos modernos, en el año 2020 transformada nuevamente en mezquita, debido a que con el nuevo gobierno soplan fuertes vientos de oriente que poco a poco han ido arrastrando al país a una hegemonía musulmana.


Divisamos, al frente la cúpula de la mezquita con sus cuatro minaretes agujereando las nubes. En las callejuelas adyacentes encontramos varios mercaditos callejeros. Toldas atestadas de suvenires, artesanías, postales, ropa, bolsos y cuanta chuchería se les antojaba vender. También puestos de comida, restaurantes con sus mesas invadiendo los andenes y turistas caminando desprevenidos con teléfono en mano tomando fotos.


Como era medio día y disponíamos de tiempo extra decidimos buscar un buen lugar para almorzar. Un suculento guiso de cordero con media botella de vino calmó mi apetito. Patita dio cuenta de una sopa de lentejas acompañada de pollo al curry. Terminado el banquete decidimos proseguir.


A medida que nos acercábamos a la mezquita, se nos agigantaba su enorme cúpula que la hizo famosa por ser una de las mas grandes, considerada como el epítome de la arquitectura bizantina. Adentro, en los frescos de la enorme cúpula y en los azulejos de las paredes las figuras humanas pertenecientes a la época del imperio latino que representaban al cristianismo han sido tapadas o borradas, lo mismo que el antiguo campanario y el altar desmontados para convertirla definitivamente en mezquita.


Nos descalzamos antes de entrar, Patita se acomodó en la cabeza la pañoleta a manera de “Hiyab”, avanzamos hacia su interior. El inmenso tapete que cubre el piso estaba rodeado por una baranda circular de madera que nos permitía el acceso a los viajeros para apreciar la magnificencia del sacro lugar. A los lados estaban los oratorios para los musulmanes; a un lado los hombres y al otro extremo las mujeres, sin mezclarse. En el centro, mirando hacia arriba estaban las luces que pendiendo de inmensos aros de hierro abarcaban toda la superficie de la alfombra, a manera de gigantescas arañas.


Nos sentamos en el verde tapete para admirar la majestuosidad del lugar, mientras sentíamos la paz y espiritualidad del recinto. A mi lado había un hombre arrodillado, flexionando su cuerpo hacia adelante, que en murmullos rezaba a su deidad. Al levantarnos ambos del suelo nos miramos por unos segundos que el hombre aprovecho para preguntarme de donde éramos. Por costumbre o nacionalismo siempre respondo: de Colombia, así viva en USA. 


Entablamos conversación. Le dije que admiraba la milenaria historia de Turquía, la grandeza del Imperio Otomano que llegó a dominar desde Anatolia, el sureste europeo, el cercano oriente y el norte de África. Estuvo de acuerdo conmigo y me agradeció que visitáramos su país y lo apreciaríamos, además de que respetáramos sus creencias al visitar las mezquitas. Cada que hablaba, al terminar, juntaba las manos a la altura del pecho e inclinaba un poco el cuerpo, en señal de aprecio y respeto.


El hombre estaba visitando a su familia, era comerciante de alfombras y vivía en Washington D.C. Cuando le hable de Atatürk, que como como fundador de la república de Turquía tras disolverse el Imperio Otomano, inicio una serie de reformas de gran alcance para crear un estado laico y democrático en un proceso de occidentalización, no estuvo de acuerdo.


Le recalqué, el derecho al voto de la mujer en 1930 y otros logros. Pero me refutó diciendo que en su afán por secularizar y occidentalizar el país había perjudicado la memoria histórica y cultural del pueblo turco. Al preguntarle la razón, me respondió que, al haber acabado con el califato, había destruido la fe islámica. Pues las leyes y preceptos islámicos habían sido reemplazados por el código penal italiano y lo peor, acentuó, reemplazar la caligrafía árabe por un alfabeto latino modificado; porque mientras el pueblo aprendía este nuevo alfabeto impuesto a la fuerza se habían olvidado de leer el Corán e interpretarlo correctamente. 


Antes de ir a Turquía me había informado mucho sobre las reformas de Atatürk, y realmente lo admiraba por sus logros, pero opté por no refutarle sus argumentos pues estaba visiblemente dolido del viraje que había tenido el país en los últimos años. Al despedirnos me dijó que afortunadamente el actual presidente Erdoğan estaba encaminando al país a la fe islámica de nuevo, que el sol brillaría de nuevo en el antiguo Imperio Otomano. Juntó las manos en el pecho, inclino un poco el cuerpo y nos dijo: “que Ala los proteja”.


Salimos de la mezquita. En la amplia plazoleta que la rodea pudimos apreciar con Patita la veracidad de las palabras que acabábamos de escuchar. Los hombres caminando unos cuantos pasos delante de las mujeres, llevaban en su mano el “Misbaha”; pequeño rosario de 33 cuentas para invocar y repetir el nombre de su deidad, además de mantener las manos y la mente ocupadas como símbolo de extrema islamicidad. Las mujeres atrás, silenciosas sombras de negro que nuevamente se iban diluyendo en el oscurantismo del pasado para perder protagonismo y presencia en la vida del país.


Caminamos un rato en silencio, hombro a hombro cogidos de la mano, cada cual sumido en sus pensamientos, digiriendo lo escuchado y visto. De vez en cuando la miraba, mas no podía concebir a mi esposa, con su alegría, su risa y su personalidad viviendo en un país, que, a pesar de lo hermoso, de lo deslumbrante y culturalmente rico la convirtiera en una silente sombra sin opinión.


En ese momento el Almuédano interpretó el llamado a la oración desde el minarete sacándonos de nuestras cavilaciones. A lo lejos detrás del Bósforo el sol se ocultaba perezosamente tras las montanas en el lado asiático. El llamado se esparcía por toda la ciudad; de mezquita en mezquita, de casa en casa. La bandera turca ondeaba a lo lejos en el rojizo firmamento, las gaviotas formaban, al volar símbolos extraños, figuras geométricas caprichosas semejando una escritura árabe que presagiaba el comienzo de una nueva era en Turquía. El manto negro del fanatismo religioso cubría la ciudad, decidimos dar por terminada la jornada e irnos a descansar al apartamento.


Continuara…

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