Un Instrumento del Señor

 


Relato encontrado en la gaveta de un escritorio en la sacristía de la Parroquia del barrio San Nicolas de la ciudad de Santiago de Cali, año 1956.

-Los pecados de la carne se curan pecando hija mía.

-No entiendo padre.

-Mi devota mujer, ¿recuerdas a santa Teresa de Jesús o Juana de Arco, que ardían en un torbellino de pasión y lujuria irresistible?

-Mas o menos padre.

-Ellas levitaban en éxtasis divino apesadumbradas por los demonios que las poseían, consumían y atormentaban.

- ¿Como padre, no entiendo?

-Se frotaban un crucifijo en medio de las piernas para expulsar los demonios de la carne. ¡Y los expelían mi devota señora! Sus cuerpos se estremecían, contraían los músculos apretaban y apartaban las piernas para luego, en un paroxismo de placer y locura abrir el dique para que los viscosos demonios salieran a chorros humedeciendo sabanas y crucifijo; lavándoles el pecado.

-Padre, dígame la verdad, ¿usted cree que eso conmigo funcionaria?

-Hija, si no lo creyera no se lo estuviera contando; mi misión es ser un instrumento divino y sacrificarme para recuperar y salvar almas perdidas como la suya.

-Hay noches Padre en que no aguanto. Se lo he contado a usted porque es mi guía espiritual.

-Cuénteme más hija, eso nos ayudara a prepararnos, especialmente a mí.

-Anoche no más padre, antes de acostarme, encendí el ventilador a toda velocidad, me bañé con agua fría para relajar mi cuerpo y no sentir calenturas. Pero padre, por más que me acosté sin ropa, desnudita como Dios me trajo al mundo, a eso de la media noche me desperté sobresaltada, empapada en sudor. Temblaba Padre, tenía la almohada entre mis piernas y apretaba con fuerza. Padre me da vergüenza contarle, pero no aguanté y me estrujé los pechos, me mordí los labios y seguí apretando las piernas y convulsionando poseída por mil demonios lujuriosos que me incitaban a seguir.

-Cuéntemelo todo mi penitente dama, con lujo de detalles, que ya me estoy preparando para el exorcismo. Desnúdese mi devota señora y colóquese esta cofia en la cabeza, cúbrase la cara con este negro velo y use esta túnica transparente para cubrir su afligido cuerpo.

-Padre, los sátiros me poseyeron con violencia, comencé a jadear, arañé mi cuerpo, sangré mis labios, hundí los anhelantes dedos en mis entrañas y exploté Padre, un rio de lava brotó de mi ser.

-Tus pecados están a punto de ser perdonados hija mía, ponte de espaldas hacia mí y recuéstate en ese diván que ya el báculo pastoral esta erguido para sacar de tu cuerpo los demonios.

-Lo peor de todo Padre, la vil y abyecta bajeza en la que caí fue que les grité que yo era su puta, su ramera, su meretriz, que usaran mi cuerpo como se les antojara, y Padre…, que vergüenza contarle esto.

-No, tu arrepentimiento es genuino mujer. Levántese la túnica para que el exorcismo comience.

- ¡Abría y cerraba las piernas Padre, invitándolos a penetrarme y me reía a carcajadas y lloraba y me mordía y sangraban mis labios Padre, ayúdeme se lo imploro!

-Reza conmigo hija mía: Padre, vengo a ti suplicando tu gran misericordia....

-Mueve las caderas hija en señal de contrición.

- ¡Señor me arrodillo ante ti quebrantada de corazón por el mal que he hecho y suplico tu gracia y misericordia, -Ay! Padre ya siento su gracia divina dentro de mí. 

-Reza hija, implora perdón y demuestra arrepentimiento.

-Señor, enviaste a mi salvador para que lave todos mis pacados, limpie mi boca y mis pensamientos de la suciedad que se ha derramado en mi corazón ennegrecido. Señor entrego mi cuerpo a ti con humildad de corazón y quebranto de espíritu.

-Hija mía muévete más rápido y acéptame como el instrumento del Señor, El Enviado, El Ungido para penetrar en tu cuerpo y lavar tus pecados.

-Padre, tuyo es mi cuerpo, haz que sea un instrumento de purificación. ¡Ay! ¡Padre ya siento los demonios en tropel salir de mi cuerpo… Ay! no aguanto Padre… ¡Ay me entrego en cuerpo y alma padre!

-Voltéate hija mía para lavar tu boca y recibir el regalo gratuito de la vida eterna.



 




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