Un amor para la eternidad



 Miró a través del amplio ventanal que daba a la piscina. No la vió en la silla para asolearse que usualmente usaba. Desde la cocina donde le preparaba un coctel la llamó.

- ¿Querida ya vienes? -Del cuarto surgió una voz que le replicaba que, en un momento, que se estaba cambiando de ropa.


Siguió preparando la bebida mientras le ordenaba a Alexa que pusiera música romántica, en ese momento la vio salir del cuarto, se le atropellaron los recuerdos que brotaban de la memoria, una lagrima rodó por su mejilla. Fueron más de 40 años juntos y aun al verla en vestido de baño se le aprisionaba en el corazón el amor que le profesaba y que no dejaba partir.


Abrió la puerta de vidrio corrediza que separaba la cocina del patio y daba acceso a la piscina, se acercó a ella que ya reposaba acostada sobre la silla recibiendo el sol de la mañana. -Estas tan bella como siempre mi amor, -le dijo mientras depositaba el licor en la mesita del patio, ella lo miró y solo esbozó una leve sonrisa. Puse la música que te gusta mi vida. -¿Estas cómoda? -Ella asintió con la cabeza mientras el le retiraba un mechón de cabello que le cubría el rostro. La contempló de nuevo por un instante, contuvo el impulso de acercársele y rozar con sus manos la blanca piel del estómago que ya se aperlaba en relucientes gotitas de sudor.


Desando sus pasos hacia el interior para prepararle el aperitivo que tenia en mente. Sobre el mesón de la cocina reposaba un portarretrato digital que le mostraba en secuencia fotos de una de las cuantas vacaciones que juntos habían tenido en su larga y feliz convivencia; en esta oportunidad eran las de su primer viaje a Europa. Se veían felices, amorosos y risueños. Contempló absorto por un rato las imágenes digitales que en silente modo se sucedían mientras degustaba una copa de vino tinto, de la marca que siempre bebía mientras cocinaba.


Alla, recostada en la silla de mimbre la veía quieta, tal vez durmiendo. A diferencia de él, a ella nunca le gusto leer, por eso entrecerraba los ojos mientras los minutos transcurrían. Que pasará por su mente, que emociones la invadirán, que deseos la poseerán, se preguntaba al observarla. Siempre fueron un libro abierto, sin secretos. Caminaron por la vida cogidos de la mano en una misma dirección, apoyándose, levantándose de las tantas caídas sin reproches. Ese había sido el secreto de su amorosa y larga relación, pensó mientras terminaba la copa de vino.


Volvió de nuevo hacia ella llevando en sus manos una bandeja con uvas, quesos, fresas, galletitas con hummus y una copa de coctel de Margarita sudando hielo por los bordes. Ella se incorporó, el se sentó a su lado para acompañarla. Mientras degustaban los pasabocas le contaba olvidadas y lejanas anécdotas, peripecias de sus viajes y aventuras; ella reía y asentía con la cabeza. -¿Quieres algo más corazón? -Le preguntó mientras se levantaba del asiento. Ella negó con la cabeza, la besó en la frente para luego dejarla sola.


Volvió a la cocina a mirar las fotos digitales, absorto, ido, sumergido en el pasado, buceando en los recuerdos, aferrándose a su esposa, a su vida compartida. De vez en cuando la contemplaba a través del ventanal añorando esas vivencias idas.


Llegó otra vez junto a ella con una hamburguesa acompañada de papitas fritas. Comió en silencio mirándolo de reojo con mas preguntas que respuestas y mucha curiosidad por sus atenciones y generosidad. -Terminas y vamos al baño para que te cambies amor, por hoy es todo, -le dijo dirigiéndose hacia la puertita lateral que daba a la ducha.


Le ayudó a quitarse el vestido de baño, la condujo a la bañera y se quedó recostado en la pared observándola a través del cristal. El agua le caía en regadera mojándole la piel; se enjabonaba lentamente, con movimientos sutiles y acompasados. La desnuda figura se distorsionaba por el cristal empañado haciendo borrosa la imagen; él se entretenía adivinando sus curvas, sus piernas y sus generosos pechos. Al terminar le dio la mano para que saliera de la bañera y con una toalla la secó con ternura, con nostalgia, con añoranza. La miró nuevamente con intensidad. -Vístete -le dijo dandóle la espalda, -te espero afuera en la sala, -terminó diciendo mientras se alejaba.


-Como estuve, -le dijo ella al llegar a la sala. -Estupenda, como siempre le contesto; -añadiendo, -ahí sobre la consola esta tu sobre con el dinero, nos vemos el próximo mes. -Gracias, -contestó ella mientras se encaminaba hacia la salida.


La despidió, cerró tras de sí la puerta, se dirigió a la repisa, tomó la urna entre sus manos sin agitar el contenido. -Amor mío estuviste magnifica hoy. -Voy a recostarme para que en sueños sigamos amándonos por toda la eternidad-.





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