Por favor, vuelve adentro...

 


Se revolvió inquieta en la cama, era su tercer aniversario. Tercer año en que se iba a descansar tranquila, en que se acostaba cuando quisiera, sin tener que complacer a nadie. Disfrutaba de su soledad, de su independencia. Le habían crecido alas y cual pájaro libre volaba cada vez más alto y lejos. Ya no le importaban las críticas; los murmullos a su espalda, ni los comentarios mal intencionados. Era ella; 100% original, sin dobleces ni tapujos. Cerró los ojos para tratar de dormir. Lentamente la nebulosa del mundo onírico se le fue disipando, se vio caminando vestida toda de negro.

El séquito fúnebre avanzaba despacio, el día estaba gris y lluvioso. Pareciera que el cielo lloraba despidiendo al cortejo. No tenía certeza a quien acompañaba ni por que estaba ahí caminando toda vestida de negro. Al lado, todo vestido de blanco su esposo caminaba en silencio. Ella lo miraba y no lo podía creer. Como se atrevía a salir para ir a su lado, después de todo el sufrimiento, de todo el dolor por el que habían pasado en los últimos once meses. 


Mientras caminaban lo miraba de reojo sin entender lo absurda de la situación. El trató de cogerle la mano, pero ella lo rechazó. Quería decirle que volviera a su lugar, pero se contuvo. Miró el ataúd, luego lo miró a él como queriendo decirle, que pasa, que haces aquí, porqué has vuelto.


No habían sido suficientes esos tres años de ausencia, se cuestionaba en silencio. Las noches de soledad en las que se despertaba sintiendo su presencia en la cama para, al mirar a su alrededor sentir el vacío, la soledad infinita que le había dejado su ausencia, el hoyo inconmensurable en el que se precipitó con su partida. Que más quería, al regresar así de improviso y presentarse justo en este momento en el que disfrutaba de su soledad, en el que había aprendido a vivir por sí misma. Las preguntas sin respuesta se le agolpaban en la cabeza mientras rechazaba nuevamente la mano de su esposo tratando de aferrar la suya.


Ya doblaban la esquina y de frente pudo distinguir el rectangular hoyo en la tierra donde seria depositado el féretro. Sintió aprehensión, angustia de volver a esa relación en la que muchas veces se mordió los labios y guardó silencio para mantener la calma ante las explosiones bipolares de euforia y colera de su esposo. Fue feliz, no lo negaba, pero fue sombra y no luz. Obediente y sumisa volcó sus ímpetus en la crianza de sus hijos. El primitivo instinto maternal prevaleció sobre su carácter. Su esencia de mujer se fue diluyendo con los años hasta perderse en el pasado.


Ahora era ella misma y eso no lo cambiaria por nada del mundo. Disfrutaba, en el ocaso de su vida de los paseos, de sus momentos de soledad que había aprendido a valorar. De sus viajes, sus comidas a deshoras, de la copa de vino tinto antes de acostarse. De la música, que la hacia bailar y reír danzando como en un ritual primitivo.


Llegaron justo al pie del rectangular hoyo. El ataúd comenzó a descender a su morada final; ella lo miró desafiante y decidida. -Vuelve, regresa al féretro que este es tu entierro, - le dijo categóricamente comprendiendo al instante quien iba en el cajón mortuorio. El hombre se fue evaporando delante de sus ojos, ella retrocedió asustada mientras la imagen se hacía borrosa hasta desaparecer completamente. Se revolvió intranquila para despertar empapada en sudor. 


Miró a su alrededor, observó el almanaque pegado a la pared, la fecha marcaba justo el tercer año de su viudes. sosegó su corazón y se desperezó en la cama agradecida de que no tenía que levantarse a las carreras a prepararle desayuno a nadie. Se arropó de nuevo para seguir durmiendo, mientras se reía del absurdo sueño que acababa de tener.






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