Una noche de espantos


La hoguera chisporroteaba en el centro del círculo iluminando rostros, alejando temores y calentando cuerpos; nos apretujábamos, nos rozábamos, y nosotros los primos, tratábamos de quedar cerca de las primas para sentir la tibiezzza de sus cuerpos y la suavidad de sus impolutas pieles. Atrás, en las espaldas, la cerrada noche con su densa oscuridad y el ulular del frio viento arremetía con fuerza. Los árboles gigantes, de espeso follaje se mecían amenazadoramente tratando de agarrarnos cual monstruos devoradores mientras las tías, alzando la voz, gesticulando exageradamente y moviéndose alrededor del fuego contaban historias de terror, leyendas populares de apariciones, espantos fantasmas.


Era uno de los muchos veranos que en la infancia y parte de la juventud pasamos en la finca de Rio Claro, Piedra Rajada. Alla nos dejaban nuestros padres todo el tiempo que duraban las vacaciones de verano, quedábamos al cuidado de las tías; un racimo de viejas alborotadas, bebedoras y parranderas; con ellas aprendimos a beber, a bailar y a enamorar; tenían escuela, sabían de lo que hablaban, y entre los primos fantaseábamos y nos jactábamos de cuál de nosotros (ingenuos y cándidos soñadores) podría llegar a ser el candidato elegido por alguna de ellas para pasar de la teoría a la practica en una clase de seducción y lujuria. Nunca ocurrió, pero eso éramos; aun el mundo estaba por descubrir, aun no habíamos dado el primer beso y nuestras hormonas, alborotadas e inquietas como volcán en erupción bullían por salir y explotar, ya no en nuestras desgastadas manos sino en un verdadero cuerpo femenino que solo poseíamos en sueños y en fantasías irrealizables.


Esa noche en especial, atemorizados como estábamos, nos apretujábamos unos contra otros alrededor de la hoguera, sentados sobre el césped y formando un círculo de asustadizos y nerviosos muchachos. Yo, subrepticiamente busque espacio en medio de una de las primitas que me llevaba loco, ella, asustada por las terroríficas historias que escuchábamos, se me arrimaba y me cogía fuertemente la mano buscando protección. Sentíame yo el primo más afortunado de la noche, trataba en vano, en aquella negrura, de que me vieran mis primos sujetándole la mano. Era lo máximo a lo que podíamos aspirar en aquellos años 60 donde el pudor, el pecado y la vergüenza campeaban en nuestras conciencias y nos limitaban encadenando libido y ansias.


Dos de las tías, sin que lo notáramos se escabulleron del círculo y se perdieron en la oscura noche rumbo a la casa. Los terroríficos cuentos seguían atemorizándonos, de vez en cuando las tías nos daban a probar en una copita aguardiente en pequeñas porciones, -solo para probarlo- nos decían mientras circulábamos el tintero de mano en mano. Nos calentaba el guagüero, nos gustaba y nos envalentonaba a decir la palabra clave que muchas veces se nos atoro en la boca y no pudimos pronunciar: -Nos cuadramos? -. En la mente la repetíamos mil veces, la ensayábamos, la gritábamos a solas, pero en frente de la destinataria se nos envolataba en el camino y quedábamos mudos con un sudor frio en las manos y una sensación de derrota inconsolable.


En medio de una de las historias más tenebrosas en la que las tías hacían una pausa para mirarnos los rostros y pasearse muy ufanas contemplando su efecto atemorizador en nuestras temblorosas humanidades, el intencionado silencio que se creó solo era interrumpido desde afuera del círculo por el croar de las ranas y el intenso chillido de grillos y chicharras. Así como estábamos, absortos y pendientes del desenlace del relato, oímos en la negra noche a espaldas un gutural y aterrador sonido que heló cuerpos y mentes. Quedamos petrificados, ninguno de los primos se atrevía a mirar hacia atrás, nos apretujamos más y nos abrazamos unos con otros buscando seguridad. Las tías miraron fuera del círculo y señalando con las manos gritaron al unísono: -espanto, espanto!!!-. Para que fue eso, volteamos a mirar lo que no queríamos ver; allá en la oscuridad dos cuerpos etéreos se acercaban suspendidos en el aire, blancos, iluminados desde adentro por una débil luz se arrimaban amenazadoramente hacia el circulo. El peligro era inminente, las primas lloraban, los primos no sabíamos que hacer ante el inexorable avance de las entidades de ultratumba hacia nosotros. 


- ¡Espanto, Espanto! - aullaban las tías moviéndose frenéticamente alrededor de la hoguera. Aquello parecía un aquelarre en donde las brujas bailoteaban en círculos y nosotros las desprotegidas victimas dispuestas al sacrificio no sabíamos que hacer en un estado de indefensión total. En ese momento cuando todo estaba perdido y los fantasmas llegaban a nosotros, un primo, el mayor, emergió del cerrado circulo y poniéndose de pie grito a viva voz: -Piedra pa’l espanto!!!-, reaccionamos como impulsados por un resorte y agachados, gateando por el suelo buscamos cuanto pedrusco había disponible y comenzamos la aguerrida defensa del fuerte.


Apenas hubimos lanzado la primera andanada de piedras las tías comenzaron a gritar desesperadas; -Paren, paren, ¡no más piedras! - Sin comprender que pasaba volteamos a ver a las tías que saltando y brincando rompieron el cerrado circulo y se precipitaron hacia los dos fantasmas que yacían quejumbrosos y magullados en el césped. Desconfiadamente nos acercamos también a los espantos que ya despojados de las blancas sabanas resultaron ser las dos tías que habían desaparecido momentos antes. Aporreadas y adoloridas como estaban, sus quejidos y nuestro asombro se transformaron en risas y carcajadas que alegraron el ambiente y cerraron la noche con unos primos victoriosos y orgullosos de haber apedreado los fantasmas y protegido a las primitas como cualquier caballero medieval defendía a su enamorada en tiempos remotos.  


     

    


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