La primera dosis

 


Muy temprano en la mañana llegue al lugar, dos policías que descansaban sentados de lado sobre sus motos levantaron la mano haciéndome señas de detenerme para luego acercarse al carro con caras de aburrimiento. Preguntaron si venía a vacunarme y si tenía la edad elegible para obtener el privilegio de la inmunización, mostré mi identificación y con la misma mano que me habían detenido me señalaron el camino a seguir. 


Estaba en Synder Park en Fort Lauderdale, un tropical y tupido pulmón vegetal sembrado de altísimos y frondosos cedros, palmas, helechos y ocultos lagos repletos de flotante vegetación. Avancé en el carro por la senda demarcada, era una vía cerrada en el cenit por altos árboles que aun a las ocho de la mañana impedían el paso de los rayos solares que en el camino a la tierra se cortaban atenuando el lugar. Iba nervioso, muchas de las dudas acerca de los efectos secundarios de la vacuna las había disipado, pero estaba expectante sobre la reacción de mi sistema inmunológico y de cómo este iba a luchar contra la inoculación. Conducía solo por el sendero pensando si hacia lo correcto o esperaba un poco a que los estudios y los análisis fueran más concretos, había leído que estaba siendo aplicada sin ser aprobada por la FDA y que podría no protegernos a todos. Pero no podía darme el lujo de esperar, me encontraba entre los individuos de alto riesgo por mi edad, estábamos en una pandemia y los muertos se contaban por millares.


En un recodo del sendero alcancé los carros que estaban temprano, esta parte del camino la flanqueaban apostados a lado y lado uniformados del ejercito mirando impasibles como nos acercábamos al final. Volví a pensar, volví a dudar, miré hacia atrás por el retrovisor, ya tenía varios carros a mi espalda, no había escapatoria. Llame a mi esposa para tranquilizarme; que me relajara, que era lo mejor, que siguiera y que dejara la pendejada, que mira que fulano y zutano y otros más se la habían aplicado y estaban bien e inmunizados. Seguí avanzando y de pronto se me vino a la memoria la serie española que recién nos habíamos visto, “La barrera”, en la que una devastadora plaga diezmaba a la humanidad, los gobiernos se habían vuelto opresores y dictatoriales obligando a la gente a vivir hacinados en guetos, privados de sus libertades y derechos esenciales. Las teorías de conspiración que invadían las redes sociales se apoderaron de mi mente, comencé a sudar, volví a dudar, me sentí atrapado. 


-Primera o segunda dosis!, ¡señor!, ¡señor!, volvió y repitió, ¡-Primera o segunda dosis! reaccione solo para encontrarme al uniformado hablándome al lado de la ventanilla del carro. -Primera, me salió la palabra sin pensarla y sin pesarlo tome el formulario que me entregaba para llenar. -Señor!, ¡señor!, tiene bolígrafo o necesita uno, no le conteste, pero igual me lo entrego y sin decir nada más enrumbe siguiendo los vehículos.


Nombre completo..., fecha de nacimiento..., alergias..., enfermedades..., dirección..., teléfono..., email..., una a una fui rellenando las casillas hasta llegar al renglón de estoy de acuerdo y la firma. Llegó otro uniformado, le entregue el formulario, lo leyó y con un marcador escribió en el parabrisas del carro unos jeroglíficos ilegibles para mí. Seguí avanzando lentamente. La espera, la parsimonia en que nos movíamos y mi creciente incomodidad aumentaban los nervios. Baje la ventanilla del carro y apague el aire acondicionado, una bocanada de humedad, vegetación y sonidos me golpearon el rostro, me alivie un poco. Mas adelante el sendero se bifurcaba, los uniformados se acercaban a los carros para luego dirigirlos a la izquierda o derecha según lo escrito en el parabrisas. Supuse que los primerizos como yo iríamos a un lado y los demás a su segunda y definitiva dosis.


Me toco el lado izquierdo, seguí obediente y sumisamente las indicaciones avanzando lenta, lentísimamente como en una película en que la imagen se mueve a cuadros, imperceptible pero irremediablemente avanzando. Mas adelante otro uniformado; qué tenga a mano la identificación y qué mantenga la ventanilla abajo y el tapabocas arriba cubriendo el rostro. Se acortaba el camino, se agrandaba la espera, se agigantaban mis nervios. Me toque el hombro izquierdo, ya sentía dolor antes del pinchazo. Qué, tenía que escoger en que brazo quería la vacuna, que, porque si era en el derecho, después el dolor no me permitiría hacer nada con mi diestra, me habían dicho repetidas veces. Opte por el izquierdo por estar cerca a la ventanilla y solo tener que estirarlo y punto. 


Adelante en un espacioso claro del bosque se alzaban unos toldos de lona blanca, conté más de quince, a partir de ese punto todos estaban enfundados en trajes blancos con capucha, guantes, tapabocas y visera plástica cubriéndoles el rostro. El sol entraba de lleno, se podían ver los rayos como solidos haces de luz creando una luminosidad irreal. Esta visión futurística de aire irrespirable, de contaminación y apocalipsis me recordó otra escena de la serie y me hizo pensar aterradoramente que mundo le estábamos dejando a las futuras generaciones, en que inhabitable y agonizante planeta les tocaría vivir. Me fui adentrando lentamente en el resplandor, me dejé absorber por la luminosidad sin saber cómo saldría del lugar.


-Tolda número quince, ¡señor! a la quince, alzó la voz una mujer enfundada en la blancura del traje, y que estaba parada a lado del carro. Reaccione y avance sumisamente a la tolda número quince. Seis, siete, ocho, fui contando mentalmente mientras avanzaba. En cada carpa ya estaba un carro estacionado. Dentro de ella divise tres personas que iban y venían al carro. catorce, quince, me hicieron señas para que estacionara justo enfrente de la quince. Una morena, abundante en carnes se acercó lentamente al carro, me pidió el formulario y me hizo contestarle todas las preguntas que de antemano había respondido. Repetí obedientemente cada una de las preguntas, que le dijera mi edad y que le entregara mi licencia de conducir. Se la llevó y se adentró en la carpa. Con otros dos individuos llenaron más papeles, miraron la licencia, me miraron unas cuantas veces, volvieron a llenar más papeles y por último me miraron los tres. Se acerco la morena nuevamente. -En que brazo se la colocamos señor?, -en este, que ya lo tengo fuera de la ventanilla, le respondí. Volvió y entró a la carpa, volvió y reviso los papeles, volvió y me miro. Yo seguí esperando, sin escapatoria, resignado, vencido con el brazo colgando fuera del carro. 


Dentro de la carpa hurgo en una nevera, saco la jeringa y se abalanzo amenazante hacia mí. Desnude mi hombro izquierdo, voltee la cara hacia la derecha pues las jeringas me dan pavor, me marean y corro el riesgo de perder el conocimiento. sentí la punzada. me quede quieto sin respirar. Uno, dos, tres segundos y percibí la pócima entrando en mi cuerpo. -Ya está, me dijo colocándome una curita en el hombro, me entrego un certificado con la fecha de la segunda dosis y me indico el sendero por el que debía continuar. Avance lentamente con mis cinco sentidos puestos en el hombro para detectar cualquier reacción a la vacuna. Mas adelante otro uniformado me señalo el lugar donde debía parquear para estar quince minutos en espera de algún síntoma adverso. había carros por doquier. Puse el seguro al carro pues en medio de mis temores creía ver de un momento a otro salir de los carros vecinos alguno que otro vacunado echando babaza por la boca y caminando al mejor estilo de “The Walking Dead”.


Nada paso, a los quince minutos salí del parque y al momento que escribo esta nota van dos días y no he sentido ninguna reacción. Voy más confiado por la segunda dosis cuando me sea la hora.

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